domingo, 28 de octubre de 2007

21 de octubre

…también conocido como EL DÍA.

Me levanté y tras desayunar y deambular durante un ratillo por mi piso, abrí de nuevo la tapa del portátil. Como tampoco tenía mejor cosa que hacer esa mañana, enchufé el cable de red al puerto de conexión y descubrí un pequeño aviso en la esquina inferior derecha de la pantalla que rezaba “Acceso a Red Local”. Intuía que algo se estaba cociendo por lo que fui a despertar a Edu para preguntarle acerca del extraño aviso. Tampoco él entendía lo que quería decir pero me dio una nota con las instrucciones que debía seguir para conectarme a internet una vez dispusiera de línea. Bajé a mi habitación pero antes de marcharme Edu me informó de que el grupo de Erasmus españoles de Deutzer Ring 5 iban a ir esa tarde a ver la final de la fórmula 1.

Seguí los pasos y… ¡por fin disponía de conexión a internet en casa! Pocas veces me he alegrado tanto estando en un decimoquinto piso (es un hecho que sigue presente, aunque lo ignore. Más bien me he habituado. Doy rienda suelta a mi instinto voyeur de vez en cuando por lo que ahora agradezco estar tan alto, irónicamente). En seguida me puse a configurar todos los exploradores y programas para contactar con casa. Realicé unas llamadas por el Skype (con el que pueden hacerse video-llamadas) y hablé con quién pillé por banda por el Messenger. Así fue como me enteré de que los efferinos y el resto de Erasmus también irían a ver correr a Alonso.

Tal era la euforia que me embargaba que no podía ni esperar a que las patatas fritas terminaran de dorarse para volver a hablar a través del ordenador, por lo que tuve que conformarme con unas patatas algo crudas con una pechuga de pollo a la plancha. Me entretuve todo lo que pude hasta que llegaron las 16:30, hora en la que debía bajar a los buzones del último piso, punto de encuentro para ir a ver la carrera. Empezaba a las 18:00 pero el bar al que íbamos estaba en Junkerdorsf, en el extremo occidental de la ciudad, por lo que echaríamos un ratillo en el tren.

Conocí a bastante gente en la reunión, pues aunque era consciente de que había españoles en mi bloque, jamás hubiera pensado que superábamos la veintena, y eso que no íbamos todos (unos quince). Por el camino una chica me estuvo hablando de lo mal que lo pasaba porque vivía en el primero, puesto que no tenía cortinas y la gente podía ver su cuarto desde fuera prácticamente. También venían Luis y muchos conocidos.

Llegamos a la parada que correspondía y, oculta tras una maraña de árboles, encontramos la pequeña tasca/taberna/bar que nos cobijaría aquella tarde. Aunque era pequeñita, no sé explicar cómo cogimos cómodamente una treintena de personas en la angosta zona de no-fumadores (o eso ponía, aunque la gente hizo caso omiso). Lo curioso es que en medio de la zona donde estábamos y la barra, se erigía una espaciosa mesa de Black Jack siempre ocupada por empedernidos jugadores.

Vimos la retransmisión de la cadena RTL en una pantalla grande de tela, pues las imágenes provenían de un proyector. Nos estuvimos riendo y gritando sin darle importancia a las reacciones de los sorprendidos y también animados alemanes. Laura, una de las efferinas (aviso que he llegado a conocer a tres “Lauras”: dos efferinas y una malagueña, que es la que va con Rocío (las chicas de la matrícula, para que os aclaréis)) y Rafa, un canario que vivía cerca del bar, me iban explicando los entresijos de la carrera: el sistema de puntuación, las clasificaciones, los momentos clave, etc. Confieso que soy un absoluto desconocedor de este deporte, a pesar de que mi hermana pequeña y mi amigo Santi son unos forofos del mismo.A pesar de ser un profano, no me arrepentí de ir allí. Celebramos a gritos la derrota de Hamilton, que no el tercer puesto de Alonso y cantamos a coro.

Después, casi todos se marcharon y me quedé con un reducido grupo con el que fui a conocer la residencia de Clara, Rocío y Rafa, entre otros. Tampoco tuvimos que andar mucho, pues el alargado edificio era el mismo bloque que se alzaba sobre el bar donde habíamos estado. Era un bloque de pisos mucho más vetusto que DR5, pero curioso, pues tenía más aspecto de residencia. Subimos en el ascensor, el cual tenía un fondo falso que tardó poco en ser descubierto por los que nos subimos en él. Vimos un par de habitaciones y antes de marcharnos subimos hasta la última planta para divisar las vistas que ofrecía el anochecer de la zona. Evidentemente lo más cercano que estuve de la escasa barandilla sin barrotes que tenía el pequeño balcón (no tenía la magnitud necesaria para que pudiera catalogarlo como una azotea) fueron 3 metros, los suficientes para poder avistar un iluminado estadio (el de fútbol de Colonia).

Volvimos a casa, no sin antes despedirnos hasta la siguiente jornada, y descansé en mi habitación sonriendo al, ahora conectado a la red de redes, ordenador portátil.

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