domingo, 15 de noviembre de 2009

Así fue el primer mes [1/3]

Sé que no es justo actualizar con un ritmo tan errático, no ya por que se pierda el hilo de la lectura sino también por el hecho de que no puedo abarcar con el detallismo que quisiera las vivencias japonesas. Pero esto no tiene por qué ser una desventaja sino todo lo contrario, ya que así tendremos la historia lo más sintetizada posible y por tanto de más ligera digestión. Así pues, preparaos para un enorme resumen de lo que fue octubre.

Dejamos la historia en el primer fin de semana, con el jet-lag y la depresión post-visita al cuarto de baño… en ese mismo fin de semana, por fin di con el paradero del susodicho documento que supuestamente había extraviado… que era el aeropuerto mismo, los oficiales de la aduana lo habían extraído de mi pasaporte… Al menos me sirvió para conocer a media residencia al tener que preguntar como un loco por el documento. Una vez roto el hielo con los nuevos compañeros, los extraños y cortos primeros días pasaron al recuerdo como las "primeras expediciones por Suita" (que es como se llama la zona en la que vivo en Ôsaka) y digo expediciones porque poco tardamos en averiguar que no íbamos a sobrevivir sin hacernos con una bicicleta. En Japón hay multitud de carriles-bici y su uso es bastante común, llegando a todos los estratos de edad (anda que no hay abuelitas on the road, menudo cuidado hay que tener). En nuestro caso no fue por seguir la costumbre, sino que tanto para ir a hacer la compra (tanto los supermercados con mayor descuento como las tiendas de todo a cien, que curiosamente se llaman igual aquí: Hyaku/100 store, pillan un poco lejos para ir andando y volver cargado con bolsas, aproximadamente más de 1km) y sobre todo porque al comprobar, vía GPS, a qué distancia quedaba el campus de la residencia… 3’5km con empinadas cuestas garantizadas… nos decidimos a hacernos ciclistas sin atender a más motivos.

Las dos primeras semanas apenas sí fueron una toma de contacto, tanto para la ciudad como para la facultad. En realidad hubo más pero ¿para qué molestaros con banalidades como pueden ser descripciones sobre la zona o el clima cuando hay millones de páginas que pueden explicároslo mejor?

Empezaré con la universidad: durante los primeros días, nuestras visitas a la universidad fueron puntualmente para asistir a las diferentes orientaciones para los nuevos alumnos. Resulta que en mi programa de estudios, OUSSEP, las clases son en inglés en su mayoría excepto en los cursos de japonés que se imparten en… ¿adivináis el idioma? Pero la cosa no queda ahí, no, porque las clases están repartidas a lo largo de tres campus para las asignaturas de mi programa:
- lunes y viernes, clases en Suita campus, que es el campus que queda "cerca" (25 min aproximadamente en bicicleta, grr…)
- martes y jueves, clases en el campus de Toyonaka, que es donde curiosamente viven la mayoría de las chicas en un dormitorio femenino casi en exclusiva (los pocos afortunados son japoneses que estudian posgrados). Es un campus al que se accede desde Suita campus a través de un servicio de autobuses gratuitos que pasan cada 20 min hasta las 19:00h. Es un absoluto coñazo por ejemplo los jueves, que tengo clase de japonés a las 08:50…
- miércoles y eventualmente algunas horas dispersas en otros días laborables, clases en el campus de Minoh, que está especializado en estudios de idiomas. Normalmente solo una minoría entre los que me cuento va a Minoh. Os explico: para llegar a Minoh se accede nuevamente a través de los gratuitos shuttle-buses (o autobuses gratuitos), que pasa primero por Suita campus y finalmente llega a Minoh, con una duración estimada de 50 min en total por trayecto. Sumado a que apenas un par de asignaturas forman parte de nuestro syllabus (programa de estudios) y fuera del mismo tan solo podemos recibir créditos de una asignatura extra (que no forme parte de nuestro programa por ende), son razones más que suficientes para que la gente sea reticente a unirse a los "valientes de Minoh".

Siguiendo con el programa de estudios decir que es bastante caótico ya que es una especie de híbrido entre carreras de muy diversa índole: derecho, química, literatura, sociología, filosofía, historia, psicología, matemáticas, economía, periodismo, ciencias políticas, etc. Por suerte, entre tanto jaleo académico he conseguido encontrar el mínimo de créditos para poder convalidar con mayor o menor afinidad al acuerdo de estudios concretado en mi universidad de origen. Claro está, tras la primera quincena entera de octubre asistiendo a tantas clases como fuera posible para poder escoger, ya que durante ese lapso de tiempo se desarrolló el "periodo de pruebas", para finalmente confirmar las asignaturas definitivas por cuatrimestre.

Terminando con el apartado académico me gustaría hablaros de lo que aconteció en octubre relacionado con la universidad: por un lado, el descubrimiento de la comida japonesa, si bien era algo que debí haber previsto y es que al principio sufrí mucho a la hora de adaptarme: muchas salsas, mucha confitura, mucho arroz, mucha verdura… pero poco sabor… los japoneses son perfectos matadores del sabor de la comida, precisamente por lo comentado, demasiadas chuminadas acaban por ahogar el verdadero sabor de los ingredientes. Una lástima, porque los platos en general son bastante equilibrados y los precios que barajan tanto los comedores de las facultades como los de los restaurantes a los que periódicamente vamos son más que razonables (es increíble lo barata que es la vida diaria aquí en comparación de lo esperado, al menos en Kansai (región de Osaka)).

