martes, 27 de noviembre de 2007

22 de noviembre

La mañana transcurrió con normalidad. Las “anomalías” llegaron con la tarde. Laura me llamó para quedar para cenar después de que charlara con Anton aunque le dije que llegaría más tarde porque estaba ocupado hablando con mis padres. Cuando terminé, cogí el tren en dirección Neumarkt y paré en la plaza. Busqué el punto de encuentro donde me esperaban y… al cabo de varios minutos confirmé que no tenía ni idea de cómo llegar. Les llamé de nuevo, seguí sus instrucciones (no es que mi sentido de la orientación esté atrofiado, también hay que reconocer que sus indicaciones fueron de lo más escuetas). Pregunté a las pocas personas que rondaban las calles y de nuevo me vi dando vueltas por donde ya había buscado.

Creí llevar buen camino al encontrar una nueva ruta hasta que… vi las torres de la catedral asomando por encima de un edificio. Me había desviado bastantes metros de lo que se supone que debía de haber sido una vuelta a la manzana. La principal pista que debía seguir en mi búsqueda era el nombre de la galería donde estaban cenando: “galería Mont Carré” o eso creí escuchar. Estaba dando parte de mi situación por teléfono riéndome cuando un policía me paró en la calle. Comenzó a hablarme en alemán por lo que tardé un poco en seguir qué pretendía preguntarme, hasta que me preguntó si llevaba drogas. Le respondí evidentemente que no e incluso le enseñé el fondo de mis bolsillos. Seguidamente le entregué toda la documentación pertinente y tras una llamada a la centralita me dijo que no era necesario que le entregara tantos papeles como le estaba dando, que con el pasaporte bastaba (fue lo que creí que decía bajo toneladas de documentos).

Me dijo que siguiera andando tranquilamente, pues todo estaba en orden, pero que al verme deambulando por las oscuras calles del barrio le había parecido un personaje sospechoso. A los pocos metros encontré por fin lo que buscaba: ¡¡el restaurante “Köln Carré”!! Al final resultó que no era ese restaurante, pues seguía estando alejado del punto de encuentro. Laura y Anton se mondaban de risa mientras les comentaba cómo había ido a parar allí. Habían terminado de cenar por lo que me esperarían en la plaza de Neumarkt para que no hubiera riesgo a que me perdiera de nuevo.

Seguí caminando por donde creí que me llevaría dirección norte y acabé descubriendo una tienda especializada de Lego. Tras llenar de vaho los cristales del escaparate, proseguí la marcha. No pasaba mucha gente por la calle sobre esas horas, en parte porque estaba llena de tiendas que hacía rato acabaron su jornada. Neumarkt es principalmente un barrio comercial. Al final de una travesía, me detuve a contemplar los escaparates de una galería donde tenían expuestos escenarios llenos de peluches cantando y dando vueltas. Mi perdición, aparte de los columpios, los dibujos y los cómics, son los peluches. No podía resistirme a la repetitiva pero pegadiza música que parecía que cantaran ellos mismos. Junto a mí, varios adultos contemplaban ensimismados la magia de los escaparates.

Perdí el norte y caminé muy contento no solo por la musiquilla que dejaba atrás, sino también el poder reconocer las calles a las que llegaban, pues me eran familiares. Reconfortaba saber que no moriría congelado en la noche tratando de no perderme en un perímetro de 1 metro cuadrado. Pero no, me había confiado demasiado. Aquello no era Neumarkt, sino Heumarkt. ¡Había caminado en dirección opuesta! Por si fuera poco, sucedió lo que más miedo me ha dado en toda mi estancia. Presencié algo terrorífico, que me puso los pelos como escarpias del pánico que pasé.

Estaba llegando a la estación de Heumarkt, solamente quedaba cruzar una plaza y doblar la esquina cuando de pronto, frente a mí, apareció una figura muy alta que caminaba con paso firme hacia donde estaba. Era un tío muy alto, vestido con un traje de pinza algo viejo, con una barba muy descuidada y que sostenía un par de zapatos en una mano y bajo la axila del otro brazo unos periódicos. Me pareció singular, pero lo que más me aterrorizó fue ver que tenía la cara quemada, con manchas muy oscuras, y que de su rostro solo se percibían los ojos. Afortunadamente no me miraban. Como elemento añadido, el tipo hablaba en alto consigo mismo, como quejándose de algo. Pasó por mi lado sin inmutarse y siguió su camino llevándose con él la lúgubre atmósfera que en sólo unos segundos había creado.

Me dan miedo los ojos, mucho. Como a muchas personas. He investigado y una de las posibles razones puede ser que seguimos conservando el instinto de supervivencia de nuestros primeros antepasados. En la oscura noche, de los depredadores, como las panteras, lo único que puedes discernir de su figura es el contorno de sus ojos. El miedo es una reacción del sistema de defensa. También puede ser la causa por la cual muchas personas se irritan cuando chirrían sus dientes, porque recuerda inconscientemente al ruido que hacían las bestias al afilar los dientes con las rocas y árboles.

Tras este breve intermedio, volvamos al punto en el que me quedé, yendo a Neumarkt. Allí por fin encontré a los compañeros de fatigas, con una entrada triunfal a través de las caravanas de los puestos de navidad (¿Glamour? ¿Presencia? ¿Quién necesita esas cualidades pudiendo ser tan campechano?). De allí fuimos andando hasta la plaza de Heumarkt de nuevo (por el camino les expliqué por dónde me había metido y pasamos frente al escaparate con los peluches. Empecé a brincar y reírme con una serpiente que daba vueltas mareantemente, pues no había reparado en ella la primera vez. Me lo pasaba como un enano).

No recuerdo haberlo comentado, pero desde los carnavales de noviembre, la estatua con un señor montado a caballo ha desaparecido de la plaza. No entiendo por qué decidieron quitarla, pero sigue sin estar de vuelta. Lo que encontramos en su lugar fue una pista de patinaje de hielo artificial. La tocamos y decidimos que quedaríamos para disfrutarla antes de irnos de vuelta en navidades. Como última parada, entramos en un bar de las calles antiguas de Heumarkt (totalmente europeas de principios de siglo XX, geniales) en el que daban un concierto de jazz. Tomamos un par de cervezas y comimos cacahuetes como aperitivo antes de irnos a casa.

21 de noviembre

La noche anterior Laura me dijo que su abuela había fallecido, así que procuré ir a verla cuanto antes en la mensa, donde habíamos quedado para comer. Estaba más animada, alegre como es ella. De hecho, obviando lo sucedido (sobre lo que reflexionamos durante la comida), su mayor preocupación esa mañana era la de comprar un candado nueva para su querida bicicleta. Intentamos arreglarlo pero no hubo manera, así que lo dejamos disimuladamente colocado para que nadie sospechara que estaba roto.

Fuimos a Neumarkt, donde vimos en la plaza que el espíritu navideño había llegado (adelantándose a todos, como el Corte Inglés) pues habían montado unas casitas de madera para los puestos con los dulces y los juguetes y todo estaba iluminado por regueras de luces que cruzaban las calles. También habían colocado soldados de madera enormes. En el paseo de Neumarkt también la decoración navideña había invadido los escaparates de las tiendas, si bien lo que captó nuestra atención no fue encontrar la calle tan iluminada, sino que vimos una llama en medio de la calle. Como estaba atada, daba vueltas alrededor de un punto con cierta elegancia, sin altanería pero con una pose muy majestuosa. Era muy graciosa. Aprovechamos para hacerle fotos, pero guardando una corta distancia (Laura por miedo y yo porque no soportaba el hedor que desprendía).

