martes, 13 de mayo de 2008

El poder del blog y la puerta de cristal

¡Saludos!
En primer lugar, y antes de continuar por donde lo dejamos, como siempre, muchas gracias a todos los que leeis este blog. Aún no comprendo cómo sois capaces de terminar las entradas (si lo haceis) sin caer dormidos frente al teclado... Es broma, pongo mucho de mi parte en hacer esto entretenido e instructivo.

Para aquellos que utiliceis este blog como consulta para vuestras futuras experiencias, no dudeis en contactar conmigo. Estaré encantado de ayudaros en todo lo que me sea posible. Colonia es un estupendo lugar al que venir a vivir: no solo es tranquilo para ser una ciudad grande, sino que además está provista de grandes posiblidades.

Me he llevado varias sorpresas al respecto. Como sabeis, la intención de este rinconcito era haceros llegar una crónica de mi estancia para orientaros un poquito, pero ha resultado ser una seña de identidad incluso. No solo he recibido mensajes de apoyo como el de Elena y Ale, sino también Bernard (un chico nuevo que ha venido a estudiar por aquí) y algunos de la nueva hornada de estudiantes me han reconocido porque leyeron este blog antes de llegar. Me replanteé algunas cosas respecto a la privacidad que pueda perder con mis escritos, pero tras el shock, lo ví todo de un modo distinto, quizá podía ayudar a través de ellos.

Retomando por donde lo dejamos, a principios de febrero, terminé los exámenes y visité Düsseldorf por primera vez. Estaba algo nervioso e impaciente porque en breve recibiría la visita de algunos amigos. Llegaron en dos tandas: primero Mavi, compañera del año pasado en Madrid, y después mis amigos Samuel, Norman y la compañera de piso de éste último, Joana, una chica portuguesa cursando una Erasmus en Madrid.

En un principio quise preparar un especial para el blog en el que cada uno aportara un poquito para hacer una crónica de su estancia por estos lares y que compartieran impresiones con todos, siendo una de las razones por las que fui atrasando esta entrada, pero siendo mayo bien entrado, no puedo esperar más, aunque algo sí me ha llegado, ya vereis.

Coincidió que el día que Samuel y el resto llegaban, tenía un encuentro junto a mis compañeros del curso de alemán en la casa de la profesora, más allá del barrio de Efferen. Me sentía un poco culpable por no recibir a los visitantes en persona, pero mis compañeros del curso acabaron por convencerme y Mavi me cubrió las espaldas, por lo que finalmente fui sin saber bien a qué iba.

Llegamos al lujoso chalecito adosado de Margret, nuestra profesora, que estaba sola en casa con su marido al llegar y sus hijos estudiando fuera de la ciudad. Era un chalet con altos setos y, atentos al dato que es relevante: la mayoría de las puertas eran de cristal. Primero llegamos Pablo, Rocío y un par más y esperamos sentados comiendo frutos secos en el salón de la casa. Margret nos ofrecía vino al tiempo que recibía a los nuevos visitantes que iban llegando. Me inquietaba perder la noción del tiempo y hacer esperar mucho a mis amigos, por lo que esperaba que a la mínima ocasión, pudiera llamarles por teléfono para avisarles de cuándo regresaba.

Cuando estuvimos todos, compartimos la comida que cada uno había llevado (menos nosotros, que no habíamos caído en ese detalle) y comenzamos a hablar de las valoraciones sobre el examen final. Margret nos comunicó que todos habíamos aprobado excepto un par de casos concretos. Tampoco hizo especial hincapié en detalles salvo comentarios acerca de mí. Le sorprendió que, a pesar de mi irregularidad durante el curso (tenía aptitudes para aprender, pese a que era de los menos preparados para el nivel, puesto que antes de venir aquí, tan solo había estudiado alemán por tres semanas en el verano anterior, y en el curso que estaba, algunas cosas se me escapaban, aunque Margret me aconsejó que me quedara) estaba contenta con el resultado, pues respondí a lo esperado. Dijo que fui "muy pragmático". En ese momento, me puse nervioso (imaginaos, un grupo dispar de gente de todas las nacionalidades mirándote fijamente y atento a lo que hablaban sobre ti) y al intentar agradecerle las palabras a Margret, me hice un lío y no pude terminar.

Me escondí bajo el jersey con la cara acalorada por la vergüenza (sí, puedo llegar a ser muy tímito y de hecho lo soy) y escuchaba de fondo las risas, a la vez que Margret dictaminaba el juicio de que a eso se refería: que tenía aptitudes que no desarrollaba salvo en ocasiones.

Desde la cocina llegó el olor a chili con carne que estaba listo para la cena así que nos levantamos para preparar la mesa y en ese momento, decidí coger mi móvil, que estaba en el recibidor junto a los demás abrigos cuando... ¡POM! Retrocedí andando de espaldas con un dolor punzante en la nariz y la cara. Algo invisible me había golpeado. Mientras me recuperaba en esos instantes en los que uno queda noqueado, lo primero que vi fue a varias personas explotando en carcajadas y preguntándome si me encontraba bien y otras tantas retorciéndose de risa en el suelo.

Me había golpeado con la puerta de cristal, que estaba cerrada.

Vale, llegados a ese punto, lo único que pensaba era: ¡Tierra, trágame! por dos razones:
-quería irme cuanto antes víctima de la humillación
-esperaba no haber resquebrajado el cristal de la, seguramente cara, puerta del salón

Por suerte, no pasó nada, ni un rasguño al vidrio. Nada, salvo el leve mareo y dolor que tenía en la cabeza. Para no ser maleducado, me senté a la mesa comiendo mi porción de chili y acabé con lágrimas en los ojos por la prisa en la que estaba comiendo todo aquel plato repleto de picante, a la vez que evitaba los jocosos comentarios.

Me despedí asintiendo por enésima vez que no me pasaba nada grave ni me mareaba y me reí con ellos. Margret me acompañó hasta la salida, enseñándome (en una expresión algo ambigua entre calmada y cabreada, me quedaré con la duda eternamente) que no le pasaba nada a la puerta (aunque juraría haber visto un arañazo que le señalé a Margret. Ella puso el dedo por encima como tratando de limpiarlo y quitarle hierro al asunto, aunque seguro que en ese momento se cagaba en mí varias veces). Me dio la mano y se despidió diciéndome que lo pasara bien en España. Le dije extrañado que no me iba todavía, que estaría en Alemania hasta verano y entonces repitió de nuevo "Que te vaya bien por España", por lo que deduje que ya ni me escuchaba. Me dijeron que los demás se quedaron hasta la madrugada cenando allí y que incluso el marido de Margret se unió a la comitiva, pero en esos momentos estaba ya de vuelta en Colonia.

sábado, 10 de mayo de 2008

Dos patitos

¡Saludos desde Kinderland!

