domingo, 28 de octubre de 2007

11 de octubre

Quizá porque estábamos un poco agotados de tanto ajetreo con el papeleo (y eso que todavía quedaba una considerable cantidad por resolver) o porque la juerga de la noche anterior invitaba a pasar más tiempo en la cama, esa mañana no subimos temprano a la universidad, emplazamiento clave en el rumbo a seguir para poner todo a punto. Hacia media mañana nos levantamos, en un huequito de tiempo aprovechamos para darnos una rápida ducha, desayunamos y nos fuimos hacia la parada de tren.

Una vez en el campus, subimos la calle Universitätstrasse, que es la que debe recorrer Patri todos los días para ir a la universidad. Desde la parada de su línea de tren hay que andar más de 10 minutos hasta llegar a nuestra facultad, la Philosophikum, y debo confesaros que en el momento de terminar de patear esa calle no envidié para nada el recorrido que ella debe hacer diariamente. Mi línea de tranvía me deja a 3 minutos de la facultad y tardo más o menos 20 desde que cojo el tren desde casa, por lo que tardo lo mismo que ella andando bastante menos.

En el camino de subida dejamos al lado la oficina del Studentenwerker, que es la agencia que se encarga de administrar la contratación y el asesoramiento de las residencias en Köln. Ahí es donde tengo que ir para ampliar mi contrato. También pasamos frente al edificio de los cursos de alemán, amarillo él, con el que me quedé como punto de referencia para volver esa misma mañana. Aprovecho ya que hablo de calles para comentaros como van los transportes sobre los ríos de asfalto que recorren toda Colonia. Para empezar, no existe separación física entre los carriles de ferrocarril y las vías para los vehículos. En ocasiones pueden llegar a compartir semáforo (de más está decir que es totalmente verídico). Fue un hecho que me impresionó de primeras pese a que es algo a lo que perfectamente me he acostumbrado ya.

Idéntica es la situación para las aceras: peatones y bicicletas comparten espacio, coexisten en un mismo hábitat. De hecho, ellas tienen privilegio sobre el hombre que va a pie. Las aceras son de dos colores salmón y gris, que se entrecruzan (por lo que tienes que poner especial atención de no ser atropellado, porque esa es otra, si sufres un accidente arrollado por una bicicleta seguramente sea culpa tuya. Claro que para impedirlos están los siempre atentos ciclistas con sus timbres perfectamente audibles (espero que captéis la fina ironía). Como decía, está considerado como vox populi el privilegio del que disfrutan las bicicletas frente a los andarines e inferiores transeúntes). Teme por tu vida como yo hago porque aquí las separaciones son casi invisibles y ni en las aceras estás seguro.

En los semáforos, ambas clases sociales están sometidas bajo el mismo yugo: el de las luces rojas que detienen el avance de los biciclos, obligados a esperar cuan peatón nauseabundo; y el de las luces verdes (con simbolito tanto de persona como de vehículo con dos ruedas a pedales. Me espeluzna volver a llamarlos por su nombre, tal es la fobia que les he cogido) que rompe con esos utópicos e instantáneos momentos de cooperación, convivencia e intercambio cultural entre tan distintos mundos. Aquí la mayoría de los semáforos cuentan con un botón que debes pulsar para que se enciendan los farolillos de “Bitte warten” (por favor, espere) y poder cruzar tras una espera si el semáforo está en rojo para peatones, algo así como los “Peatón pulse” de muchos semáforos españoles. Es extraño pero el caótico No hay ni una sola moto (aunque he visto unas pocas, pero puedo contarlas con los dedos de las manos): todo son coches, trenes o tranvías. Como excepción están los barcos que van desde lo lujoso tipo crucero por el Rin a las clásicas barquitas.