Cuando por fin llegamos al Mediamarkt (dejando atrás algunas peculiaridades, como una chica que estaba disfrazada con un cartel recaudando dinero para una ONG y un señor que colocaba sus bártulos en mitad de la calle, pero fueron cosas a las que apenas prestamos atención) nos reímos al ver el puesto de fruta que tenían montado en la entrada. No acabamos de acostumbrarnos a este tipo de estampas, pero lo cierto es que son de lo más habitual en Neumarkt. Encontramos lo que buscábamos y fuimos a una tienda de disfraces a por una camiseta que Laura buscaba. Me entretuve jugando con algunas pistolas y espadas de mentira y colocándome caretas y gafas de pega. Cuando terminamos, cogimos el camino de vuelta a casa. Laura paró en una tienda para comprarse ropa por lo que escogí esperarla leyendo Garfield en alemán en una librería frente a la tienda.

Como tardaba en salir fui a buscarla pero todavía me tocó esperar un rato más a que terminara. Suerte que soy paciente y ya estoy acostumbrado a ir de compras con mis hermanas acompañándolas, porque suele ser algo desesperante. Cuando salimos, descubrimos que el señor mayor que se aposentó en mitad de la calle tocaba el acordeón. Un círculo de gente, con niños en su interior, le rodeaban al tiempo que cantaban con él. Del acordeón salían unas cuerdas que había atado a una farola y de las cuerdas colgaban unas marionetas que parecían moverse al ritmo de la música. Era una imagen muy graciosa, sobre todo viendo la cara de contento que ponían los niños cuando cantaban.

Pasamos de nuevo junto a la chica con el cartel y me paré para echarle unas monedas, no por sentirme influido por el espíritu navideño ni sentimentalismos baratos, sino que me daba pena pensar que tuviera los brazos doloridos por tenerlos en vilo toda la tarde agitando la lata con el dinero con el frío que hacía. Un poni sustituía a la llama y nos apenó no solo que la llama no estuviera (pese a que su olor persistía, impregnando los alrededores) sino que el poni necesitaba un corte de pelo porque con el flequillo tan largo que tenía apenas veía.

sábado, 24 de noviembre de 2007

20 de noviembre

La clase de alemán cambiaba de aula exclusivamente por ese día. Fue un hecho que percibí al entrar en clase, sentarme y darme cuenta de que no reconocía a nadie, ni siquiera a la profesora. Todos estaban en silencio observándome inmóviles. Salí y vi en la puerta de la clase un aviso pegado que indicaba que la clase de mi grupo se daba en el piso de debajo esa mañana. Empezaba bien el día.

Al terminar la clase, fui con unos compañeros a la facultad a consultar el cartel de la oficina que organizaba los viajes para los Erasmus, que estaba en la, inexplorada para mí, cuarta planta, a la que se accedía por ascensor. No había nada ni tampoco visos de nada a corto plazo, por lo que tendríamos que volver en otra ocasión a ver si teníamos más suerte. De paso, salimos a la azotea de la facultad y observamos las vistas, que estaban impregnadas de una atmósfera grisácea, quizá por el nublado cielo.

Volví a casa pero siguiendo un efecto boomerang, regresé a la facultad para la clase de la profesora Laversuch. Me senté en uno de los pocos sitios libres que quedaban, junto a una chica muy simpática, Marie, que se asemejaba bastante a Raquel, una amiga española. La clase se centró en el denominado “Denglish” o inglés hablado por alemanes. Fue curioso conocer cómo adaptaban términos foráneos, como siempre, amenizado por las carcajadas de la profesora, que apenas podía contenerse.

19 de noviembre

Por fin, la espera llegó a su fin: el día de la presentación oral había llegado. Salí un cuarto de hora antes de que la clase de alemán terminara para ir corriendo a clase y posicionarme en buen lugar para dar comienzo a la susodicha presentación, que se había hecho de rogar. Nos organizamos y repartimos los puestos. Siguiendo el orden que establecimos, me tocó el tercero del grupo, el penúltimo. Fue rápido y nada doloroso, como una vacuna a la que temes pero que ni siquiera notas cuando te están pinchando.

Estaba muy relajado mientras esperaba mi turno. Me sabía el discurso con todo detalle pero no por haberlo ensayado, sino de tantas veces como lo había leído en cada ocasión en la que la presentación se había anunciado. En un principio seguí el guión con anotaciones breves que sostenía para no perderme en las explicaciones, pero viendo que probablemente acabaría vomitando por el mareo que me ocasionaría mirar al guion, al público, a la profesora, al proyector, a la transparencia reflejada en la tela blanca, etc., evitando descoyuntarme, me armé de valor en un arrebato y solté encima de la mesa el guión al poco de comenzar la presentación. Era consciente de los fallos evitables que cometí víctima de las prisas pero lo primordial era hacer llegar la información más que ralentizar el discurso auto-corrigiéndome. Salió mejor de lo que esperaba, si bien hablar en inglés es algo que tengo que hacer a diario, dar un coloquio en una sala cerrada para un silencioso público sigue siendo una tarea a la que uno no se acostumbra fácilmente.

Intentamos comer en la mensa con los habituales al comedor, pero debido a que fueron llegando por tandas y a que el tamaño de algunas colas de espera era colosal, subí con Patri al comedor vegetariano. Sí, parece absurdo el ver a dos carnívoros consumados dirigirse como desesperados al comedor de sus antípodas gastronómicas, pero lo que allí encontramos superó nuestras expectativas: escogimos un plato compuesto por tres extraños rebozados con forma de rombo, acompañados por una salsa de tomate. Los probamos y… ¡nos encantaron! El rebozado estaba compuesto de muesli y cereales y por dentro llevaba espinacas con huevo, delicioso. Acabamos llenos para sorpresa de nuestro reticente paladar.

Cuando bajamos para pasar la tarde en la facultad, nos encontramos con los estudiantes polacos que llevaban tiempo sin venir a la clase de conversación. Estuvimos hablando con ellos y nos comentaron que solamente ir a debatir y comer chocolatinas no les motivaba, pues necesitaban tiempo para estudiar (descubrimos que estudiaban para ser dentistas. Estaban muy concienciados con sus estudios pues hasta me hicieron una revisión bucal espontánea al tiempo que hablaban conmigo). Nos despedimos porque empezaba a chispear y fuimos a buscar sitio libre en los pupitres de los pasillos de la facultad.

Estuvimos comiendo chucherías y haciendo tarea que teníamos pendiente al tiempo que veíamos la tromba de agua que caía en la calle. Casi nos quedamos dormidos con el calorcito de los radiadores. Comentamos cómo nos había parecido la exposición de cada uno (nosotros nos repartimos a la mitad un apartado del trabajo completo) aunque también hablamos sobre temas como el racismo y la religión, como preparatoria para la clase de conversación, cuyos temas principales del día eran los mismos.

Las chocolatinas del día fueron bombones de chocolate y al final el tema de habla quedó relegado a un segundo plano debido a las exposiciones orales que se hicieron. Se supone que debían de ser de tema libre, por lo que la variedad estaba asegurada, aunque las tres personas que expusieron no nos dieron ese capricho, pues hablaron todas sobre sus gustos personales: series de televisión y libros favoritos. Hubo títulos interesantes pero la originalidad en los discursos (que se limitaban a resumir los libros y dar la opinión) destacó por su ausencia.