¡Hola! Sé que el ritmo que llevo es algo irregular, pero dicen que lo bueno se hace espera, ¿cierto? :P

Hoy, 10 de mayo, haré una excepción y os hablaré del más inmediato presente, pues es mi día, el día en el que cumplo años. Es decir, demos un salto en el tiempo hasta lo que sería plena tercera temporada de mi etapa en Kinderland. Mucho ha pasado y quizá lo que veais os estropee algún acontecimiento que aún no haya comentado, pero la ocasión lo merece y además, es la primera vez que tengo blog para comentar este acontecimiento. ¡Disfrutadlo!

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10 de mayo

Pasada la medianoche, volví de Rudolfplatz de mi encuentro con Laura, Basri y la amiga de éste, Simone, una chica interesante con la que debatimos en alemán e inglés sobre aspectos que le interesaba conocer desde la perspectiva de un extranjero, como puede ser la visión que se tiene de Alemania fuera de sus fronteras, con el gran lastre que soporta desde el siglo pasado, el idioma, cómo conocer gente de otras culturas, etc, aunque también hubo tiempo para momento más tribiales como los juegos de palabras que nos inventábamos al intentar explicar cosas en alemán, haciendo un batiburrillo de idiomas de lo más heterogéneo.

Al llegar a mi silencioso (de madrugada) barrio, la claridad de la noche me dejó ver a lo lejos una serie de luces incandescentes. Movido por la curiosidad (y por no tener más que hacer que regresar a casa y dormir) me acerqué solo para comprobar que eran lo que sopeschaba: velas. Sí, rojas y encendidas como las de un velatorio, formando una hilera que se extendía por la dirección opuesta en la encrucijada camino a casa. Seguí su rastro, no sin estar alerta ante tanta calma y esperando encontrar algún extraño ritual, llegué hasta un puente y allí...

Tuve una epifanía, vi todo más claro, como en una revelación. Hice inventario de lo acontecido durante mi estancia, como complemento a la conversación mantenida esa misma noche. Ese encuentro fantasmagórico me preparó para afrontar la victoria: un año más. Sí, porque para mi el hecho de llegar cada año a registrar un nuevo año supone eso, una superación, un nuevo récord en días de vida... y a sumar otros 365 y tantos como queden.

Encontré un saco a medio vaciar con la misma ropa que llevaba puesta, y una peluca que imitaba mi cabellera, negra azabache como el betún. Algunos de mis objetos personales se encontraban esparcidos entre el suéter y los bolsillos del pantalón. Al examinarlos, los cogí y junto a la ropa, los estremecí contra mi pecho en un abrazo y después... un flash y de vuelta a la realidad. Había encontrado algo de mi mismo que había perdido por allí, quizá las ganas de seguir, quizá ímpetú, quizá solo una parte extraviada pero celosa de su identidad. Fui a dormir para descansar de la jornada.

A la mañana siguiente me esperaron las bien recibidas, como de costumbre, felicitaciones de los amigos y familiares, que seguirían sucediéndose a lo largo del día. Me preparé para ir a la fiesta de Efferen para celebrar mi cumpleaños junto a Patri y Pablo, verdaderos anfitriones del festejo.

Laura y Horacio me esperaban en el Flowmarkt para entregarme sus regalos sorpresa: un cómic original americano de la etapa de Claremont en los X-Men y unas pelotas blanditas para hacer malabares, con instrucciones incluidas porque mi pericia con juegos de manos brilla por su ausencia.

Nos reunimos con algunos conocidos en el acalorado césped de Efferen (me gusta el estilo del guionista de esta temporada, ¿veís como todo encaja (comencé mi estancia en Efferen con Patri y de nuevo estábamos reunidos para celebrar los cumpleaños)? Rocío y Clara tenían preparadas varias sorpresas: una bolsa de chucherías y una deliciosa tarta de galletas, chocolate y Lacasitos, como en los buenos tiempos.

Decidimos marcharnos a dar un paseo por Efferen separándonos del agobio del grupo principal (no por nada, sino que no me siento cómodo con las multitudes, al igual que mis compis: Lau y Horace) y fuimos a dar con el lago de Efferen, una preciosa estancia muy apacible a la que algún día regresaremos con Neri para darnos algún refrescante chapuzón. Vimos varios patos, lo cuál me recordó a la epifanía del día anterior y traté de buscarle un nuevo significado que añadir a los dos patitos que hasta el año que viene figurarán en la casilla de mi edad.
[Nota de mimo: leer James Joyce es peligroso para la salud mental]

De vuelta a la estación para subir de nuevo a Colonia, visitamos el barrio y sus perfectas casitas y paramos a divertirnos como infantes en unos columpios. Fue un momento mágico, y hacía falta ratos así, de evasión y diversión pura, sin apariencias ni compromisos.

Casi morimos de asfixia debido al bochorno de calor que albergaba el tren, pero aún quedaban ganas para seguir con la celebración de los dos patitos, las dos décadas y un bienio que llevo en este planeta. Aún no he despertado del todo mis poderes, pese a que planeo en ocasiones por distancias cortas y poco a poco mi sensor empático e intuición se van perfilando, aunque aún me queda mucho para considerarme madurado (que no maduro).

Ahora escribo escuchando de fondo varios fuegos artificiales. Colonia y yo estamos de celebración. Supongo que va siendo hora de seguir con la fiesta.

domingo, 27 de abril de 2008

Visita a Düsseldorf, principios de febrero

Esta entrada llega con un poco de retraso pero dicen que lo bueno se hace de rogar.

Pasados los examenes y carnavales, una cuestión que nos preocupaba a los Erasmus (ahora que teniamos más tiempo para dedicar a cuestiones como la política de nuestro país) era el asunto del voto por correo. Nos pasamos información unos a otros a través de varios emails y finalmente decidimos fijar una fecha (fue un viernes por la mañana) para ir al consulado español, pasaporte y ausweiss (el abono transporte) en mano, pues estaba en Düsseldorf.

Düsseldorf es la ciudad rival de Köln, casi siempre por motivos de negocio, y es que da la impresión de que Colonia es más ciudad dormitorio que la industrial Düssedorf, o al menos fue lo que averigüé en mi primera visita a esta ciudad. Me llamó la atención lo poblada que estaba de rascacielos, en comparación con las ciudades alemanas que había visto anteriormente. Cogimos el metro nada más llegar, que por contra, tenía un aspecto más arcaico que el de "mi" ciudad y allá que fuimos.

