martes, 13 de mayo de 2008

El poder del blog y la puerta de cristal

¡Saludos!
En primer lugar, y antes de continuar por donde lo dejamos, como siempre, muchas gracias a todos los que leeis este blog. Aún no comprendo cómo sois capaces de terminar las entradas (si lo haceis) sin caer dormidos frente al teclado... Es broma, pongo mucho de mi parte en hacer esto entretenido e instructivo.

Para aquellos que utiliceis este blog como consulta para vuestras futuras experiencias, no dudeis en contactar conmigo. Estaré encantado de ayudaros en todo lo que me sea posible. Colonia es un estupendo lugar al que venir a vivir: no solo es tranquilo para ser una ciudad grande, sino que además está provista de grandes posiblidades.

Me he llevado varias sorpresas al respecto. Como sabeis, la intención de este rinconcito era haceros llegar una crónica de mi estancia para orientaros un poquito, pero ha resultado ser una seña de identidad incluso. No solo he recibido mensajes de apoyo como el de Elena y Ale, sino también Bernard (un chico nuevo que ha venido a estudiar por aquí) y algunos de la nueva hornada de estudiantes me han reconocido porque leyeron este blog antes de llegar. Me replanteé algunas cosas respecto a la privacidad que pueda perder con mis escritos, pero tras el shock, lo ví todo de un modo distinto, quizá podía ayudar a través de ellos.

Retomando por donde lo dejamos, a principios de febrero, terminé los exámenes y visité Düsseldorf por primera vez. Estaba algo nervioso e impaciente porque en breve recibiría la visita de algunos amigos. Llegaron en dos tandas: primero Mavi, compañera del año pasado en Madrid, y después mis amigos Samuel, Norman y la compañera de piso de éste último, Joana, una chica portuguesa cursando una Erasmus en Madrid.

En un principio quise preparar un especial para el blog en el que cada uno aportara un poquito para hacer una crónica de su estancia por estos lares y que compartieran impresiones con todos, siendo una de las razones por las que fui atrasando esta entrada, pero siendo mayo bien entrado, no puedo esperar más, aunque algo sí me ha llegado, ya vereis.

Coincidió que el día que Samuel y el resto llegaban, tenía un encuentro junto a mis compañeros del curso de alemán en la casa de la profesora, más allá del barrio de Efferen. Me sentía un poco culpable por no recibir a los visitantes en persona, pero mis compañeros del curso acabaron por convencerme y Mavi me cubrió las espaldas, por lo que finalmente fui sin saber bien a qué iba.

Llegamos al lujoso chalecito adosado de Margret, nuestra profesora, que estaba sola en casa con su marido al llegar y sus hijos estudiando fuera de la ciudad. Era un chalet con altos setos y, atentos al dato que es relevante: la mayoría de las puertas eran de cristal. Primero llegamos Pablo, Rocío y un par más y esperamos sentados comiendo frutos secos en el salón de la casa. Margret nos ofrecía vino al tiempo que recibía a los nuevos visitantes que iban llegando. Me inquietaba perder la noción del tiempo y hacer esperar mucho a mis amigos, por lo que esperaba que a la mínima ocasión, pudiera llamarles por teléfono para avisarles de cuándo regresaba.

Cuando estuvimos todos, compartimos la comida que cada uno había llevado (menos nosotros, que no habíamos caído en ese detalle) y comenzamos a hablar de las valoraciones sobre el examen final. Margret nos comunicó que todos habíamos aprobado excepto un par de casos concretos. Tampoco hizo especial hincapié en detalles salvo comentarios acerca de mí. Le sorprendió que, a pesar de mi irregularidad durante el curso (tenía aptitudes para aprender, pese a que era de los menos preparados para el nivel, puesto que antes de venir aquí, tan solo había estudiado alemán por tres semanas en el verano anterior, y en el curso que estaba, algunas cosas se me escapaban, aunque Margret me aconsejó que me quedara) estaba contenta con el resultado, pues respondí a lo esperado. Dijo que fui "muy pragmático". En ese momento, me puse nervioso (imaginaos, un grupo dispar de gente de todas las nacionalidades mirándote fijamente y atento a lo que hablaban sobre ti) y al intentar agradecerle las palabras a Margret, me hice un lío y no pude terminar.

Me escondí bajo el jersey con la cara acalorada por la vergüenza (sí, puedo llegar a ser muy tímito y de hecho lo soy) y escuchaba de fondo las risas, a la vez que Margret dictaminaba el juicio de que a eso se refería: que tenía aptitudes que no desarrollaba salvo en ocasiones.

Desde la cocina llegó el olor a chili con carne que estaba listo para la cena así que nos levantamos para preparar la mesa y en ese momento, decidí coger mi móvil, que estaba en el recibidor junto a los demás abrigos cuando... ¡POM! Retrocedí andando de espaldas con un dolor punzante en la nariz y la cara. Algo invisible me había golpeado. Mientras me recuperaba en esos instantes en los que uno queda noqueado, lo primero que vi fue a varias personas explotando en carcajadas y preguntándome si me encontraba bien y otras tantas retorciéndose de risa en el suelo.

Me había golpeado con la puerta de cristal, que estaba cerrada.

Vale, llegados a ese punto, lo único que pensaba era: ¡Tierra, trágame! por dos razones:
-quería irme cuanto antes víctima de la humillación
-esperaba no haber resquebrajado el cristal de la, seguramente cara, puerta del salón

Por suerte, no pasó nada, ni un rasguño al vidrio. Nada, salvo el leve mareo y dolor que tenía en la cabeza. Para no ser maleducado, me senté a la mesa comiendo mi porción de chili y acabé con lágrimas en los ojos por la prisa en la que estaba comiendo todo aquel plato repleto de picante, a la vez que evitaba los jocosos comentarios.

Me despedí asintiendo por enésima vez que no me pasaba nada grave ni me mareaba y me reí con ellos. Margret me acompañó hasta la salida, enseñándome (en una expresión algo ambigua entre calmada y cabreada, me quedaré con la duda eternamente) que no le pasaba nada a la puerta (aunque juraría haber visto un arañazo que le señalé a Margret. Ella puso el dedo por encima como tratando de limpiarlo y quitarle hierro al asunto, aunque seguro que en ese momento se cagaba en mí varias veces). Me dio la mano y se despidió diciéndome que lo pasara bien en España. Le dije extrañado que no me iba todavía, que estaría en Alemania hasta verano y entonces repitió de nuevo "Que te vaya bien por España", por lo que deduje que ya ni me escuchaba. Me dijeron que los demás se quedaron hasta la madrugada cenando allí y que incluso el marido de Margret se unió a la comitiva, pero en esos momentos estaba ya de vuelta en Colonia.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Las puertas de cristal están a mala leche, dont worry about this xD A lo mejor Margret no estaba mosqueado, ya se sabe que los germánicos son algo secos, y los hungaros tambien(el otro dia hablé con una hungara por telefono y no veas,daba miedo)

Jeparla dijo...

Es lo que tienen las puertas de cristal, dejan pasar la luz pero los objetos palpables no.
xDDDDDDDDD

scaramanga dijo...

Puertas de cristal: a mí que me las pongan con barrotes, que al menos se ven un poco.

Aún recuerdo lo que me decían de pequeño: que iba por el mundo pellizcando cristales.

Anónimo dijo...

Y tú, me llevarías a KinderLand?

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
carla dijo...

Hola me encanta tu blog , tus vivencias en Colonia me trae muchos recuerdos yo tambien vivi en Colonia e iba al Fahoschule, que bueno que compartas todo ello con los demas, escribenos mas... saludos desde Peru ---

Anónimo dijo...

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