De camino a casa, repasé con Anton los números del 1 al 20 y los verbos “ser” y “tener” en presente de indicativo en castellano. Va progresando aunque a poco a poco.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

18 de noviembre

Alegría me da ver que solo tengo que comentar sobre este día que me dediqué por completo a preparar la exposición para la clase del lunes y leer un libro que debo comentar para el final del cuatrimestre, Reflection, primer libro de una trilogía escrita por la autora Pat Barker, que trata sobre un corto periodo de la vida de Sigfried Sassoon, un poeta inglés que participó en la Primera Guerra Mundial. Un día estando de servicio, decidió escribir una carta a sus superiores para hacerles llegar su rechazo a la guerra y la futilidad de la misma y éstos deciden ingresarle en un sanatorio mental al creerle fuera de sus cabales por traumas ocasionados en la batalla. Allí conocerá al doctor Rivers con el que entablará una relación de amistad. Una lectura interesante con la que estoy disfrutando leyendo más allá incluso de lo que la profesora recomienda, impulsado por el interés que la propia obra suscita.

17 de noviembre

Sin duda, una de las jornadas más agotadoras que he experimentado sin apenas moverme de casa. Hemos establecido, viendo los continuos desórdenes y especialmente el descontrol que llevan mis compañeros con sus trabajos, un sistema de rotación para limpiar equitativamente el piso. Esa semana me tocaba hacer la limpieza a fondo del piso (existen tres etapas, cada una semanal y rotativa, de manera que cada 7 días una persona queda libre de tarea mientras que las otras dos deben limpiar: limpieza a fondo (baños, pasillo), limpieza de cocina (que no loza) y descanso) y como podéis suponer, no era algo que anhelara.

Primero puse una lavadora (aunque tuve que acudir a Cris para que me prestara su tarjeta pues la mía contaba con poco saldo) al tiempo que preparé la comida y la devoré. Seguidamente, cogí el cepillo y me puse a barrer la mugre. Digo mugre porque a pesar de que la moqueta es oscura y no se nota la suciedad, lo cierto es que el transitado suelo guardaba sorpresas, como bastantes manchas o gran cantidad de polvo y pelusas acumuladas. Amontoné como pude las principales acumulaciones de suciedad y cuando fui a echar mano del recogedor… me reencontré con mi gran amiga la aspiradora.

Aproveché de paso para aspirar el polvo de mi habitación una vez terminado el suelo del piso. A continuación cogí el producto limpiacristales y me puse a sacarle brillo a los vidrios de los espejos y ventanas. La siguiente parte fue la más dura, la limpieza de los cuartos de baño. Por si las moscas, pese a que estuve a varios metros de distancia del trono (no fuera a ser que explosionara al echarle los productos de limpieza antibacterianos), me enfundé unos guantes de látex que apestaban a caucho. Dibujé en el suelo (con la sangre, más bien jugo, de las chuletas que tenía en el frigorífico) una estrella de cinco puntas en un círculo con inscripciones en un primitivo idioma y coloqué en el centro los guantes, los productos y el estropajo para el excusado en el centro del dibujo. Cerré la puerta y apagué la luz del cuarto de baño. Noté cómo las paredes vibraban y vi cómo un extraño humo de color morado empezaba a salir bajo la ranura de la puerta. Abrí de nuevo y me encontré con todo reluciente e impregnado con un refrescante olor a limpio, el ritual había funcionado.

No hizo falta repetirlo con la sala de la ducha porque el amoniaco se encargó por sí solo de hacer el trabajo con el plato de ducha. Fue extraño que las matas de pelo acumuladas no me atacaran, porque juraría que se movían y tenían vida propia. Finalmente tocó el turno de fregar para rematar la faena. Solo deciros que para un piso en forma de “Y” con escasos 3 m de longitud por pasillo, más mi habitación, tardé casi una hora. Será la falta de práctica.

Acabé agotado (pero como buen protagonista, me hinché a comer sin darle mayor importancia al cansancio). Por cierto, Anton me llamó para decirme que le habían descalificado porque tuvo un fallo tonto.

16 de noviembre

Comprobamos que no habría clase de la profesora Laversuch ese día cuando llegamos a clase y encontramos el aula vacía. El motivo era una repentina huelga de trenes, pero ya que estábamos allí, aprovechamos para terminar con el papeleo que teníamos pendiente, que era uno de los más importantes: comunicar los datos con los cambios definitivos de las asignaturas a la universidad de origen. Hicimos que nos firmaran la lista de cambios en la oficina de atención a los Eramus en nuestra facultad y rápidamente escaneamos los documentos para enviarlos cuanto antes a España para evitar salirnos del plazo todavía más (pese a que nos comunicaron que tendrían en cuenta nuestras circunstancias, dado que el plazo era solo de un mes y nosotros no podíamos confirmar las asignaturas por estar pendientes de las negociaciones con los profesores).

Quedé con Anton a las 18h en la plaza de Dom para asistir a mi primera clase de patinaje en monopatín. Fue exitosa teniendo en cuenta que no me caí ni una sola vez (soy bastante torpe para mantenerme en pie incluso andando) aunque las velocidades que consigo con las maniobras básicas que aprendí me hacen replantearme si no iría más deprisa andando tranquilamente. De todas formas, me costó encontrar a Anton pues mientras le estuve buscando incluso por dentro de la catedral, se paró a hablar con una compañera suya de clase y las indicaciones no fueron nada aclaratorias.

Al rato se incorporó a nuestra quedada Laura, a quien engañamos para que diera vueltas por la plaza de la catedral para tenderle una emboscada mientras la seguíamos entre risas. Le dimos un buen susto al pillarla desprevenida y concluimos la clase de patinaje yendo a tomar algo a Heumarkt. De camino al local que Laura quería visitar encontramos una comitiva de gente disfrazada a modo de comparsa que preparaba un desfile para los carnavales de febrero. Nos detuvimos a observar el comienzo del desfile y aprovechamos para echarnos unas fotos con ellos. Ya en el bar preguntamos a Anton sobre sus estudios y comentamos varias cosas entre risas (cómo no, di la nota nuevamente pues cada vez que me reía apagaba la vela que tenía delante y teníamos que cambiarla por otra encendida). Antes de volver a casa Anton nos comentó que al día siguiente participaría en una olimpiada de las matemáticas.

Laurilla y el soldadico
El desfile calentando motores

domingo, 18 de noviembre de 2007

15 de noviembre

Solo tuvimos una clase aquella mañana para nuestro regocijo. Quedé para comer con Rocío y Laura en la mensa nuevamente (en esta semana casi no pisé el suelo de mi piso salvo en el fin de semana, y porque tocaba limpiar). Rocío estaba algo alterada porque venían unas amigas suyas y tenía que estudiar para un examen con el que tendría que lidiar la semana siguiente. En cambio, nosotros estábamos alterados pero por un motivo muy diferente y es que el conocido y controvertido director de cine David Lynch iba a dar una conferencia aquella tarde en la universidad.

Rocío (de Málaga) me llamó para decirme que llegaría tarde pero me indicó donde debía ir porque no el aula de la conferencia estaba apartada del campus. Al final fuimos Laura, Thomas y un servidor. La sala estaba completamente llena minutos antes de que comenzara (ya he sugerido en anteriores ocasiones que estos germanos son muy metódicos). Tuvimos que esperar unos minutos, que aprovechamos para reírnos intentando apostar por cuales serían las preguntas más frikis que le harían a Mr. Lynch. Pasado un tiempo, por fin el público pareció responder al comité que presidía la mesa, con la llegada del célebre director acompañado por tres hombres vestidos de blanco, como si fueran sacerdotes. Nos miramos entre nosotros extrañados pues la presencia de estos señores nos escamó.