Tras terminar de completar los aspectos burocráticos, decidimos pasar el resto del día visitando la ciudad. Primero llegamos a un parque que quedaba en la orilla del Rhin, con un cauce mucho más intenso y vistoso que el de Köln y recorrimos su trayectoria en dirección al centro de ciudad, donde descansamos para almorzar un poco (en plena calle bajo el solecito, que ese día comenzó a pegar tras los tímidos coletazos que llevaba dando antes de las frías lluvias).

Desde allí llegamos hasta la torre de telecomunicación (no hay ciudad alemana que no tenga una y bien situada) y una vez arriba, nos quedamos echando una siestecita al calorcito del sol que daba por la tarde. Antes de malgastar las pocas horas de sol que restaban, decidimos bajar y recorrer la "Manhattan" de Düsseldorf, una isleta artificial bañada por las aguas del Rhin con multitud de edificios de diseño. Me encanta esta zona de la ciudad, con edificios obra de autores como Guggenheim u otros autores.

A continuación, unas fotillos para que lo veais.





miércoles, 2 de abril de 2008

Carnavales (2)




Por cierto, como muestra de las perrerías a las que me someto por parte de las niñas, olvidé comentaros que no sólo me cortaron el pelo con un cutter. Una tarde anterior a los carnavales, Neri me propuso chuparme un ojo, cosa de la que no creí capaz. Pero no, comprobé in situ cómo mi globo ocular fue tocado por instantes por la punta de una lengua. Me reí como pocas veces, a ver si subo fotos. No sabía dónde situar esta anécdota, pues quedó a medio camino entre enero y los carnavales.

En próximos episodios: historia de Colonia, primera visita a Dusseldorf y la llegada de los visitantes...

Carnavales

Siguiendo por el punto en el que lo dejamos, resumiendo, por el atípico enero, justo a las puertas de la clausura del primer cuatrimestre y el preludio a los carnavales.

Para los alemanes, y más concretamente para los habitantes de la región occidental del Rhin, son fechas muy señaladas, toda una tradición. Köln precisamente es la capital alemana de los carnavales, con mucho bagaje cultural a sus espaldas. Siempre han sido una fiesta destacada y como muestra, os explicaré los pormenores y peculiaridades que descubrí sobre ello aprovechando que investigué para una presentación oral en la clase de conversación.

Los carnavales (Karneval) son de suma importancia, tanto que son considerados por los habitantes de esta zona como la quinta estación del año, que comprende desde el carnaval de San Martín (¿recordais? El 11 de noviembre a las 11:11h) hasta los 40 días de cuaresma. Está permitido que aquel que quiera asistir a su trabajo o pasear por la calle enfundado en su disfraz es libre de hacerlo y además exento de burlas o reprimendas. Así, no es de extrañar el entrar en el metro y encontrarte un grupo de ancianas vestidas de ratoncita o señores como tiroleses. Recordad que Köln pertenece a la zona católica de Alemania, aunque ya he explicado anteriormente que la libertad de credo es más que patente. Supongo que este aspecto sería relevante varias generaciones atrás. Otro aspecto a destacar de los carnavales alemanes antes de entrar en profundidad con los de mi zona, es que generalmente no es una fiesta muy celebrada en otros lugares como Berlín o Hamburgo. Una excepción sería Baviera, al sur del país, donde la festividad otorga la voz cantante a las mujeres, soberanas absolutas del cotarro, que gobiernan a sus anchas imponiendo su voluntad durante esos días.

En Colonia (y por extensión en las localidades próximas como Dusseldorf o Bonn) los carnavales son una fiesta con varias caras: por un lado, la cultural, con la vistosidad que ofrecen los grupos de gente disfrazada en conjunto, más conocidos como murgas y comparsas, solo que la diferencia respecto a los de Cádiz o Badajoz, de tono humorístico además de estético, es que se compite por la elegancia; también los niños tienen su lugar, y a ellos van orientadas las carrozas y pasacalles en los que se reparten a diestra y siniestra caramelos y golosinas; por último, quedaría la parte del desparrame y es que si algo hizo que quisiera olvidarme de estas fiestas es el desfase y las cotas de degeneración a las que llega el personal.

La traumática mañana del primer día grande de los carnavales, el primer jueves de febrero este año, me dejó una inquietud de la que tardaría en recuperarme. Resulta que en esa semana me encontraba inmerso en plenos exámenes, y decidí junto a Laura, Neri y Anton, sacrificar el día estudiando en la facultad en lugar de sumarme al jolgorio. Recordaba el panorama de la víspera como un día en que la gente estaba expectante pero sumida en su rutina, es decir, los alemanes permanecían tan pétreos como de costumbre. Para nada intuía lo que vi ese jueves.

Nada más entrar en el metro, repleto hasta los topes de gente borracha ya de buena mañana entonando en el tono menos armónico imaginable, una señora a la que le faltaba media dentadura me agarró por el cuello con su brazo impidiendo que saliera del vagón para huir de su aliento apestante a whisky barato. No podía ni respirar y el aroma etílico casi podía palparse. No fue agradable precisamente. No llegaba al mediodía y la gente estaba ya que no podía ni tenerse en pie, y eso siendo el primer día.

Al llegar a la facultad, casi todo estaba cerrado y la biblioteca, cómo no, tampoco abrió sus puertas. Estudiando como pudimos, hicimos la tarde en un oscuro pasillo de un módulo con el ruido de los trombones y la música machacona que venía de cualquier parte tronando a lo lejos. Decidimos acompañar a Anton al concierto que daba en su instituto con motivo de los carnavales, pero resultó un poco de vergüenza ajena: lleno de críos y padres cámara en mano, fuimos al pabellón que hacía de salón de actos para ver un aburrido y absurdo teatro sobre rivalidades carnavaleras entre Colonia y Dusseldorf. Anton tan sólo tocaba la trompeta con un par de notas junto a la orquesta de su colegio para dar paso a cada acto. El acabose fue cuando nos preguntaron (a Neri concretamente) si éramos padres o alumnos del centro. Eso y que los canapés no eran gratis.

Al día siguiente tuve el examen de alemán. Juro y perjuro que intenté no llegar tarde pero la profesora debió de preveerlo así que cuando entré en el aula del examen 15 minutos tarde (los trenes me fallaron esa mañana), todos los presentes, unas 50 personas, comenzaron a aplaudir. Vaya espectáculo. Por supuesto, tuve que correr para poder esconderme muerto de vergüenza en la primera fila, única con sitio libre. El examen en sí no fue nada del otro mundo, salvo la parte de gramática, la cual decidieron dejar para la última de las 4 horas que duró el examen. Sabia decisión, cuando tienes el cerebro hecho mixtos por el cansancio y el madrugón (comenzó a las 08:00h de la mañana. Solo deciros que muchos de los presentes estaba de empalme con la juerga de la noche anterior) te plantan los ejercicios más complejos.