Como veis el tema de la seguridad por las calles da para bastante pero por suerte esas terribles asesinas son seres de vida diurna. Es más tranquilo ir de noche, aunque todavía puede quedar alguna rezagada. Todas tienen una dinamo porque si vas sin luces montado en una de ellas si es de noche, multa al canto. Esa es otra, aquí te multan por casi todo: tirar basura a la calle, orinar en vías públicas, cruzar un semáforo en rojo, no reciclar en condiciones (como confundir el contenedor). El paraíso del policía en prácticas. Es parecido a España solo que aquí los importes a pagar por infracción son sensiblemente elevados: 300 euros pueden caer si cometes alguna de las anteriormente citadas. Los alemanes son muy pragmáticos claro que también es de agradecer pues las calles están todas muy limpitas. Da gusto pasear por ellas (con precaución, ya sabéis, algo que ya está en el subconsciente colectivo de cada caminante), lo único que puede taparte visión entre los colores salmón y gris asfalto del suelo son las hojas caídas de los árboles, y hay muchas. Colonia es una ciudad muy verde. Los trenes de Efferen siempre dejan un lado con sus bosques, una estampa muy bucólica, cada vez que suben a la urbe.

Ahora que ya tenéis una idea más clarividente de las calles en Colonia, volvamos a la mañana del jueves. A media mañana, media Europa tiene las puertas de los despachos y oficinas cerradas a cal y canto y nuestra facultad no era una de las que quedaba fuera de esta media. Aprovechamos para ir a ver cómo eran nuestras aulas. Algunas eran muy feas y grises, con pupitres como los de la autoescuela, con brazo-mesa incorporado. Otras eran un poco más cómodas, con silla y mesa. Fuimos a ver a la coordinadora de Erasmus de Filología, con la que Patri había hablado anteriormente, pero como no estaba en su despacho fuimos a lo que nos había recomendado: visitar a un profesor que atendía asuntos urgentes de Erasmus. Seguro que hacer la comida es un asunto urgente en lenguaje académico alemán porque él tampoco nos atendió así que decidí dejarle una nota por debajo de la puerta para que se pusiera en contacto por nosotros por mail o móvil.

Seguidamente fuimos de vuelta al edificio amarillo de los cursos de alemán para enterarnos de cuándo y dónde se hacía la prueba de nivel. Nuestras dudas quedaron respondidas por lo que quedamos libres para volver a casa, algo alicaídos al ver que la mañana apenas había fructificado respecto al día anterior. Comimos un poco (pizza, que no había ganas de cocinar, al igual que la cena del miércoles, que fueron los bocatas que traía de casa) y descasamos, comprobando que el profesor de las urgencias nos dijo que nos pasáramos o bien el lunes o el jueves siguiente, sin especificar hora, para qué si éramos adivinos. Ese día teníamos prisa en hacer las cosas, porque por la noche (desde las 18:00 a las 21:00) la mensa abría excepcionalmente sus puertas para dar cena gratis con cervezada, así que cogimos rumbo hacia el otro lado del río en dirección a mi piso para recoger por fin mis llaves.

Salimos sobre las 17:00 contando con que echaríamos una hora desde Efferen. Nos encontramos con un efferino que iba al mismo lugar. De no ser por él, quizá hubiésemos dado un innecesario rodeo. Al llegar a mi bloque de pisos, un impresionante rascacielos de 20 plantas, quedé impresionado ante su majestuosa figura. Desde la parada de Deutz-Kalker Bad, mi segunda casa ya que es la que más frecuento, se tarda casi 7 minutos andando hasta Deutzer Ring 5, mi bloque. Avisamos a Edu, un canario que estudia arquitectura, por teléfono para que bajara a abrirnos la puerta de la calle, que esa es una de las peculiaridades de Deutzer Ring 5, no tiene telefonillo habilitado para abrir el portal de entrada. Pasaré a comentaros por encima las características y porqués de esta peculiar residencia, que bien podría pasar por una prisión de alta seguridad.