El evento se dividió en dos partes: primero una rueda de preguntas a David Lynch y finalmente una rueda de prensa a cargo del resto de miembros de la comitiva “Fundación David Lynch”. Solo nos quedamos a las preguntas y el comienzo del resto de explicaciones. Fue un poco decepcionante, si bien el asunto empezó siendo de lo más interesante, con preguntas de tema político bastante comprometidas, en los que D.L. mostró una actitud progresista (aunque como le dije a Rocío, que apareció más tarde, no es de extrañar, si bien la mayoría de los directores americanos de cine independiente contrarían la política de Bush). Pese a que las preguntas eran de lo más variado, este señor siempre lo llevaba a su campo: todo lo resolvía apelando a la meditación, a la auto-reflexión interior, apostando por la unidad y armonía en todo. Fue un discurso de corte hippie y pacifista aunque esa tendencia a unificarlo todo en mi opinión no es sana, la variedad es necesaria para evitar totalitarismos.

Pese a todo, también hubo un par de preguntas desaprovechadas, como fueron la de si “¿usted consume LSD?” mofándose del discurso, o la de si “¿Vd. tiene un tic en la mano?” (mientras hablaba, gesticulaba muchísimo con la mano que le quedaba libre del micrófono, a modo de orientación en sus respuestas), aunque en general las preguntas (pese a que apenas podíamos escucharlas por la mala acústica de la sala) se centraron en sus ideales. Esperábamos más explicaciones acerca de su faceta artística, principal motivo por el que asistimos al evento. Fueron escasas pero estuvieron bien, en concreto cuando habló de la posible continuación de Twin Peaks (dio una pista acerca de ella, la cual puede intuirse en Twin Peaks Fire walk with me, en la escena en la que aparece Annie) y la respuesta que dio a la interesante pregunta “si Vd. Habla de la unificación y la armonía, ¿por qué sus películas son tan caóticas y fragmentadas?”: “que en las películas se muestre sufrimiento no significa que la persona que las realiza sufra. El arte es el medio de expresión para aquello que se quiere sugerir. De todas formas, es posible entender mis películas con meditación, intentando trascender, ir más allá.”

Cuando todo parecía ponerse más interesante, el conferenciante dio paso a la presentación del resto de ponentes. Le di un codazo a Laura diciéndole en broma que los tres señores vestidos con togas blancas eran los tres reyes magos (que según la leyenda, están enterrados en la catedral de Colonia). Al momento, ellos mismo dijeron una broma en alemán y todo estalló en risas. Le preguntamos a Pablo (que se acababa de incorporar) que qué habían dicho y resultó ser la misma broma…

Vimos que aquello degeneró porque la atención se dirigió a la Fundación David Lynch para la meditación, que tenía pinta de ser un completo comecocos. Nuestras sospechas se confirmaron y aquello tomó un cariz muy sectario que no nos convencía en absoluto. En vez de atender a las absurdas e improcedentes explicaciones de los miembros de la estrambótica fundación nos dedicamos a debatir entre nosotros si realmente David Lynch compartía los ideales de esa comitiva, porque tenía una cara como queriendo decir “estos no saben ni lo que dicen, me lo pensaré dos veces antes de poner mi nombre a algo, pero el dinero me hace falta”. Nos reímos porque su cara de extrañeza cambió a una de una persona comiendo uvas. Sin duda desprendía carisma, lástima que la calidad de mi cámara de fotos sea tan mala (pésima para regular la luminosidad. Laura y Thomas se partían de risa viendo que con sus móviles las fotos eran más nítidas).

Salimos despavoridos al igual que la mayoría de la audiencia y de paso rescatamos a Rocío del comecocos al que pretendían someternos. Dio un poco de vergüenza ajena el encontrar semejante despropósito en la universidad, en la que se supone el pensamiento debe de ser libre. Nos separamos en dos grupos y en el que yo iba fuimos a cenar a Neumarkt en un Kebap en el que Thomas estaba realmente interesado. Estuvimos charlando y riendo y de paso comenzamos a planear posibles viajes a ciudades europeas cercanas.

Finalmente, nos reunimos con Sergio, Neri y unos amigos suyos en un local donde solamente ponían música jazz. Se estaba muy bien con aquel apacible ambiente y nos entretuvimos durante un rato largo. Lo último que cabe mencionar es que la despedida fue atropellada pues cada uno tuvimos que correr hacia el último tren que nos llevaba a casa, formando una escena bastante cómica.

Thomas ("Tomatino") y Laurilla
A punto de vomitar por lo penoso que fue el discurso
Robando la cámara...
...Men in White...
David Lynch, el de la corbata amarilla
Para suplir la mala calidad de las fotos, imaginad que no para de mover la mano
Con el zoom al máximo y mi pulso fue lo máximo que conseguimos

14 de noviembre

Desperté en clase de conversación alemana. Al terminar la clase, Laurita me presentó a Neri, una andaluza muy simpática, con la que estuvimos comiendo en la mensa. Henner llamó a Laura para quedar con nosotros en el comedor vegetariano. Cogimos la comida del comedor de la primera planta y comprendí al instante por qué no había estado nunca en aquel comedor: estaba en la planta más alta, demasiado esfuerzo para cargar con la bandeja sin empezar a comer. La sala era espaciosa pero demasiado iluminada, al menos en donde me senté, porque me daba todo el solazo en la cara (aquí los rayos son más perpendiculares, hay menos horas de luz y la luz es menos incidente pero también molesta en el mediodía). Al menos como recompensa encontré un gorro de lana que alguien había olvidado. Comimos pescado aunque no sabría especificar cuál, el caso es que estaba rico.

Al volver a casa me pasé directamente por el supermercado, para no tener que dar tantos viajes y hacer la necesaria compra semanal. Había quedado con unos amigos por la noche para tomar algo y pensé en aprovechar la tarde, pero pasó volando, como de costumbre. Me esperaban en Rudolfplatz para ir a algún pub. Primero pasamos por una pizzería para picar algo y después fuimos a un local donde resguardarnos del frío. El sitio estaba bien y aunque la cerveza era más cara de lo habitual, lo cierto es que me entretuve en aquella velada. Estuvimos hablando con Henner y Sergio, dos compañeros a los que seguro ya he mencionado anteriormente, y con Thomas, un Erasmus italiano muy buena gente. Laura y yo estuvimos conversando con él y siempre nos respondía en italiano, aunque le entendíamos perfectamente y él a su vez nuestro castellano. Tocamos temas políticos, culturales y de diversa índole pero la conversación fue fluida.

Volví a casa hablando con Sergio en el metro, que resultó ser el compañero de clase de Neri, tanto en España como aquí, pues estudiaban Pedagogía. En la parada de metro me encontré con Reddi, mi compañero de piso, y fuimos comentando cómo había ido todo en el día. Le deseé suerte para el examen que afrontaría al día siguiente.

13 de noviembre

Estaba muerto de sueño a la mañana siguiente, pero a duras penas conseguí llegar a la clase de alemán. Comí en casa y empecé a notar que escaseaban las existencias en la nevera. Aprovechando la descuidada higiene de mi habitación, una colonia de pelusas de pelo y polvo intentó conquistarla. Suerte que ese día estaba activo y acabé pronto con la comunidad que se había asentado bajo mi cama. Fue una ardua y violenta batalla que gané gracias a la inestimable ayuda de otra de mis mejores amigas y compañeras de fatigas, la aspiradora, que siempre viene en mi ayuda cuando me encuentro en situaciones tan conflictivas y peligrosas como la vivida.