Siempre he disfrutado de estas fiestas, pero este año junto con los exámenes y el barullo, procuré disfrutar de la poca tranquilidad que ofrecía el nuevo piso de Neri, cerca del centro de la ciudad, intentando escabullirme de la gente en cada viaje de nuevo a casa. Me agobiaba la gente, más estando borracha, así que cuando surgía la idea de pasear por las concurridas calles de noche no hacía sino sentirme más incómodo. ¿Por qué elegí ser agorafóbico y no otra cosa?

Aún así, disfrazado me sentía diferente, relejado por haber finalizado el cuatrimestre, aunque no tenía ni ganas de tomar una triste salchicha a la brasa de los puestos carnavaleros. Recuerdo la apacible última noche, en la que regresé caminando por el puente que siempre recorro en tranvía, cubierto por la capa que me guardaba de la fría brisa del río (en realidad era una cortina de baño que costó 3 euros, con dibujos de jirafas, cebras, hipopótamos, etc. en flotador con un fondo azul imitando agua) y mi camiseta de Super-Coco, mi ídolo de infancia de Barrio Sésamo, el que enseñaba las limitaciones tridimensionales.

The Return!!

Vale, esta es la definitiva.
Sé que llevo un tiempo insistiendo en que volvería pero esta vez os aseguro (pese a la poca fiabilidad que pueda estar inspirando en vista a mis anteriores anuncios =_=) que no es un aviso sino una realidad. Vuelvo a los páramos de Kinderland, el país de los huevos Kinder.

De hecho me encuentro en el comienzo de lo que denominaría la última etapa de esta trilogía Erasmus, lo que me da una libertad y posiblidad de organización bárbara en comparación del apresurado ritmo que a duras penas mantenía durante el último trimestre de 2007.
En la segunda etapa, que es por donde continuais leyendo, ha pasado de todo y con todos los ingredientes que prometí durante el prólogo. Revisando los textos que ahora mismo me encuentro redactando, creo sinceramente que no van a defraudaros. No se trata de crear expectativas para luego no colmarlas, pero por tradición, personalmente prefiero el "nudo" de la trama, mucho más intenso en cuanto a contenido que lo que pueda ser un comienzo y que prepara el terreno para el desenlace. Espero que éste tramo intermedio de la trilogía sí sea la excepción a pesar de todo, pues lo definiría de intenso.

¿Las razones de esta entrada? A pesar de lo tardía que es, hubiese querido retomar el ritmo anteriormente y de veras lo intenté pero compaginar el blog con los trabajos, los viajes, las fechas límites y el ocio resulta en ocasiones imposible pese al empeño que se ponga. Por eso, tras las fugaces primeras entregas de este segundo trimestre que ya terminó, me prometí que no continuaría hasta lograr una estabilidad que permitiera retomar la actividad bloguera. Creo que las cosas hechas a medias no están bien hechas y precisamente ahora parece el momento.

Sin más, ¡despeguemos!

P.D.: quiero agradeceros de nuevo que sigais con tanto entusiasmo este humilde huequecito de la vasta red y el apoyo que recibo de vuestra parte. Espero que siga instruyendo tanto como entreteniendo, lo cual no es poco. Gracias (no necesito dar nombres, daos por aludidos, bitte (= por favor en alemán) ^_^)

miércoles, 5 de marzo de 2008

Mes de enero

Las vacaciones de navidad terminaron y con ello se daba el punto de regreso a la vida en Alemania. Disfruté de reencuentros, buen ambiente y además los reyes se habían portado jugosamente (debí de haber sido un niño bueno, es la única explicación). Así, el 09 de enero partí desde mi casa, en un remoto pueblecito extremeño, colindante a partes iguales con Andalucía y Castilla-La Mancha, acompañado de mi padre, hermana pequeña y mi amigo de toda la vida Iván. Finalmente, tras despedirme de todos en el aeropuerto (al que también me acompañó mi primo Jorge) me reencontré con Patri y Ruth (¿recordáis? Mi compañera de Erasmus y la chica del enlace de Picasa). Regresamos cansados por las vacaciones y el viaje de vuelta, pero con muchas ganas de retomar nuestra rutina alemana.

Laura y Neri llegaron unos días más tarde, pero durante ese tiempo aproveché para volver a ver a Anton (al que le encantó El Quijote que le echaron los reyes en España) y acostumbrarme de nuevo a madrugar (si es que a eso se le puede llamar levantarse a las 10h). Tuvimos un examen en las primeras semanas, el anticipo al chaparrón que llegaría a finales de mes, con el auténtico desafío académico.

El temporal nos recordaba a cada momento que el frío invierno había llegado para quedarse durante una buena temporada, aunque nada que no fuera lo suficientemente soportable. Siempre presumo de ser isotérmico (lo aplico diciendo que me adapto fácilmente a la temperatura ambiente de allí donde me encuentre) pero realmente podemos resumir que lo realmente gélido sucedió entrando en febrero, coincidiendo casualmente con las fechas de exámenes.

La sensación de estrés fue mínima en comparación con el lío de fechas, las becas, el cambio de cuatrimestre y demás problemas burocráticos a los que estaba acostumbrado en España. Una de las cosas que siempre he querido destacar de la administración germana es su eficacia: vino todo rodado, sin el mínimo conflicto. Las becas fueron mucho más generosas a lo que acostumbraban, al menos en mi caso. Una pena que esté tan complicado pedir una ampliación de estudios en el extranjero (es lo que se denomina “free-mover”, es decir, acuerdos verbales con los profesores para poder optar a convalidaciones en la universidad de origen si se consiguen los permisos para proseguir en el extranjero. Una guarrada, más teniendo en cuenta el punto vital de que son verbales, es decir, estás a expensas de que ninguneen tus derechos y los acuerdos por los que tanto hayas peleado).

Concerniente a las amistades, Neri estuvo viviendo todo el mes en casa de Laura hasta que consiguió encontrar un nuevo hogar: un piso alquilado durante dos meses a Antonella (no, no es la hermana gemela de Anton ni tampoco su prima), una estudiante de música italiana con orígenes argentinos, casi nada. Estuve frecuentando la resi de Laura casi a diario, aquello parecía una comuna. Uno de los días nos dio por cortarme el pelo y ellas se pusieron mano a mano con la faena sesgando mis cabellos (excepto la coleta, mi preciada y bonita marca de identidad…aparte de la cicatriz de mi dedo pulgar…) con unos “cutters”. Salí estupendamente de la operación, que tampoco pretendíamos imitar a Van Gogh.

