domingo, 13 de enero de 2008

20 de diciembre

La primera vuelta a casa. El último día del año en Colonia. Desperté con los sentimientos divididos. Por un lado, me embargaba la sensación de volver a casa y reunirme con los allegados en un ambiente totalmente familiar (entiéndase el juego de palabras), alentado por la ausencia de compañía durante la aburrida última semana. Aún así, en el lado contrario mantenía un sentimiento nostálgico por abandonar momentáneamente esta acogedora ciudad (más de una vez contemplé la idea de pasar las navidades aquí, aunque nunca seriamente. Más sabiendo que ni Anton estaría aquí por su viaje a París), pero el deber mandaba, y en las últimas horas debía cumplir con el deber de fingir tanto mi asistencia como la de Patri en la asignatura en la que estábamos condicionalmente admitidos.

Una exageradamente espesa niebla recubría todo. Más allá de mi ventana no había nada visible. Todo se encontraba envuelto en una capa grisácea pero clara. Daba la impresión de que Colonia no existiría más durante mi ausencia, como si necesitara de mi persona para permanecer físicamente. Cogí todos mis atuendos y revisé todo lo que dejaba por enésima vez. Salí a la calle, oculta bajo la intimidatoria niebla, observando con horror cómo la hierba permanecía congelada. Seguidamente, me dirigí a la facultad. Pude ver desde el tren cómo la niebla parecía cebarse con el microclima de Deutzer Ring.

Sin embargo, la acogida en el último día fue todo menos cálida: no había ni un vivo en los alrededores, lo cual resultaba sospechoso y por si fuera poco tanto el césped como las charcas con las pollas de agua y los patos estaban petrificadas por una capa de hielo. Al entrar a clase, la cara que se me quedó fue de antología: frente a la vacía aula, en la pizarra rezaba bien grande “Frohe Weinachte!”, que viene a ser una felicitación navideña. Me senté a contemplar el panorama y me reí sardónicamente degustando los bocadillos que preparé para el viaje.

Cogí el metro y descubrí a un intento de Doppelganger (doble que según los alemanes todos tenemos) pero en versión femenina: vestía oscuro, con una cazadora de aviador y unos pantalones que le quedaban holgados, una boina y cargaba con varios macutos. Por supuesto, el aire bohemio o simplemente de perpetua permanencia en la hinopia era calcado, asustándome por lo auténtico de la imitación. Era más bajita y llevaba el pelo largo en lugar de coleta, lo cual me hizo descartarla como doble porque además parecía buena persona y además intercambiaba miradas de extrañeza esporádicamente. Dio la casualidad de que se bajaba en la estación de tren, así que la seguí cual pervertido al acecho hasta que nuestros caminos se separaron debido a los distintos andenes.

Allí, en la estación de la catedral (que aprovechó para despedirse), en el andén 11 dirección Aeropuerto de Köln-Bonn, me reuní con las compañeras de viaje con las cuales contacté al saber que coincidiríamos en el vuelo. Incluso en el aeropuerto volví a coincidir con un compañero de clase del primer año de universidad. Colonia es un pañuelo (¿que huele a colonia?). Durante el control para embarque tuve que quitarme el cinturón y ser sometido a un vejatorio cacheo a contrarreloj (el guarda contaba con pocos segundos antes de que mis pantalones se bajaran del todo cediendo a la gravedad).

Hablamos hasta que acabaron dormidas en el vuelo, así que las dejé descansar mientras intentaba no volverme loco, pues unos cafres se dedicaban a comentarse los finales de las películas que recientemente habían visto…

Al llegar a Barajas, me despedí de las chicas y crucé la puerta de salida con las maletas, esperando encontrar dificultades, debido a las navideñas fechas, para encontrar a mi padre y a mi hermana pero no, al salir, de entre toda la muchedumbre destacaba una pintoresca pancarta de bienvenida que sostenían. Nos reímos y antes de regresar a casa en coche, pasamos por última ver por la residencia en la que vivía mi hermana para dejar allí a una amiga suya que recogimos en el aeropuerto.

Curiosamente, en las tres horas de viaje hasta casa no encontramos apenas tráfico: solo el oscuro y escampado firmamento estrellado, mucho campo y pocas luces. Incluso diría que en las ¾ partes del viaje no nos cruzamos con ningún coche, teniendo un plácido viaje.

Finalmente, llegamos a casa, donde nos esperaban el resto de la familia y los regalos que tenía acumulados con el tiempo.

FIN DE LA 1ª PARTE


La pancarta y el collar hawaiano que no faltan en una comitiva de bienvenida
WE(L)LCOME! (aunque la intención es lo que cuenta)
Las reliquias
(En perspectiva cenital)

3 comentarios:

Jeparla dijo...

Lo de que el mundo es un pañuelo que huele a Colonia tiene su gracia.
Un momento, dices que desde Barajas tardaste 3 horas en llegar a casa en coche sin trafico.. ¿donde vives?

En fin, espero que lo pasaras bien aqui en España y que la vuelta haya sido tambien buena.
Saludos! ^^

Anónimo dijo...

Siempre es gonito volver a casa por Navidad, espero que no te entre la morriña ahora que has vuelto a las pérfidas tierras germánicas :)

Jeparla dijo...

PD Que cantidad mas industrial de manga, ¿no?