En este día descansé, que no todos pueden ser igual de intensos y novedosos como los dos anteriores. Simplemente fue una jornada de lo más apacible, aunque un intenso frío comenzó a invadir sigilosamente a la ciudad de Colonia…

Deutzer Ring 5 (o Racket (cohete en alemán) por su forma cilíndrica)

12 de noviembre

La tarde anterior, mientras preparaba la ponencia para la clase de Essay Writing, recibí una llamada de Anton. Me dijo que iba a ir a un concierto de rock con sus amigos y preguntó si queríamos ir con ellos. Pintaba muy interesante cuando dijo que se trataba de Led Zeppelin y que solo costaba 20 euros. Impresionante aunque más tarde investigué por internet y averigüé que no se trataba del grupo original, si no de una agrupación femenina que tocaba versiones de la mítica banda, y que se llamaban Lez Zeppelin. Ya me escamaba que fuera tan barato. De hecho, en internet encontré que para asistir al último concierto de Led Zeppelin sólo se podía acceder a la compra de las entradas mediante sorteo y éstas costaban 250 dólares, casi nada.

Estuvimos esperando impacientes a que llegara la profesora para quitarnos de encima la presentación cuanto antes. No vino, así que pasada más de media hora, decidimos irnos a casa. Llamé a Anton para quedar con él y comprar la entrada del concierto (Laura prefirió reservarse para el concierto de Interpol). Comí en la mensa con Laura y Rocío porque Patri estaba con una amiga suya que vivió en Colonia el curso pasado y había venido de visita. Apenas tuve tiempo de ir a casa, coger el paquete para enviarlo a España en correos e ir a comprar la entrada con Anton. Al menos ese era mi plan, porque me entretuve más tiempo del que pensaba en la oficina de Deutsche Post, ya que la señora que me atendió no se aclaraba con lo que le pedía. El precio del envío con prioridad urgente fue bastante caro, mejor no lo indico para no herir sensibilidades, basta decir que fue suficiente para que dejara de plantearme realizar envíos a ninguna parte.

Me equivoqué al hacer transbordo y no llegué a tiempo para encontrarme con Anton, aunque fui avisándole de dónde estaba por teléfono. Finalmente, me paré para esperarle en la estación equivocada y al querer llamarle, la batería de mi móvil me abandonó vilmente. Estaba cerca de la universidad y quedaba poco tiempo para que la clase empezara así que fui corriendo con la intención de encontrarme con Anton allí, pero no estaba.

Decidí esperarle en clase y luego explicarle. Ese día en clase de conversación nos dieron leche y galletas Oreo para merendar, lo cual fue una suerte, porque sentaban muy bien. Estaba degustando mi vaso de leche cuando de pronto Anton irrumpió por la puerta y se dirigió hacia mí con intenciones asesinas. Me levanté y huí intentando explicarle lo ocurrido mientras corría por la clase. Montamos una escena a lo Benny Hill y finalmente conseguí tranquilizarle. Decidimos irnos antes de que la clase acabara para ir deprisa a por las entradas anticipadas, pero no hubo suerte porque la tienda a la que nos dirigimos acababa de cerrar.

Montamos en el tren en dirección al concierto y de paso le enseñé a contar en castellano hasta el 20. Una vez en Live Music Hall, nos encontramos con unos amigos suyos, cuyos nombres os costará aprender: Christopher y Jonathan, alemanes al cien por cien, vaya. Hablábamos todo el tiempo en inglés y estuvimos bromeando al tiempo que me preguntaban. Finalmente nos reunimos un grupo de diez personas (sobre todo hice buenas migas con un amigo de Anton que era italiano, y con su novia) y entramos a la sala, que era espaciosa pero abrigada.

Hubo grupo telonero, Anthem of Deaf, que fueron bastante interesantes con su rock suave pero animado. Su hora de concierto pasó volando y nos quedamos con la duda de saber si eran alemanes o americanos, porque las presentaciones de las canciones, las bromas con el público y los regalos de maquetas a los presentes fueron a dos bandas, en ocasiones en la lengua alemana y en otras en inglés americano.

Las chicas se hicieron de rogar, pues entre un concierto y otro pasó más de media hora, para desesperación de los presentes. Pero todos esos sentimientos de impaciencia se esfumaron cuando empezaron a sonar los primeros acordes. Las míticas canciones de Led Zeppelin eran perfectamente reconocibles aunque el trabajo de las componentes era perfectamente reconocible, dándoles un toque personal muy adecuado. Me alegró comprobar que no eran unas meras imitadoras, la puesta en escena fue impresionante y la cantante estuvo a la altura, independientemente de las comparaciones.

Los momentos más extraños vinieron dados por la guitarrista, que se lió a tocar la guitarra con una cuerda de violín y los solos que se marcó, que fueron muy experimentales. De vez en cuando bromeábamos entre nosotros entre codazos y brincos. Lo que quizá desentonó entre aquellas largas canciones (un cuarto de hora de media por cada una) fueron las dos canciones de cosecha propia que tocaron, con un toque country que no venía mucho a cuento, además de que fueron las dos únicas canciones en acústica. El impresionante chorro de voz de la cantante unido con la batería, que no paró en todo el tiempo, increíblemente, fueron sin duda lo mejor de la actuación. Parecía mentira que hubieran pasado dos horas de música ininterrumpida con su concierto cuando finalizó.

Acabé con las piernas molidas del cansancio, pero aún así esperamos unos minutos a que las chicas nos firmaran la entrada. Les hicimos un par de preguntas que contestaron amablemente y nos fuimos para cenar un poco. El concierto empezó a las 20h y acabó a las 00:00h, de modo que lo único que encontramos abierto fue un Burger King. Comimos una hamburguesa y un helado (se quedaron alucinados viendo que terminé el mío en seguida, pues ellos estaban arrecidos del frío. Y eso que soy quien viene del sur…).

Cogimos el último tren hasta casa (tanto Anton como yo estuvimos a punto de perder el último, con lo que tendríamos que haber esperado casi 3 horas, sobre las 5h de la madrugada). Aún así, corrí a casa para poner a cargar el móvil y llamarle, pues no estaba convencido de que hubiera cogido a tiempo su tren.



11 de noviembre

¡Carnaval! El verdadero protagonista de la jornada. Como ya os comenté, la peculiaridad de este evento era el momento estipulado para inaugurarlo: a las 11:11h del día 11 del mes de noviembre. Me desperté sobre una hora prudencial para estar en la plaza de Heumarkt (pegada a la orilla del río y relativamente cercana a mi barrio) donde se celebraban los carnavales. Fui reptando hacia el comedor y de pronto recordé que no había preparado nada para disfrazarme de toro (por aquello de los San Fermines) salvo la ropa negra. Tampoco me sobresalté, en parte porque estaba entumecido por el sueño y en mi estado somnoliento posé la mirada en la caja de cereales como cada mañana cuando reparé en una careta de león que venía como recortable. Me vino la inspiración y decidí ir de… mestizo de león y toro… Una idea bizarra como ella sola pero que serviría para explicar la ausencia de los cuernos.

Me enfundé el “disfraz” y me despedí de mis recién despertados compañeros. Ya en la estación se intuía ambiente carnavalesco, con gente disfrazada pululando por allí. Los trenes en dirección a Heumarkt estaban a rebosar de gente. Me metí en el vagón y seguidamente aparecieron dentro de él una espontánea orquesta del aire para amenizar la fiesta. Allí todos, vikingos, hadas, brujas, arlequines, piratas, un mestizo de león-toro… nos pusimos a dar palmas y a reírnos al ritmo de las fanfarrias tradicionales que tocaban con los trombones, bombos y trompetas.