Conocí además a Santiago, un amigo de Neri que resultó ser el camarero del Metronom Interjazzional, nuestro bar favorito, donde ponen vinilos de jazz y blues todo el tiempo. Santiago estudiaba en Colonia desde hacía año y medio pero además de poder hablar ya alemán a nivel nativo, dominaba el inglés y el francés. Interesante, vaya. Vesko, otro amigo de Neri, consiguió mudarse a un ático casi en el centro de la ciudad, un piso del que nos quedamos enamorados. Vesko además nos enseñó algunos trabajos recientes, pues es fotógrafo profesional.

Resumiendo, enero fue un mes para volver a conectar de nuevo con lo que dejamos pendiente, un mes de transición que aprovechamos para relajarnos y mentalizarnos con lo que vendría después: el batallón de exámenes, fechas límites y… los carnavales.

viernes, 29 de febrero de 2008

¡Vuelvo!

Tras más de mes y medio sin dejarme caer con nuevas andanzas, regreso aprovechando esta exclusiva jornada. ¿No habéis reparado en lo que ha ocurrido hoy? Pues es un evento que tan solo se da cada 4 años: ¡exacto! Fue 29 de febrero, año bisiesto.
Puede que sea una tontería fijarse en este tipo de detalles, pero a mí es algo que me hace especial ilusión.
Sin más dilación, os comunico que en los próximos días el blog volverá a su actividad regular con actualizaciones periódicas y con novedades: los contenidos serán temáticos, es decir, en vez de hacer resúmenes diarios exhaustivos, lo haré por semanas, temporadas o eventos con la finalidad de dinamizar los contenidos.
Espero que sigáis leyéndome, un abrazo muy fuerte a tod@s

domingo, 13 de enero de 2008

FIN DE LA PRIMERA PARTE

Tras el enorme tocho que da conclusión a los primeros meses, viene la nota aclaratoria.
Supongo que habreis notado que los periodos de actualización han sido distendidos. Mil perdones.
He estado algo relajado con las vacaciones y necesitaba un pequeño respiro, pero a partir de ahora vuelvo a la carga con nuevas experiencias desde la frenética vida Erasmus y por supuesto, nuevos personajes, dosis de acción, erotismo y comedia, lo que andábais buscando en este blog.

¡PRÓXIMAMENTE!
2ª PARTE: ORIGINS

20 de diciembre

La primera vuelta a casa. El último día del año en Colonia. Desperté con los sentimientos divididos. Por un lado, me embargaba la sensación de volver a casa y reunirme con los allegados en un ambiente totalmente familiar (entiéndase el juego de palabras), alentado por la ausencia de compañía durante la aburrida última semana. Aún así, en el lado contrario mantenía un sentimiento nostálgico por abandonar momentáneamente esta acogedora ciudad (más de una vez contemplé la idea de pasar las navidades aquí, aunque nunca seriamente. Más sabiendo que ni Anton estaría aquí por su viaje a París), pero el deber mandaba, y en las últimas horas debía cumplir con el deber de fingir tanto mi asistencia como la de Patri en la asignatura en la que estábamos condicionalmente admitidos.

Una exageradamente espesa niebla recubría todo. Más allá de mi ventana no había nada visible. Todo se encontraba envuelto en una capa grisácea pero clara. Daba la impresión de que Colonia no existiría más durante mi ausencia, como si necesitara de mi persona para permanecer físicamente. Cogí todos mis atuendos y revisé todo lo que dejaba por enésima vez. Salí a la calle, oculta bajo la intimidatoria niebla, observando con horror cómo la hierba permanecía congelada. Seguidamente, me dirigí a la facultad. Pude ver desde el tren cómo la niebla parecía cebarse con el microclima de Deutzer Ring.

Sin embargo, la acogida en el último día fue todo menos cálida: no había ni un vivo en los alrededores, lo cual resultaba sospechoso y por si fuera poco tanto el césped como las charcas con las pollas de agua y los patos estaban petrificadas por una capa de hielo. Al entrar a clase, la cara que se me quedó fue de antología: frente a la vacía aula, en la pizarra rezaba bien grande “Frohe Weinachte!”, que viene a ser una felicitación navideña. Me senté a contemplar el panorama y me reí sardónicamente degustando los bocadillos que preparé para el viaje.

Cogí el metro y descubrí a un intento de Doppelganger (doble que según los alemanes todos tenemos) pero en versión femenina: vestía oscuro, con una cazadora de aviador y unos pantalones que le quedaban holgados, una boina y cargaba con varios macutos. Por supuesto, el aire bohemio o simplemente de perpetua permanencia en la hinopia era calcado, asustándome por lo auténtico de la imitación. Era más bajita y llevaba el pelo largo en lugar de coleta, lo cual me hizo descartarla como doble porque además parecía buena persona y además intercambiaba miradas de extrañeza esporádicamente. Dio la casualidad de que se bajaba en la estación de tren, así que la seguí cual pervertido al acecho hasta que nuestros caminos se separaron debido a los distintos andenes.

Allí, en la estación de la catedral (que aprovechó para despedirse), en el andén 11 dirección Aeropuerto de Köln-Bonn, me reuní con las compañeras de viaje con las cuales contacté al saber que coincidiríamos en el vuelo. Incluso en el aeropuerto volví a coincidir con un compañero de clase del primer año de universidad. Colonia es un pañuelo (¿que huele a colonia?). Durante el control para embarque tuve que quitarme el cinturón y ser sometido a un vejatorio cacheo a contrarreloj (el guarda contaba con pocos segundos antes de que mis pantalones se bajaran del todo cediendo a la gravedad).

Hablamos hasta que acabaron dormidas en el vuelo, así que las dejé descansar mientras intentaba no volverme loco, pues unos cafres se dedicaban a comentarse los finales de las películas que recientemente habían visto…

Al llegar a Barajas, me despedí de las chicas y crucé la puerta de salida con las maletas, esperando encontrar dificultades, debido a las navideñas fechas, para encontrar a mi padre y a mi hermana pero no, al salir, de entre toda la muchedumbre destacaba una pintoresca pancarta de bienvenida que sostenían. Nos reímos y antes de regresar a casa en coche, pasamos por última ver por la residencia en la que vivía mi hermana para dejar allí a una amiga suya que recogimos en el aeropuerto.

Curiosamente, en las tres horas de viaje hasta casa no encontramos apenas tráfico: solo el oscuro y escampado firmamento estrellado, mucho campo y pocas luces. Incluso diría que en las ¾ partes del viaje no nos cruzamos con ningún coche, teniendo un plácido viaje.

Finalmente, llegamos a casa, donde nos esperaban el resto de la familia y los regalos que tenía acumulados con el tiempo.