Por otra parte y como última anécdota del día, comentaros mi fracaso al intentar entrar en el club de manga y anime de la universidad. De muchos es sabido que el sistema educativo japonés es famoso por entre algunas características una de las más notorias es la de las asociaciones estudiantiles o clubes amateur en las que los estudiantes invierten buena parte de su tiempo libre usando las instalaciones del campus. En esas estaba yo ayudando a un amigo a inscribirse en el grupo de pianistas cuando por sorpresa reparé en el anuncio que el club de manga y anime tenía en el mismo edificio para clubes del campus de Toyonaka. Me dirigí presto con toda la ilusión del mundo de demostrar mis dotes tanto comunicativas como de aficionado incondicional al manga y anime cuando… no pude apenas darme a entender con los miembros del club, quienes víctimas de su propia timidez no tenían valor para responder a mis preguntas coherentemente. A decir verdad esperaba mucho teniendo en cuenta lo abierta que suele ser la gente en Osaka con los extranjeros, especialmente los estudiantes, pero estos miembros cumplieron uno por uno los puntos clave del estereotipo de otaku, dícese de persona limitadas capacidades sociales, recluido en su finito mundo interno de aficiones personales. Una lástima, sobre todo por la única chica de los 6 miembros del club, que fue la única en dignarse a balbucear algo (ni en japonés podían hablar, hasta tal extremo llegaba el asunto, no digamos ya en inglés), con deciros que ninguno pudo ni mirarme a la cara. Me sentí defraudado porque ¿acaso no era quien intentaba comunicarse con extraños en un país y unas lenguas que no eran las suyas? Por suerte hasta la fecha se trata de un caso aislado, pero para hablaros de mis relaciones interpersonales tendréis que esperar hasta la siguiente entrega:

Así fue el primer mes [2/3]

¡Hasta entonces!

martes, 3 de noviembre de 2009

Los primeros días

Ha pasado todo un mes desde mi llegada a Ôsaka, y en todo este tiempo la conciencia no me ha dado tregua, remordiéndome a menudo por no dejar por escrito las vivencias de cada día. Pero hoy, día lluvioso como pocos, rompo con este silencio haciendo un resumen (porque a estas alturas es poco práctico profundizar en aspectos superfluos,  a la par que imposible) de lo que fueron las primeras horas de mi estancia japonesa.

Primero haré acopio de mis memorias con respecto al vuelo, aquel matador periplo que duró aproximadamente 13 horas humanas. Y digo humanas porque en realidad partí del aeropuerto de Barajas a las 13:20h del 24 de septiembre y… llegué 24 horas más tarde al aeropuerto Kansai International de Ôsaka… Esto se debe a los husos horarios, 7 horas de diferencia respecto a España. Los asientos para la tripulación de clase media (como el que escribe) no fueron lo suficientemente cómodos como para permitirme dormir más de una escasa hora hasta llegar 11 horas y 35 minutos más tarde a Pekín, donde haría una escala para finalmente llegar a Japón. Suerte que al menos Air China se portó y me dio tres veces de comer sin contar la merienda. Otra cosa no, pero no pasareis hambre en un vuelo de compañía china.

En el mismo aeropuerto conocí a otra española (no le resultó muy complicado averiguar mi procedencia, solamente bastaron mis “pintas” ¬¬), pero al contrario que yo, solamente iba a estar un trimestre por estas tierras. Montamos en el autobús para cambiar de aeropuerto, tuvimos una charla amena en la hora de viaje, nos separamos en la estación para tomar el monorail (sí, ese tren que “va por el cielo”), en mi caso, y un par de horas más tarde, (previa consulta en japonés a toda persona con uniforme que encontraba, no fuera a ser que nos perdiéramos nada más llegar) un taxi me llevó desde la estación más próxima hasta… mi residencia, o algo parecido.

La primera impresión, siendo honesto, fue desoladora: un edificio semejante a un hospital de barrio, sucio, tétrico y gris, muy gris. La habitación tampoco era precisamente una suite, apenas 2 metros de ancho y 4 de largo… una caja de zapatos del número 53 pero con muebles tercermundistas (un armario, la cama sin edredón y una estantería que se tambaleaba) y una moqueta tétrica como ella sola. Al menos la nevera era nueva, o eso me quiso colar el encargado que me recibió, el sr. Yamane. En realidad cada habitación consiste en dos cubículos (uno por habitante) que comparten plato de ducha, de los de toda la vida. Por suerte no había moho pero una buena barrida tampoco le vendría mal… Volviendo a mi habitación, el anterior inquilino fue lo suficientemente amable como para dejarme cables de red, un calendario no-erótico (al menos no para mis parámetros) de una modelo de kimonos (Hitomi Kuroki), un llavero y dos mapamundis. Pude comprobar más tarde que fui afortunado en comparación a mis compañeros, echadle imaginación si podéis.

Pero lo que me mató el primer día no fue el tremendo jet-lag que lastraba, la ausencia de gente conocida (especialmente tocado estaba esos días porque daba la casualidad de que en mi localidad, Cabeza del Buey (Badajoz), todos estaban de fiesta en romería), la aparentemente desoladora residencia con sus tres pisos, no. Lo que me causó más conmoción fue descubrir que tan solo disponíamos de tres retretes por piso, teniendo una media de 20 inquilinos para usarlos…

Os dejo con la intriga, pronto más.