En Heumarkt se podía ver un mosaico multicolor formado por centenares de personas allí congregadas. Aguanté la respiración y me zambullí en la corriente del río humano intentando dar con mis compatriotas. A pesar de que apenas podía andar, íbamos a una velocidad considerable. Tampoco es que sea especialmente alto pero podía respirar gracias a que mi cabeza sobresalía por las de la mayoría, lo cual también me permitió divisar donde estaba el grupo de Erasmus españoles.

Había pasado realmente inadvertido entre la marabunta del río humano pero pronto mis compañeros reconocieron el supuesto mérito de mi disfraz (fue fortuito más que intencionado, como os he comentado). Tengo que aclarar que me atavié con un cartel que explicaba el supuesto origen de mi mestizaje animal. Al principio no me reconocieron con la cara tapada, pero viendo a alguien bromeando de esa guisa, en seguida averiguaron mi identidad. Fue fruto de la casualidad pero supuso un notable éxito, también entre los alemanes. Todos cuantos me miraban pasaban por tres fases: la primera la de la extrañeza, después la de concentración al leer el cartel y la última la de la explosión de risas.

Me divertí mucho esa mañana, sobre todo cuando iba paseando entre la muchedumbre para comprar cervezas y la gente continuamente me paraba para echarme fotos. Algunos incluso me felicitaban por la idea y me pedían que saliera en una foto con ellos. Resultó ser el disfraz más friki de la fiesta. Lo cierto es que la gente normalmente iba disfrazada con disfraces no humorísticos, estos alemanes son un poco sosos. Tiene el concepto de fiesta unido a borrachera pero no al de espectáculo.

Pasadas unas horas, cuando vi que la fiesta iba a seguir igual, sin aportar novedades, decidí marcharme de la abarrotada plaza de Heumarkt en dirección a casa. Me lo había pasado muy bien y quería conservar un bonito recuerdo, que seguramente se hubiese estropeado si hubiera permanecido más tiempo allí viendo cómo degeneraba en gente borracha y desorientada por todas partes. En cambio, si me hubiesen prometido que iba a celebrarse alguna bacanal, gustosamente hubiera aguantado más allí.

De hecho, uno de los disfraces que encontré mejor caracterizados fueron los del personal sanitario llevando en camillas a gente haciéndose pasar por borrachos. Aunque quizá aquellos disfraces etílicos no eran tales y las ambulancias que vi fueron reales, quién sabe…

De esta guisa salí en carnavales...
Y ésta la famosa explicación al origen de mi mestizaje

miércoles, 14 de noviembre de 2007

10 de noviembre

Me levanté temprano. Pude permitírmelo porque la noche anterior me eché a dormir antes de lo habitual. Me preparé para ir a la oficina de Deutsche Post nuevamente, que me encontré en cerrada siendo escasamente mediodía. Creía haber visto que cerraban más tarde y de hecho llegué escasos minutos después de la hora de cierre. Estaba animado esa mañana por lo que no me puse a maldecir a los funcionarios esa mañana por impedir nuevamente que enviara el paquete. Como no tenía nada preparado para el carnaval realmente, decidí ir al mercadillo que se montaba todos los sábados cerca de la universidad.

Me puse a reflexionar de camino a Neumarkt y caí en la cuenta de que llevaba justo un mes viviendo en Colonia. Todo ese tiempo ha pasado volando, en parte porque me encuentro muy a gusto con mi actual estilo de vida. En ocasiones me siento como si llevara viviendo aquí toda la vida, compartiendo las costumbres de los alemanes, y en otras tantas siento como si apenas acabara de aterrizar, aún sin contar con baremos temporales. No echo especialmente de menos mi tierra oriunda, quizá porque internet me acerca a ella y mis allegados cada vez que lo deseo. Si hubiera venido en otra época y en diferentes circunstancias, como mi abuelo, que vino a trabajar a Hamburg durante un cuarto de siglo, pensaría en aquello que me es tan familiar desde una perspectiva radicalmente diferente. Me encuentro cómodo en la opinión de aprovechar las oportunidades que se presentan y tomar las nuevas empresas con todo el entusiasmo posible para poder llevarlas a cabo satisfactoriamente. Para lamentarse y extrañar hay mucho tiempo y procuro no malgastar apenas instantes de mi estancia en ello.

Tan absorto en mis pensamientos iba que me olvidé de por qué estaba en Neumarkt esperando el tren, haciendo retrospectiva sobre mi primer mes de estancia, que decidí no ir al mercadillo y pasear aquella mañana por el centro. Cuando sentí que los rugidos de mi estómago me pedían combustible, cogí un tranvía de regreso a casa. Pensé que ya se me ocurriría algo para el disfraz del día siguiente.

La plaza de Neumarkt, parada de autobuses
Mi segunda casa en Neumarkt, Mayersche
El helado gigante sobre Mayersche, ¡qué ganas de darle un bocado! Aunque sea de cartón-piedra...

09 de noviembre

Tras la clase con la profesora Laversuch me despedí de Patri y cogí el tren rumbo a una zona inexplorada, una estación al norte de Neumarkt, KH Hansaring. Supongo que esperabais algo más arriesgado pero lo cierto es que la ubicación era esa. Otro día con más calma lo dedicaré al turismo urbano por la ciudad. Una amiga y compañera de la web en la que colaboro, Mision Tokyo, organizaba unas jornadas sobre manga en Barcelona y me pidió que le consiguiera unas muestras de lo que se editaba por aquí, por lo que busqué una tienda especializada en cómics en Colonia (la ciudad es la cuarta más grande de Alemania, por lo que al menos un par debía de haber) y di con Pin-Up cómics. Una pena el olvidar llevarme la cámara de fotos, pero seguramente habrá más ocasiones.

No me costó encontrarla: la fachada estaba decorada con personajes de cómic míticos como Spirou, Lucky Lucke, Astérix, etc. La tienda en sí era impresionante, alargada y repleta a rebosar de cómics de todo tipo: europeos, americanos, orientales, para niños, de superhéroes, para adultos, merchandising a muy buen precio, etc. Me dejó una muy buena impresión, sobre todo con los dependientes, que al verme un poco desorientado me hicieron un descuento en los cómics que compré y me regalaron catálogos con muestras gratuitas de cómics que tenían en el mostrador. Desde luego saben cómo afianzar clientela. Al salir me pasé por una tienda de DVDs y discos de segunda mano para echar un vistazo a las ediciones alemanas de los títulos que más me llamaban. Era un poco cara pero poco importaba porque no iba a comprar nada más aquella mañana. De anime tenían cosas interesantes pero nada que me llamara potencialmente.

Volví a casa para comer, preparar el paquete para enviar los mangas a España y marchar hacia la oficina de Deutsche Post. Pero me entretuve más de lo necesario y no llegué a tiempo. Había olvidado que las oficinas no cierran durante la sobremesa para cerrar sobre las 18h.


08 de noviembre

Como bien sabéis, la primera clase de los jueves no nos convencía en absoluto por lo que sugerí a Patri que fuéramos a hablar en persona con la profesora de la otra asignatura de literatura a la que le habíamos echado el ojo. La profesora accedió a nuestra petición sin mayor reparo. Pero (siempre hay un “pero”) eso sí, con la condición de no faltar más veces a clase, pues nos incorporábamos en la tercera semana. El temario era variado e interesante. Se basaba en retrospectivas sobre cómo fueron enfocadas algunas identidades sexuales a través de la literatura clásica inglesa (Shakespeare y sus contemporáneos). El Renacimiento literario revisado con los entresijos más polémicos en cuanto a identidades. La profesora explicaba a toda velocidad sin dar tiempo apenas para respirar entre tanto dato e incluso proyectaba cortos fragmentos de obras adaptadas al cine. Interesante, vaya.