FIN DE LA 1ª PARTE


La pancarta y el collar hawaiano que no faltan en una comitiva de bienvenida
WE(L)LCOME! (aunque la intención es lo que cuenta)
Las reliquias
(En perspectiva cenital)

jueves, 10 de enero de 2008

19 de diciembre

Aprovechando que quedaban pocas horas para regresar a casa, decidí hacer las compras navideñas pertinentes. Para este año me propuse hacer regalos graciosos, pequeñas chorraditas que alegraran a la gente. Para mis hermanas tenía reservados unos pósters, pero para el resto estaba más difícil la cosa, así que me decanté por cajas de bombones con sabores exóticos (algo que no pudiera encontrarse con facilidad en los supermercados de España) y para los amigos, mucho chocolate Kinder de productos exclusivos para Alemania, que para algo estaba en Kinderland.

Antes de terminar la tarde y ponerme a preparar la maleta, me puse mi boina y di un paseo por el parque cercano a mi casa. No estaba triste ni melancólico por regresar a casa y dejar atrás Köln, porque sabía que volvería, pero me sentía dividido entre las ganas de regresar a casa y quedarme, porque echaría de menos mi vida alemana. Compré finalmente unos detallitos más para mis padres y hermanas y me recluí en el piso hasta el día siguiente.

18 de diciembre

Me desperté tarde (debido a la falta de sueño acumulada) y recordé que aquella mañana en el curso de alemán celebraríamos un almuerzo con comida hecha por cada alumno. Decidí preparar una tortilla de jamón y me presenté en cuanto pude en clase, donde todos se hallaban inmersos en las presentaciones de sus platos (con predominancia de los dulces). Hubo de todo: postres turcos, madalenas, galletas, bizcochos, tapas, bombones, comida china… y mi tortilla de jamón, que me sentí culpable por llevar, ya que no me acordé de los compañeros musulmanes que tenía (no pueden comer carne de cerdo, y algunos encima seguían con el Ramadán), pese a que recibí buenas críticas a mi plato.

Nos despedimos entre villancicos alemanes (muchos de ellos con traducción al castellano) y con un cuento ruso en alemán que Nastya leyó mientras firmábamos dedicatorias navideñas.

17 de diciembre

Por la mañana se notaba el ambiente de vacaciones con la ausencia de mucha gente rondando los pasillos en la universidad. Me despedí rápidamente de Patri y fui a clase de Ms Newman, que como de costumbre, pidió explicaciones por llegar dos minutos tarde, increíble lo de esta mujer.

En la tarde me encontré con Anton en la Music Store, su sitio predilecto, una tienda de música (no de discos, sino para músicos). Allí, en una sala insonorizada llena de guitarras, estuvimos cantando y tocando unas canciones con la guitarra española. Ninguno teníamos ganas de ir a clase por lo que retrasamos nuestra ida todo cuanto pudimos, y al llegar a clase encontramos solamente a tres personas viendo una película en inglés de Sarah Jessica Parker, con lo que nos arrepentimos de ir incluso.

A Anton se le notaba melancólico, quizá porque al día siguiente se iba con su clase del instituto a Strasburg, en Francia, por tres días. Supongo que nos echaría de menos, al pasar tanto tiempo con nosotros, como haríamos por nuestra parte. Le dije que se animara aunque también me sentía algo triste porque iba a estar solo hasta el día del vuelo en aquella ciudad (y eso que en un principio pensé que sería de los primeros en regresar).

16 de diciembre

La divertida noche anterior se convirtió en nuestra particular despedida hasta después de las vacaciones de invierno. Tras la cena, estuvimos tomando vino los cuatro y riéndonos hasta que nos dieron las tantas de la madrugada, cuando pretendimos ir a reunirnos con el resto de la gente, aunque viendo las horas que eran, decidimos no ir porque seguramente no encontraríamos a nadie más.

Por la tarde fuimos a ayudar a Neri con una repentina mudanza, pues se le complicó el asunto del alquiler del piso y tuvo que dejarlo. Fue una mala pasada para ella porque al día siguiente volvía a casa y debía dejar los asuntos resueltos en la medida de lo posible hasta la vuelta, con lo que tuvo que ser todo deprisa y corriendo. Tan apresurado como la visita que hicimos Anton y yo a la merienda navideña que el grupo del curso de conversación había organizado para aquella tarde.

Al final acabamos despidiéndonos por teléfono porque Laura estaba igual de ocupada y con el lío de la mudanza nos desperdigamos.

15 de diciembre

El día de la visita a Bonn. Teníamos previsto ir en bicicleta por lo cual Anton se ofreció a prestarme una. Me acerqué a su barrio y desde allí nos fuimos en bicicleta hasta la parada del tren. Llegamos al punto de encuentro una hora más tarde de lo acordado y Neri deseaba matarnos, porque llevaba una hora esperando por mi culpa.

Metimos las bicis como pudimos en el vagón (bloqueando una salida, aunque no había otro remedio). Fuimos observando el triste y frío paisaje de los pueblos que había entre la hora de camino que separaba Köln de Bonn, capital de Alemania hasta la caída del muro de Berlín. Anton nos comentó que merecía la pena repetir el viaje en primavera, con los campos verdes.

Al llegar a Bonn, la primera impresión que nos dio fue que parecía ser más pequeñita que Colonia. Para colmo, los edificios eran casi idénticos y también estaba invadida de mercadillos navideños clones de los de Köln. Aparcamos las bicicletas y fuimos merodeando la zona. Empezó a anochecer sobre las 16h así que fuimos a picar algo para comer (unas salchichas a la brasa, muy típicas de los puestos navideños) y paseamos por el centro de la ciudad, encontrándonos conciertos, atracciones y sobre todo sitios caros para comprar, por lo que no nos prodigamos en ello.

Como oscureció, nos perdimos y acabamos llegando accidentalmente hasta la casa de Bethoven, reconvertida en museo. La pena fue que estaba cerrada cuando llegamos, pero al menos cumplimos el objetivo de encontrarla. Nos reímos un rato en una tienda junto al museo, tonteando con unas marionetas y unos patitos de goma. Solo nos quedaba visitar la facultad de teología de la universidad de Bonn, donde estudió Nietzsche, pero como no contábamos con mucho tiempo más, pues teníamos pensado asistir a la cena de navidad que el resto de la gente había organizado, decidimos invertir el tiempo restante en dar otro corto paseo con las bicicletas, por lo que acabamos tomando té en un bar dedicado al Che Guevara.

Finalmente, decidimos ir a comprar para montarnos la cena navideña por nuestra cuenta, ya que tardaríamos en subir de nuevo a Colonia, cocinar y prepararnos. Acabamos cenando en el piso de Neri tortilla de patatas y ensalada de queso y tomate. Realmente fue uno de los días en que mejor lo he pasado aquí.