Justo al lado de la entrada quedan los contenedores de basura, tres grandes e impares para compartir desperdicios. El portal, o cochera dada la multitud de bicicletas (¡argh!) que allí repostan, unas cincuenta. Es muy habitual tener una en Colonia, es un transporte muy usado. Suelen ser viejas, setenteras de tubos metálicos aunque también las hay adaptadas al conductor, con sillita portabebés, pintadas, etc. Tiene tres puertas de salida a la calle y un bar en una de sus esquinas (no sé si abierto porque queda en el extremo opuesto a la salida por la que paso siempre).Todas las puertas se abren con una llave maestra que sirve también para abrir tu piso (no el de otros) y tu habitación (no la de otros), misterios de la cerrajería. Para usar el ascensor para subir de piso debes introducir la llave y a continuación pulsar el número al que quieres ir. Estas medidas se deben a que los vagabundos rondan el edificio y más de una vez los inquilinos han tenido problemas con ellos. Todavía no he visto a ninguno pero no son leyenda urbana porque más de una persona ya me ha advertido sobre ellos y de que no abra a nadie extraño.

Hicimos tiempo en el piso de Edu hasta las 19:00, hora en que abrían en el piso de abajo la oficina de recogida de llaves. Desde su habitación puede verse una panorámica muy buena de la zona donde quedan los supermercados más próximos, LIDL y Plus (sí, el de los chiquiprecios), aunque quedan ocultos bajo un tupido conjunto de árboles. Una visión muy alemana, bosques en medio de residenciales con adosados. Bajamos a la oficina antes de la hora, con la prisa de irnos cuanto antes a la mensa y también porque solo abren durante 60 minutos tres veces por semana. El encargado me entregó mi conjunto de llaves, compuesto por una general y otra más pequeña para el buzón de correo. Luego nos enseñó el cuarto de la lavadora (que van por tarjetas, os recuerdo) y después el piso, no sin antes dejarme hacer uso de mi llave maestra.

Entramos en mi piso, que es el que hace esquina triangular del edificio, por lo que solo tiene tres habitaciones, no como el resto de pisos, que son de cuatro. Nada más entrar se encuentra el horario de las líneas de tren pegados en la pared y a la izquierda el váter (está separado de la sala de ducha) con un lavabo. Tiene una pequeña cocina en el pasillo derecho, donde al final quedan las habitaciones de mis compañeros. La mesa del comedor, que queda en la esquina entre los dos pasillos, es perfecta si estás enfadado con alguien con el que estás comiendo, pues tiene forma de circulo sin un cuarto (de 90 grados) que encaja con la esquina por lo que no ves a la persona que tendrías que tener frente a ti. Frente a ese pasillo, casi entrando en el izquierdo, está la sala de la ducha, muy elegante, con la puerta del plato de ducha de cristal transparente, y no demasiado pequeña. Mi habitación es la del fondo izquierdo y es cuanto menos curiosa porque no tiene ni una pared con la misma medida de las cuatro que lo componen.

La encontramos vacía y blanca, solo con la cama, el espacioso escritorio, un armario alargado móvil y un armario rectangular empotrado al fondo de la misma. El colchón desnudo presentaba unas pequeñas pero sospechosas manchas (al que pronto di la vuelta) y el escritorio tenía complejo de cama de lo grande que era. Os adjuntaré fotos para que veáis lo elegantes y azules que son mis muebles, con miles de compartimentos para desperdigar las cosas. Apenas solté el equipaje nos preparamos para salir. Hay dos ventanas: una pequeñita al lado del armario empotrado, la cual decidí que sería la única que se abriría, por pequeña y porque no muestra del exterior más de lo necesario, y otra cuadrada muy grande, demasiado para lo poco que me gustan las altura para avistar Colonia. También hay dos radiadores de distinto tamaño. Os dejo que adivinéis cual va debajo de qué ventana (pista: van acorde a los tamaños de las ventanas). Topamos con uno de mis dos compañeros, la viva imagen del cantante de Metallica en sus años mozos: rubio, alto y con pinta de macarra. Apenas cruzamos unas frases pero la impresión que me dio fue la de ser de pocas palabras.

Al salir ya era de noche y pude darme cuenta de que el sendero (algún día lo ascenderán de categoría a camino) de Deutzer Ring a la parada de metro es algo tenebroso pues apenas está iluminado. A un lado queda un campo de fútbol que suele estar frecuentado por chavales y al otro la Fahoschule, o facultad de ciencias aplicadas. Es un edificio del que tengo una perfecta panorámica cada vez que observo desde la ventana de mi habitación, la que siempre está cerrada no vaya a ser que haga una visita rápida al suelo de la calle 50 metros más abajo. Cuando finalmente llegamos a la mensa no quedaba nada para comer, aunque en el poco rato que estuvimos allí pudimos tomar un par de cañas mientras hablábamos con los demás Erasmus españoles, que aumentaban en número a cada minuto que pasaba, y nos echábamos fotos.

Después fuimos a una fiesta a un local en el que los estudiantes de medicina (y aquellos a quien apuntaban en la lista para colarlos) entraban sin pagar. Tantos éramos, tan larga era la cola para entrar y tan cara era la entrada para ni poder respirar dentro que pronto formamos una comitiva para buscar otro sitio. Nos quedamos fuera hablando entre nosotros, inflando preservativos que algunos habían cogido gratis de unas revistas en la mensa y contando chistes malos hasta que por fin decidimos movilizarnos. En ese momento conocí a mi vecina, Cristina, una alicantina (de Elche, al cual no le guarda mucho cariño) muy simpática que estudia Telecomunicaciones y domina el alemán y el inglés. Su momento triunfal fue cuando me dio un gran abrazo diciéndome que había oído hablar de mí y que se alegraba de que fuéramos vecinos (las puertas de nuestros pisos están en frente) pero sobre todo cuando me dijo que no le iba el rollo discotequero al igual que a mí. Aunque estaba apuntada en la lista (es una chica con muchos contactos, la más veterana, por lo que casi todos la conocen) prefirió quedarse fuera y nos fuimos con un grupito de gente a comer un poco a una pizzería que quedaba cerca.

A Cris, por lo que me contó en el camino de vuelta a casa, la llaman la “mami” porque al ser la primera que vino acogió a los que vinieron tras ella sin piso y porque es muy protectora, parece la hermana mayor, avisándote a cada momento de todo carril-bici, vía de tren o semáforo a la vez que tira de tu abrigo mientras te cuenta algo interesante prácticamente sin inmutarse. Es un personaje y más me sorprendió al saber que era de mi edad (parece mayor no solo de aspecto). Finalmente regresamos al nuevo hogar y allí Cris se ofreció a acompañarme al Studentenwerker la mañana siguiente para alargar mi contrato y explicarme cómo solicitar internet. Al pasar adentro en mi piso, me crucé con mi otro compañero, un marroquí que se llama Renaud el cual se daba un aire al cantante de Macaco. El piso queda un tanto musical con mis dos compañeros, el de Metallica y el de Macaco, y conmigo mismo, un intento de Melendi como me han llamado por aquí. Tras intercambiar saludos en un idioma desconocido para cada uno, entré en mi habitación fría. Estaba contento pero apesadumbrado por ser la primera noche que pasaba solo. A partir de ese momento fui consciente de que todo empezaba realmente.

Acomodé un jersey y un pijama a modo de almohada y sin cambiarme de mi abrigada ropa, me tumbé sobre el colchón y me arropé con una improvisada envoltura de abrigos y jerséis gruesos. Tirité un poco pero os aseguro que ha sido la única noche en la que he pasado frío en la habitación. Los nervios y el miedo a la altura que dejaba imaginar el amplio cristal de la ventana principal no me dejaban tranquilo. No recuerdo en qué momento me quedé dormido.

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