Después nos encontramos con Laura y Rocío, que esperaban fuera para la siguiente clase, y comimos Doritos que había traído de casa y unos sándwiches, pues no teníamos tiempo para mucho más. La clase fue un auténtico tostón nuevamente, viendo que el profesor decidió continuar en su línea de apenas explicar nada relevante y volver a repetir constantemente las mismas ideas que ya había expuesto en anteriores ocasiones. En cambio, el libro sobre el que versaba su discurso sí que acaparaba mi atención, pues era un ensayo ideológico que presentaba utopía de corte futurista dominada totalmente por una entidad totalitaria, estéril tanto en moralidad como biológicamente. Me gustó que referenciara a 1984 de George Orwell, un libro que recomiendo desde aquí.

Al terminar decidimos acercarnos al hospital universitario, que se encontraba cerca de la facultad. Iba acompañando a Laura (que montaba en su flamante nueva bici de segunda mano, a la que los hierros del sillín se le rompieron aquella tarde) hablando sobre Anton cuando, de pronto, sentí una presencia detrás de mí (ya os he comentado en más ocasiones que mi intuición ha aumentado aquí, comparándola especialmente con mi situación antes de llegar, cuando apenas tenía reflejos. Sí, soy bastante despistado para reaccionar, como muchos sabéis. O más bien era…) y me aparté. Era Anton. Había corrido hasta donde estábamos al vernos a lo lejos. Nos dijo que tenía clase y nos invitó a acompañarle a una clase de conferencias que empezaba más tarde con la profesora Laversuch. Quedé con él para vernos en la clase y seguidamente fuimos a ver al compañero ingresado (omito detalles por privacidad) quien ya con contaba con un grupito de visitantes. Se le veía cansado de estar allí (paradójicamente su casa está cerca del hospital universitario) pero animado y contento por las visitas. Coincidimos allí con Tamara, Cristina, Luis y un amigo italiano, por lo que al ver que éramos tantos, poco duramos en el pasillo de la zona de Neurología. En la calle casualmente vimos cómo el padre del ingresado llegaba desde España para verle, y asistimos a un momento tierno.

Acompañé a las chicas hasta el Teppig (estoy pensando en pedir que me subvencionen por la publicidad que les hago diariamente). Miré el reloj y vi que el tiempo se me echaba encima pues debía irme a la clase con Anton. Compré una tableta de chocolate para merendar y fui a despedirme de las chicas, no sin antes asistir a un intento de homicidio: antes de encontrar a Laura para decirle que me iba una niña pequeñita se interpuso en mi camino y noté cómo empecé a desfallecer. Las fuerzas me abandonaban. Todo se debía al hedor que la chiquilla desprendía, pues había defecado en su pañal y a juzgar por la intensidad de aquel repugnante olor, había sido recientemente. Auné la poca energía que me quedaba para apartarme de su entorno y la recobré comiendo el chocolate en la calle de camino a clase.

A pesar de que la estructura de la clase era interesante y los temas a tratar no menos, el horario era muy malo para compaginarlo, por lo que le comenté a Anton que asistiría nuevamente a esa asignatura solamente en calidad de oyente, pues no quería cargar con más trabajo mi agenda semanal. Y las presentaciones orales con temas controvertidos como pueden ser la política, la economía o la religión son algo que requiere mucho tiempo, esfuerzo y dedicación.

07 de noviembre

Descansé del sueño con el que cargaba aunque eso no evitó que me costara espabilarme para ir al curso de alemán. Como avanzadilla para que el resto de mi adormilado cuerpo despertara, asomé la cabeza por el borde de la cama. Entonces sentí cómo mi cara pesaba más de lo normal y poco a poco iba cediendo bajo su propio peso, colgando hasta el suelo. Al momento formaba un charco color carne en el suelo como si fuera de plastilina. Con las manos fui tanteando el suelo para recoger la blanda masa de carne que formaba anteriormente mi rostro. Claro que lo conseguí gracias a la inestimable ayuda de mi boca y ojos que me indicaban dónde se encontraban en medio de la mole uniforme.

En la clase de habla alemana no coincidí con mis compañeras españolas, aunque poco importó porque me integré bien en el grupo con el que me tocó echar una partida a una especie de juego de la oca en el que debía contar con qué frecuencia realizaba lo que venía escrito en la casilla (ducharme, hacer la compra, etc.).

Patri me dijo el día anterior que a un compañero Erasmus le había ocurrido algo grave: se había quedado inconsciente en Neumarkt y estaba ingresado en el hospital universitario. Ella y Pablo fueron a visitarle para ver cómo se encontraba, pues al parecer no era tan grave y el susto fue más fruto de la hipocondría colectiva que lo que ocurrió realmente. También por la tarde coincidí en el tren con unos vecinos de DR5 que eran amigos del afectado. De paso, me comentaron que para el carnaval del domingo estaban planeando un disfraz para todo el grupo y que el que se había propuesto era el de ir de corredor de los San Fermines, por aquello de ser algo típico y “representativo”.

Realmente no pasó nada espectacular ni reseñable en este tranquilo día. La mayor parte de la tarde la invertí en revisar, redactar, retocar y terminar mi parte del trabajo de presentación para el lunes siguiente, pues la fecha límite que establecimos era este día para poder tener preparado el material de transparencias y demás a tiempo.


domingo, 11 de noviembre de 2007

06 de noviembre

Quizá este día pasará a los anales de la historia como el que más sueño he lastrado a lo largo de todo el día. Fue toda una hazaña llegar solamente 20 minutos tarde a clase de alemán. Estaba tan sumamente dormido que incluso la profesora me acarició la cabeza aconsejándome que me tomara un café al empezar el descanso. Di un par de vueltas en la puerta de la calle para ver si las frías corrientes de viento me despertaban, pero aún retuve unas porciones de somnolencia.

En el curso de alemán la profesora nos explicó el origen de los carnavales de noviembre, que se hacían en honor a San Martín. Según la leyenda, en un frío día de noviembre este hombre se encontró con un mendigo en la calle y le arropó con su manto. Desde entonces, es tradición disfrazarse en el día 11 del mes 11 (noviembre). La nota de la discordia viene dada con que comienzan a las 11:11h. Es un juego de palabras.

Compré el libro “Regeneration”, que debía leer para la asignatura de las exposiciones. Me llamó la atención ver que en la librería había un expendedor de agua, del que no dudé en hacer uso y tomarme un vaso fresquito.

Decidí irme a casa a descansar, recordando que el viernes había ido al banco a ver si me enviaban la tarjeta de crédito. La señora que me atendió me dijo que tardarían 10 días desde que se solicitaba una nueva, pues anulé la anterior al ver cuánto tardaba, por si se había extraviado. Pensé de nuevo en Murphy y sus leyes, pero no se cumplieron y la tarjeta antigua siguió sin hacer acto de presencia. Salí a comprar compras urgentes (cosas que ocurren si comparte piso, el papel higiénico o las servilletas no suelen abundar y se acaban pronto, a un ritmo muy rápido añadiría).