14 de diciembre

La tarde anterior, horas antes de la fiesta de Efferen, la pasé al completo en la facultad explicándole los apuntes de la asignatura de fonética a Laura Mesqui, una amiga efferina. A pesar de todo el barullo que le introduje, estuvo atenta todo el tiempo y demostró que podía adquirir rápidamente los conocimientos (realmente es difícil asimilar toda una asignatura en una sola tarde, pero ella pudo. Decía que era por el maestro, pero tampoco quiero fardar).

Así pues, en la fiesta de Efferen, los tres (Patri, ella y yo) decidimos a pesar de la falta de horas de sueño acudir a clase. La susodicha clase comenzaba a las 10:00 y teniendo en cuenta que llegué de la fiesta sobre las 06:30 de la madrugada, apenas dormí un par de horas, pero aún así, estuvimos presentes firmes como un cirio mi alumna y yo en la clase.

Por la tarde, quedé con Anton para intentar solucionar un conflicto que tuve con el paquete que había enviado a España unas semanas antes. Este hecho me impidió dormir la merecida siesta. En la oficina de DHL no fueron amables con el pobre Anton, pero se nos pasó pronto el cabreo cuando fuimos a reunirnos con Laurita y Neri, previo paso por una chocolatería, para planear nuestra salida por Bonn.

martes, 1 de enero de 2008

13 de diciembre

Por casualidades de la vida, en menos de una semana volvimos a Efferen. Esa noche se celebraba una fiesta importante ya que un local situado junto al Efferino, el local joven y punto de encuentro del pueblo de Patri, denominado “búnquer” se habría bimestralmente. Tal evento atrajo a la mayoría de los Erasmus españoles así como estudiantes de toda Colonia. Quedé con Laura en Barbarossaplatz y juntos nos encontramos con el resto de la cuadrilla en el tren hasta Efferen, o eso creímos ver porque sucedió el sábado anterior y esa vez no hubo la misma suerte. Eran unos conocidos pero no el grupo con el que salíamos.

Una vez en la parada de Efferen, un tío griego nos preguntó por la fiesta y como tampoco sabíamos bien cómo explicarle cómo llegar y más siendo de noche, le invitamos a acompañarnos, aunque finalmente se acopló a nuestra fiesta previa antes de ir al búnquer. Digo fiesta previa porque primeramente fuimos al cuarto de las lavadoras a hacer botellón para no morir congelados en la intemperie. El pasillo de las lavadoras estaba a rebosar de gente y todo estaba sumido en un espontáneo caos. Tardamos un poco en organizarnos (y buscar a quien faltaba), por lo que el vino lambruzco que llevamos supo mejor cuando lo catamos.

Pasadas unas horas, fuimos a la sala que no fue gran cosa, quitando lo bien que nos lo pasamos en la fiesta, aderezada con música ochentera. Tenía ganas de participar en una fiesta con música de los 80, no hay nada mejor como un poco de nostalgia. Finalmente, antes de irnos, encontramos al griego, que se había quedado dormido en los baños…

12 de diciembre

No volví a comer en la mensa por todo el resto del año y esa vez debió ser la última. El personal de la mensa decidió ofertar solamente 3 menús frente a los 15 habituales, acompañando cada plato con un rancio bizcocho navideño. Viendo la sopa espesa que Laura pidió, decidí acompañarla en presencia pero no comiendo con ella. Excepto apetitosa, de todo se podía calificar a los menús de aquella mañana.

Por la tarde di una vuelta con Anton por los mercadillos navideños. Entonces nos picó el gusanillo con tanta comida de por medio y nuestras ansias golosas nos empujaron a comprar galletas de chocolate. Decidí mostrar a mi amigo un producto aperitivo típico de la dieta mediterránea del cual inicialmente, para mi sorpresa, se mostró reacio a probar: una bolsa de patatas fritas. En un principio, accedió gustosamente y viendo la respuesta, decidí que se la quedara. De pronto, Anton reaccionó violentamente, como sintiendo hacer algo malo, y amenazó con soltar las patatas en una papelera porque según él eran aceitosas, cancerígenas y demasiado saladas por lo que sus padres se las tenían prohibidas. Me quedé a cuadros con la escenita (aunque más tarde me explicó que su padre tenía problemas de corazón y en casa no tomaban apenas sal. Lo cual tampoco excusa su reacción histriónica, pero me ayudó a comprender que quizá Anton es demasiado niño o no está muy acostumbrado a probar nuevas comidas) aunque le expliqué que las comidas saladas, como los frutos secos, mientras no se llegue a excesos no resultan nocivos. Lo curioso fue que tras soltarme la parrafada en contra de los frutos secos y sus radicales libres fuimos a parar a un Burger King (¿la comida que sirven allí acaso no es más cancerígena?).

11 de diciembre

El examen se dio mejor de lo que esperaba. Como predije, la dificultad se basó en el vocabulario específico de los textos. Constó de dos partes: una primera en la que debíamos tomar apuntes con los datos más relevantes (sobre un sencillo texto centrado en la creación de los pantalones vaqueros por Lewis Strauss, de origen alemán), con preguntas de respuesta larga y ejercicios tipo test con múltiple respuesta; la segunda parte era más complicada, un ejercicio de comprensión lectora pero aún así no supuso un hueso duro de roer. Entre cada parte y la finalización de las mismas me dio tiempo a terminar con mucha antelación y repasar, por lo que enseguida me aburría, así que me ponía a escribir en una hoja aparte lo que tenía pendiente por hacer aquella semana.

A la salida fuimos a una tutoría con la profesora de literatura para debatir sobre el trabajo que debemos presentar al finalizar el semestre y tras eso, acompañé a Patri hasta una chocolatería en Dom. Aproveché para tomar ideas para futuras compras viendo los dulces típicos navideños alemanes, como la fruta chocolateada o las diferentes confituras.

10 de diciembre

En la víspera al examen de alemán, le dejé el recado de Nastya a la profesora informándole de su ausencia por enfermedad, y justo dio la casualidad de que el tema de la clase fueron los estados de salud, algo conveniente con el frío temporal de estas tierras del norte. Una chica canadiense, profesora en prácticas y con gran parecido a la agente Scully de Expediente X, sustituyó a Ms Newman en la clase de Essay Writing, por lo que no tuvimos que soportar su resaca.

Patri y yo aprovechamos para estudiar en las horas de espera para el curso de conversación, aunque finalmente no sacamos nada en claro salvo el repasar un par de estructuras básicas. En cambio, la clase no fue todo lo entretenida que acostumbraba (aunque tampoco es que soliera ser un alarde de diversión) pues nos dedicamos a planificar las actividades finales que se harían a la vuelta de las vacaciones.

