domingo, 28 de octubre de 2007

15 de octubre

El primer día de clase y ya llegaba tarde, estupendo. La clase empezaba sobre las 10:00 y llegué a la facultad 10 minutos tarde. La clase estaba cerrada y como me habían dicho que irrumpir en medio de una explicación es una falta considerada aquí muy gravemente, decidí hacer tiempo hasta que terminara y pudiera hablar con el profesor para que me incluyera en su lista de alumnos. Me conecté a internet desde un perfil provisional que una chica amablemente me configuró para poder navegar sin problemas por la red. Hablé con unos pocos contactos hasta que vi salir a Patri del pasillo donde tendría que estar en clase. Traía cara de no haberle gustado la asignatura y así era, pues me sugirió que mejor no volviéramos ya que la carga de trabajo era demasiada para los pocos créditos que nos daban.

Corriendo fuimos a apuntarnos a la prueba de nivel para los cursos de alemán gratuitos que ofrecía la universidad. Solo teníamos esa mañana y unas horas de la tarde para poder inscribirnos, y puesto que media universidad tenía el mismo escaso plazo, nos dimos toda la prisa que pudimos. Entramos en el edificio amarillo de los cursos de idiomas y nos agregamos a un grupo de conocidos españoles que estudiaban medicina (no sé qué debo de tener pero casi siempre acabo juntándome con futuros médicos, ¿mera casualidad?). Esperamos tres cuartos de hora hasta que por fin nos tocó el turno. Cerrábamos el cupo de los que se inscribían por la mañana, es decir, éramos los últimos y tras nosotros los que llegaran deberían esperar a la tarde. Me recomendaron que intentara apuntarme en el nivel A2 porque una idea básica del alemán ya tenía de las tres semanas del verano en que lo había estudiado.

Le expliqué brevemente mis motivos a la mujer que tomaba mis datos y me sugirió que quizá debería empezar por el nivel más elemental aunque si pasaba la prueba de nivel y después no me sentía cómodo en el nivel que había seleccionado podía cambiarme a otro más bajo sin mayor problema. Cabe añadir que los que decidían asistir al nivel A1 estaban exentos de tener que hacer la prueba de nivel. Así pues, tras ver mi nombre y datos registrados en el ordenador de aquella mujer, nos fuimos a comer a la mensa de la facultad de medicina, que quedaba a unos minutos al oeste de mi facultad. Lo curioso es que para llegar a ella había que bordear un cementerio…

Cuando terminamos de comer le dije a Patri que tenía que ir a la facultad para hacer mi matrícula (la de la universidad de Colonia debe hacerse por internet desde su web) así que mientras ella y una amiga de medicina, CrisCa (de Canarias), se tomaban un café esperando hasta la siguiente hora, me dirigí hacia la sala de ordenadores comunes. Allí me atendió una becaria que me indicó que mejor fuera unos pisos más arriba al despacho específico de la web de la facultad, del cual ignoraba su existencia hasta esos momentos, que allí me ayudarían a matricularme. Subí por las escaleras mecánicas (sí, en mi facultad no hay escaleras con escalones) y en la cola esperando conocí a dos chicas españoles que estaban en mi misma situación. Intercambiamos información sobre el modo de matricularse y se marcharon antes de que la becaria que atendió a mis peticiones comenzara el proceso por ordenador.

Fue un pequeño fracaso, puesto que de las 6 asignaturas que tenía pensado matricular (aquí se hacen por cuatrimestre, dos matrículas al año en total) solo pude inscribirme en una. La chica me dijo que no me preocupara pues el sistema permitía que solamente hablando con los profesores durante las primeras semanas pidiéndoles que me incluyeran en su lista bastaba para que pudiera estar inscrito en ellas. Bromeé un poco con ella y me tranquilizó añadiendo que con los estudiantes extranjeros los profesores solían ser más permisivos.

Bajé a buscar a Patri, no sin antes conectarme un ratito más en los ordenadores comunes, para ir a la siguiente clase que teníamos, ya a las 17:45. Las chicas con las que había hablado anteriormente también estaban en la clase esperando, puesto que también formaba parte de su plan de estudios. Charlamos durante un largo periodo de tiempo hasta que percibimos que la gente que esperaba en el pasillo en la puerta de la clase se iba. No iba a haber clase de esa asignatura al menos ese día. Terminamos la jornada riéndonos de lo divertida que había sido la clase (irónicamente era un curso de conversación).

Decidimos buscar el resto de aulas que aún teníamos sin ubicar. La prueba de nivel sería en el edificio de enfrente, en el salón de actos. Igualmente, una clase de literatura se impartiría en el aula magna del edificio junto al principal de la facultad. Estábamos entusiasmados de tener clases en un aula como las que suelen aparecer en las películas de universitarios. Finalmente, el resto de asignaturas se impartirían en el edificio de la biblioteca, que era el contiguo al edificio del aula magna (y cuya entrada queda a escasos metros de mi parada de tren). Pasamos por unos momentos angustiosos pues nos costó dar con las aulas, a las que se accedía atravesando un laberinto de puertas y escaleras que tardamos en resolver. Estaban en un hipotético cuarto piso (para que os hagáis una idea, desde fuera no podía verse dónde estábamos ya que supuestamente el edificio de la biblioteca se componía de dos pisos principales sin ningún bloque adjunto) que no podía percibirse desde fuera. Llegué a pensar si no estábamos en una dimensión paralela.

Volví a casa y antes de enclaustrarme en mi piso hice unas cortas visitas a mis vecinos Edu y Cristina. Saqué el taco de apuntes de alemán que tenía de julio y los coloqué sobre el escritorio para repasarlo por encima para la prueba de nivel. Sin embargo, tuve que subir de nuevo a darle un toque de atención definitivo al guitarrero ya que pasada la medianoche seguía tocando a su antojo, impidiéndome terminar de repasar. Se mostró un poco molesto a primeras pero su actitud cambió por completo cuando le comenté algo que me intranquilizaba: cuando tocaba tan alto como había estado haciendo las paredes de mi habitación temblaba y lo pasaba mal con el vértigo. Se disculpó de nuevo y prometió ser más comprensivo. Sellamos el acuerdo estrechando las manos. Desde entonces sus punteos siguen ahí pero ya no son más que un leve zumbido que apenas retumba y a partir de la noche cesa.

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