No conseguí dormir una siesta en condiciones salvo a trompicones, en cortos periodos de tiempo, no sé muy bien cómo explicarlo. Digamos que a pesar del sueño que tenía encima, no estaba inspirado para visitar de nuevo las tierras de Morfeo. Estuve ojeando el libro de fotocopias que nos entregaron en clase para la asignatura de los martes por la tarde, pero no le hice mucho caso, supongo que intentar no cerrar los párpados y quedarme dormido era ya suficiente esfuerzo.

Poco más puedo explayarme sobre este día en el que seguramente desayuné morfina erróneamente, porque si no, no me explico cómo estuve bostezando la mayoría del tiempo que estuve despierto. Incluso cuando hablé con mis padres.

05 de noviembre

Aún recordaba de buena mañana la tarde anterior, cuando llegamos a la feria y lo primero que escuchamos fueron canciones tan desconocidas y típicas alemanas como… “la lambada”. Se me olvidó mencionarlo y me río cada vez que me acuerdo. Me apenó un poco ver cómo desmontaban las atracciones y recogían todos los chiringuitos al pasar por la mañana en el tren.

Cuando la clase de alemán terminó, corrí hasta la facultad para entrar en clase con Patri. La hora y media de clase de ese día se centró en las presentaciones de todos los grupos de la clase menos el nuestro y no porque no tuviéramos preparado el material, sino que varios de los componentes habían caído enfermos durante el fin de semana. Por suerte la profesora había accedido, vía email, a posponer nuestra presentación hasta la semana siguiente. Un alivio por una parte pero por otra una molestia porque el domingo teníamos una cita ineludible, el pequeño carnaval de San Martín.

Los amigos de Patri partían al aeropuerto sobre la hora de comer para volver a España así que fuimos a despedirlos a la estación de tren de Dom. Haciendo tiempo hasta que todos se hubiesen ido comimos en un McDonalds, que era lo que más cerca nos quedaba de la estación. Las dos hamburguesas que me comí no me quitaron del todo el apetito, pero el helado con chocolate fundido que me tomé como postre ayudó a cerrar la boca del estómago.

Aún recordaba de buena mañana la tarde anterior, cuando llegamos a la feria y lo primero que escuchamos fueron canciones tan desconocidas y típicas alemanas como… “la lambada”. Se me olvidó mencionarlo y me río cada vez que me acuerdo. Me apenó un poco ver cómo desmontaban las atracciones y recogían todos los chiringuitos al pasar por la mañana en el tren.

Cuando la clase de alemán terminó, corrí hasta la facultad para entrar en clase con Patri. La hora y media de clase de ese día se centró en las presentaciones de todos los grupos de la clase menos el nuestro y no porque no tuviéramos preparado el material, sino que varios de los componentes habían caído enfermos durante el fin de semana. Por suerte la profesora había accedido, vía email, a posponer nuestra presentación hasta la semana siguiente. Un alivio por una parte pero por otra una molestia porque el domingo teníamos una cita ineludible, el pequeño carnaval de San Martín.

Los amigos de Patri partían al aeropuerto sobre la hora de comer para volver a España así que fuimos a despedirlos a la estación de tren de Dom. Haciendo tiempo hasta que todos se hubiesen ido comimos en un McDonalds, que era lo que más cerca nos quedaba de la estación. Las dos hamburguesas que me comí no me quitaron del todo el apetito, pero el helado con chocolate fundido que me tomé como postre ayudó a cerrar la boca del estómago.

Fuimos a mi piso para pasar las horas que quedaban hasta la siguiente clase porque era el que quedaba más cerca de la estación y también de la universidad. Imprimimos unos trabajos que debíamos entregarle a Emily, la profesora del curso de conversación, sobre política americana, que era el tema a debatir esa tarde. Ya en clase tuvimos una sesión muy heterogénea en cuanto a temática: religión puritana, política comparativa entre las guerras de Vietnam eIrak, matrimonios gay, la sociedad americana y su desinterés para con asuntos internacionales, etc. Fue una clase interesante a la par que instructiva.

La sorpresa del día fueron los descubrimientos que hicimos acerca de Anton. Laura y yo le acorralamos para que se convirtiera en nuestro tándem e instructor de patinaje en tabla. Nos reveló que era moldavo y que tenía 19 años pero estaba en el instituto todavía. En realidad quería estudiar matemáticas y ciencias aplicadas al entrar en la universidad pero pidiendo autorización previamente a los profesores, podía asistir a clases de universidad. Nos contó además que le interesaba mucho aprender idiomas y sabía un poquito de castellano. Estuvimos riéndonos con él y sus extrañas historias hasta llegar a casa.

Me pasé por casa de Alba, una vecina de DR5, que me comentó en el fin de semana que le había llegado una carta a mi nombre. Me desconcertó y cabreó por la mala organización que tenía el servicio de correo de nuestro bloque de pisos. Aunque menos mal que fue ella la que recibió la carta y no otra persona desconocida, porque resultó ser del banco. Estuve hablando un ratillo con ella y Ana, otra compañera de DR5 sobre el Teppig, que no conocían y enseñándoles algunas trampillas que había aprendido en lo que llevo aquí.

sábado, 10 de noviembre de 2007

04 de noviembre

Al despertarme al día siguiente me sentía todavía cansado de la caminata del día anterior. Fueron 9 horas en total, una cantidad razonable como para sentirse aliviado. Pero aún quedaba un asunto pendiente muy importante. Desde el fin de semana pasado, en mi barrio, junto al río, habían instalado una feria. Todos los días esperaba ansioso a poder pasarme alguna vez para ver las atracciones, puestos y chucherías. Me encantan los ambientes de feria y esta parecía pequeñita pero interesante.

La noche anterior conseguí quedar con Ruth y Marta para pasarnos a ver la feria, por lo que por la noche, sobre las 20:00h, quedamos allí mismo. Cámara en mano, me puse a capturar imágenes de los puestos y atracciones más llamativas, especialmente a la impresionante noria, que abanderaba con sus luces a todo el recinto. No resultó muy diferente a las ferias tradicionales que he visto desde siempre. Una de las mayores diferencias recaía en la comida que podía comprarse en los puestos: frente a los frutos secos estaba la fruta chocolateada, las crepes y las tortitas de chocolate. Las palomitas y las chucherías son también unas incondicionales a nivel internacional.

Compramos un par de cosillas y continuamos viendo las atracciones. Y digo viendo porque los precios eran más elevados de lo que imaginábamos. Las entradas costaban entre 3,50-5 euros por persona y eso unido a que las chicas no estaban dispuestas a subir en ninguna, hubiese sido muy triste montar solo en la noria o la montaña rusa, para qué negarlo. Eso sí, la estrella indudable de la feria fue Bob Esponja: había peluches y muñecos suyos por todos los puestos. Lástima que no se me den muy bien los juegos de tiro, que si no hubiesen caído un par de ellos.

Nos tomamos unas birras antes de ir a casa en un bar cercano a la feria. Desde el bar fuimos andando hasta casa, para que fuera conociendo mejor mi barrio. Al final resultaba que ya había recorrido algunas de las calles por casualidad anteriormente. Poco antes de regresar, vi el Köln Arena iluminado, una imagen impresionante pero que no puede apreciarse bien a menos que se haga en persona.

Así es como tristemente veía la feria desde casa...
...¡¡Y aquí la feria en todo su esplendor!!...









Sí, es un gancho gigante, no es que os lo parezca...
¡Qué mareoooo! (@_@)



El Köln Arena en vista nocturna

fotos del parque, guisos y museo de culturas no europeas

Hago un breve inciso para colgar para vosotros las fotos correspondientes al último museo y el parque que queda detrás de mi bloque de pisos. Pero primeramente una mención especial a los mejores guisos de la semana: