miércoles, 2 de abril de 2008

Carnavales

Siguiendo por el punto en el que lo dejamos, resumiendo, por el atípico enero, justo a las puertas de la clausura del primer cuatrimestre y el preludio a los carnavales.

Para los alemanes, y más concretamente para los habitantes de la región occidental del Rhin, son fechas muy señaladas, toda una tradición. Köln precisamente es la capital alemana de los carnavales, con mucho bagaje cultural a sus espaldas. Siempre han sido una fiesta destacada y como muestra, os explicaré los pormenores y peculiaridades que descubrí sobre ello aprovechando que investigué para una presentación oral en la clase de conversación.

Los carnavales (Karneval) son de suma importancia, tanto que son considerados por los habitantes de esta zona como la quinta estación del año, que comprende desde el carnaval de San Martín (¿recordais? El 11 de noviembre a las 11:11h) hasta los 40 días de cuaresma. Está permitido que aquel que quiera asistir a su trabajo o pasear por la calle enfundado en su disfraz es libre de hacerlo y además exento de burlas o reprimendas. Así, no es de extrañar el entrar en el metro y encontrarte un grupo de ancianas vestidas de ratoncita o señores como tiroleses. Recordad que Köln pertenece a la zona católica de Alemania, aunque ya he explicado anteriormente que la libertad de credo es más que patente. Supongo que este aspecto sería relevante varias generaciones atrás. Otro aspecto a destacar de los carnavales alemanes antes de entrar en profundidad con los de mi zona, es que generalmente no es una fiesta muy celebrada en otros lugares como Berlín o Hamburgo. Una excepción sería Baviera, al sur del país, donde la festividad otorga la voz cantante a las mujeres, soberanas absolutas del cotarro, que gobiernan a sus anchas imponiendo su voluntad durante esos días.

En Colonia (y por extensión en las localidades próximas como Dusseldorf o Bonn) los carnavales son una fiesta con varias caras: por un lado, la cultural, con la vistosidad que ofrecen los grupos de gente disfrazada en conjunto, más conocidos como murgas y comparsas, solo que la diferencia respecto a los de Cádiz o Badajoz, de tono humorístico además de estético, es que se compite por la elegancia; también los niños tienen su lugar, y a ellos van orientadas las carrozas y pasacalles en los que se reparten a diestra y siniestra caramelos y golosinas; por último, quedaría la parte del desparrame y es que si algo hizo que quisiera olvidarme de estas fiestas es el desfase y las cotas de degeneración a las que llega el personal.

La traumática mañana del primer día grande de los carnavales, el primer jueves de febrero este año, me dejó una inquietud de la que tardaría en recuperarme. Resulta que en esa semana me encontraba inmerso en plenos exámenes, y decidí junto a Laura, Neri y Anton, sacrificar el día estudiando en la facultad en lugar de sumarme al jolgorio. Recordaba el panorama de la víspera como un día en que la gente estaba expectante pero sumida en su rutina, es decir, los alemanes permanecían tan pétreos como de costumbre. Para nada intuía lo que vi ese jueves.

Nada más entrar en el metro, repleto hasta los topes de gente borracha ya de buena mañana entonando en el tono menos armónico imaginable, una señora a la que le faltaba media dentadura me agarró por el cuello con su brazo impidiendo que saliera del vagón para huir de su aliento apestante a whisky barato. No podía ni respirar y el aroma etílico casi podía palparse. No fue agradable precisamente. No llegaba al mediodía y la gente estaba ya que no podía ni tenerse en pie, y eso siendo el primer día.

Al llegar a la facultad, casi todo estaba cerrado y la biblioteca, cómo no, tampoco abrió sus puertas. Estudiando como pudimos, hicimos la tarde en un oscuro pasillo de un módulo con el ruido de los trombones y la música machacona que venía de cualquier parte tronando a lo lejos. Decidimos acompañar a Anton al concierto que daba en su instituto con motivo de los carnavales, pero resultó un poco de vergüenza ajena: lleno de críos y padres cámara en mano, fuimos al pabellón que hacía de salón de actos para ver un aburrido y absurdo teatro sobre rivalidades carnavaleras entre Colonia y Dusseldorf. Anton tan sólo tocaba la trompeta con un par de notas junto a la orquesta de su colegio para dar paso a cada acto. El acabose fue cuando nos preguntaron (a Neri concretamente) si éramos padres o alumnos del centro. Eso y que los canapés no eran gratis.

Al día siguiente tuve el examen de alemán. Juro y perjuro que intenté no llegar tarde pero la profesora debió de preveerlo así que cuando entré en el aula del examen 15 minutos tarde (los trenes me fallaron esa mañana), todos los presentes, unas 50 personas, comenzaron a aplaudir. Vaya espectáculo. Por supuesto, tuve que correr para poder esconderme muerto de vergüenza en la primera fila, única con sitio libre. El examen en sí no fue nada del otro mundo, salvo la parte de gramática, la cual decidieron dejar para la última de las 4 horas que duró el examen. Sabia decisión, cuando tienes el cerebro hecho mixtos por el cansancio y el madrugón (comenzó a las 08:00h de la mañana. Solo deciros que muchos de los presentes estaba de empalme con la juerga de la noche anterior) te plantan los ejercicios más complejos.

Siempre he disfrutado de estas fiestas, pero este año junto con los exámenes y el barullo, procuré disfrutar de la poca tranquilidad que ofrecía el nuevo piso de Neri, cerca del centro de la ciudad, intentando escabullirme de la gente en cada viaje de nuevo a casa. Me agobiaba la gente, más estando borracha, así que cuando surgía la idea de pasear por las concurridas calles de noche no hacía sino sentirme más incómodo. ¿Por qué elegí ser agorafóbico y no otra cosa?

Aún así, disfrazado me sentía diferente, relejado por haber finalizado el cuatrimestre, aunque no tenía ni ganas de tomar una triste salchicha a la brasa de los puestos carnavaleros. Recuerdo la apacible última noche, en la que regresé caminando por el puente que siempre recorro en tranvía, cubierto por la capa que me guardaba de la fría brisa del río (en realidad era una cortina de baño que costó 3 euros, con dibujos de jirafas, cebras, hipopótamos, etc. en flotador con un fondo azul imitando agua) y mi camiseta de Super-Coco, mi ídolo de infancia de Barrio Sésamo, el que enseñaba las limitaciones tridimensionales.

1 comentario:

Jeparla dijo...

Que movida de carnavales...

Tiene que ser un show. Yo que tu, me hubiese puesto el mp3 y ya que van borrachos es mas fácil imaginar que bailan un musical al ritmo de tu música xDDDDDDDDD