09 de diciembre

Había quedado con Nastya (Anastasia), mi compañera rusa del curso de alemán, para reunirnos en su piso y hacer un repaso previo al examen de alemán, pero eso no sería hasta bien entrada la tarde. Hacía mucho viento, aunque lo más destacable del día quizá fue el encontrarme con que Dennis escuchaba Ska-P, un conocido grupo madrileño de música ska. Le pregunté si comprendía las canciones y me contestó que su novia entendía un poco los estribillos. Fue curioso, porque en un piso alemán no esperas escuchar Ska-P. El mundo es un pañuelo.

Nastya tampoco tenía muchas ganas de estudiar y sumado al catarro que tenía encima, decidimos tomar un té calentito (el que me dio estaba ardiendo). Viendo que el examen dependería de la dificultad del texto más que de nuestros conocimientos gramaticales, y que el vocabulario sería la clave, nos pusimos a hablar hasta que pasadas unas horas, cada mochuelo se fue a su olivo.

08 de diciembre

Me levanté con ganas de cocinar y preparé algo que llevaba tiempo planeando: un buen puchero de lentejas. Para no desaprovechar todos los ingredientes que añadí, pasándome de las cantidades planeadas, decidí prepara la cazuela hasta arriba y guardar lo sobrante en un tupper para aprovecharlo otro día. Estaban exquisitas, pero mi estómago no era infinito, por mucho que me doliera.

Por la noche fuimos a una fiesta de cumpleaños en Efferen. La excusa fue muy barata, pero teníamos ganas de regresar al barrio que me dio la bienvenida a la ciudad. Hacía casi dos meses que no pisaba aquel suelo, pero nada había cambiado en absoluto. La casa estaba a rebosar de gente, algo totalmente comprensible teniendo en cuenta que se intentó meter a más de treinta personas en una casita de 4 habitaciones de Efferen. Casi todas las personas éramos Erasmus españoles. Lo malo fue que apenas tuvimos tiempo para disfrutar la fiesta, entre que llegamos tarde y que los dueños empezaron a agobiarse. Se me pasó más deprisa también porque nos lo estábamos pasando bien.

De vuelta en el tren, nos dirigimos al nuevo piso de Sergio en lugar de quedarnos en un local de pago con el resto de la gente (aunque días más tarde Patri me dijo que al final no se decidieron por ningún sitio y simplemente perdieron tiempo hasta que decidieron volver a casa). El piso era chiquitito pero acogedor, un ático muy apañado. Única pega: que estaba bastante apartado del centro y por tanto, de casa.

07 de diciembre

Al finalizar la pertinente clase del viernes, rechacé quedarme con Neri y Laura estudiando en la biblioteca. Me encontraba cansado aquella mañana y desganado como para hacer algo provechoso, así que antes de ir a casa me bajé en Neumarkt. Paseé por los puestos navideños y pasado un rato tras las lecturas semanales en Mayersche, crucé de andén en dirección a mi barrio. Estaba más animado que unas horas antes. De pronto, algo me sacó repentinamente de mi burbuja de felicidad. Lo hizo a golpes, literalmente. Algo chocó con mi cabeza con brusquedad. Fue un golpe seco y veloz. Me giré para identificar al autor pero no encontré a ningún sospechoso a mi alrededor, hasta que miré al suelo y encontré una castaña delatora. La examiné y comprobando que casi todo el polen de la cáscara se encontraba en mi pelo, giré la vista encima de mí, divisando una peligrosa rama cargada hasta los topes de castañas dispuestas a ser arrojadas sobre algún incauto más.

Por la tarde quedé con un indeciso Anton que nuevamente me instó a ir al Mediamarkt como periódicamente (cada semana) llevábamos haciendo, para ver si se decidía o no a comprar un iPod u otro reproductor de mp3. Tras varias horas, salimos con las manos vacías como estaba mandado. Laura nos llamó para quedar en Rudolfplatz después de cenar y salir un rato. Anton no estaba convencido en absoluto y se extrañaba de nuestra costumbre de salir los fines de semana por la noche. Pudo comprobar unas horas después que no era algo intrínseco a los españoles, pues fuimos finalmente a Rudolfplatz para encontrarnos con nuestros colegas. Sí, acabé persuadiéndole para que saliera aquella noche.

La plaza estaba a rebosar de grupos de personas que salían y entraban a los locales, bares y vagones del tren indiscriminadamente. Intuí que él no estaba acostumbrado a esos horarios de salida, contando además con que sus amigos apenas salían por aquello de ser el último curso de bachillerato. Nos perdimos y tampoco pudimos localizar a Laura porque al estar en un local subterráneo, se había quedado sin cobertura. Me dio unas indicaciones cuando nos llamó por última vez, pero acabé guiándonos hasta una pizzería italiana. Supongo que mi memoria quedó dañada con el castañazo. Aprovechamos para cenar y fue entonces cuando Sergio, un colega que se encontraba con los demás en el subterráneo, vino en nuestra búsqueda. Tarde, porque encontramos finalmente el local a tiempo antes de que regresara, fiándonos ciegamente de mi intuición.

El local estaba muy bien, quizá demasiado claustrofóbico por aquello de ser bajo tierra y con escasa iluminación (curiosamente la poca luz se reducía a una foto de una familia afroamericana de los años 30 proyectada sobre una pared, en la cual nuestro grupo se apoyaba, sentado en unos sillones). Anton aprovechó para hablar cuanto pudo en castellano con los presentes y yo lo mismo con los alemanes de la barra mientras pedía cerveza. Unas rondas, cacahuetes y horas más tarde salimos de vuelta a casa. Al subir las escaleras de salida vi un flash con imágenes de Neumarkt, como apoyado en el suelo. En la salida topamos con unas amigas de facultad de Sergio y Neri que estaban de Erasmus en Alemania pero en distinta ciudad. Köln también es un pañuelo.

Al bajar al metro, nos despedimos del resto y cuando vimos llegar nuestro tren, Anton me dio una palmada en la espalda, con lo que perdí el equilibrio y me precipité al andén. Mientras caía de espaldas al oscuro suelo vislumbré borrosamente la cara de horrorizado de Anton y noté cómo la gente corría y gritaba hacia él intentando que no se tirara para ayudarme a escapar de la tragedia. A escasos centímetros del suelo, giré la cabeza y ante mí estaba el tren, cegándome con las luces. Sentí un gran dolor y… desperté tendido en la estación de Neumarkt con un señor dolor de cabeza. Me había quedado noqueado con el golpe de una castaña que me había dejado el pelo lleno de polen. Lo extraño es que en la mano sostenía un puñado de cacahuetes.