domingo, 28 de octubre de 2007

17 de octubre

En cuanto me levanté y terminé de prepararme, cogí mis bártulos para el papeleo y me fui al edificio del Studentenwerk con intención de renovar mi contrato de alquiler. Hacía unos días que había recibido una carta donde me daban de plazo para dar el número de cuenta para domiciliar el pago hasta el día 19. Como veréis, en Alemania los servicios de administración son más eficientes que los españoles, si bien al principio tenía hasta el día 15 para hacerlo, al estar en obras me avisaron por carta de que disponía de más días. En la puerta esperando reconocí a dos Erasmus españoles que me explicaron qué debía decir exactamente por si quería evitar complicaciones.

Cuando me tocó entrar, una señora me atendió en alemán y al ver que no entendía ni papa, se echó a reír y forzando su inglés, escudriñó un par de frases en las que me decía que esperara a que en unos momentos llegara una compañera suya que me ayudaría en inglés. Como ya sabía lo que debía hacer, le entregué mi contrato provisional firmado, mi pasaporte y el certificado de estudiante (el abono-transporte) a lo que reaccionó aliviada. Le indiqué que quería ampliarlo hasta julio y justo cuando terminamos el proceso llegó la angloparlante. Mi alemán me dio lo suficiente para entender la broma que le espetó la mujer que me atendió a la recién llegada cuando confirmó que solo quería una ampliación de contrato: “llegas tarde”, por lo que nos reímos en conjunto.

Con una cosa menos por resolver, regresé a casa a las 14:00. Tenía tiempo para cocinar así que me alegré porque ¡por fin podía comer comida sana!: ¡bacon con queso! No había comprado mucho más para cocinar así que freí unas tiras y unos trozos de ajo y los metí en un bocadillo que improvisé con dos rebanadas de pan tostadas. Abrí el zumo que mis compañeros me habían regalado con anterioridad (aparte de la alfombra y los muebles, me dejaron la nevera pequeña, de las dos que tenemos, entera para mí solo con todo lo que hubiera dentro aprovechable. Tiramos todo excepto un zumo de manzana sin abrir y una botella de vino seco rosado) y disfruté del festín. Al terminar de comer apareció Renaud de su cuarto y le pregunté si le molestaba de alguna forma que cocinara carne de cerdo a lo que me respondió que no le importaba, simplemente no la comía pero no se ofendía ni mucho menos.

Por la tarde visité a Edu con quien había quedado para ir a solicitar internet para mi habitación. Estaba ocupado por lo que me indicó cómo llegar y que allí me atenderían en inglés, por lo que podía ir solo. Ese día las lluvias irrumpieron en Colonia y con ellas el buen tiempo que nos había acompañado hasta entonces comenzó a disiparse. Fui corriendo hacia donde Edu me indicó y entré en la Fachhosule llegando desde un puente que la comunica con Deutzer Ring 5. Atravesé una encrucijada que descifré con las pistas que conocía (se accedía a la sala por la puerta este a la cual se llegaba por la oeste, que era la más cercana a la sur. Suena lioso pero es que os lo he mencionado tal cual me indicaron).

Llegué a la sala y allí un becario y una señora que me hacía de intérprete me atendieron. Rellené un impreso a modo de contrato y me dieron una clave de acceso para cumplimentar el formulario de solicitud para tener conexión en el cuarto. El becario me acompañó hasta una máquina mediante la cual se procesaba el formulario. Lo que no me dijeron es que necesitaba mi portátil para mirar unos códigos. Tenía poco minutos antes de que el becario terminara su jornada por lo que le dije que esperara que intentaría volver en seguida. Corrí lo más que pude y milagrosamente tardé menos de 10 minutos en subir a mi habitación y volver (claro que mientras corría en medio de la llovizna me repetía: ¿quién puede más: tú o las ganas de tener internet? La respuesta era obvia y fue el catalizador de la prisa que me di).

Ahora bien, niños, primera lección sobre qué debéis hacer si planeáis encender el ordenador fuera de casa. ¿He oído llevar consigo la batería o en su defecto un adaptador para enchufarlo a la electricidad? Muy bien, respuesta correcta porque fue justo lo que no hice con tanta prisa. La cara que se le quedó al becario cuando vio el panorama no puede describirse. Tomé aliento y me dije que volvería otro día. Merendé y me puse a escribir durante un largo rato viendo la lluvia sobre Colonia.

Fui a visitar a Cristina y sus compañeras me secuestraron, literalmente. Cris no sestaba allí sino haciendo la colada en el último piso, por lo que me llevaron hasta su sala común y me ofrecieron que la esperara allí sentado con ellas. Me divertí porque empezamos a reírnos: me puse a decir las palabras y frases que conocía de chino a la compañera china de Cris (una de ellas era “Wo ai ni”, que significa “te quiero” por lo que las chicas explotaron en risas); lo poco que conocía de árabe (que resultó ser una variante egipcia, supongo que se debe a que las aprendí durante mi estancia en ese país) a la marroquí, que me comentó que me daba un aire a su sobrino pequeño en los rasgos; y algo de lo que recordaba de mis estudios de francés a la compañera alemana que había estudiado en un colegio francés.

Las chicas me preguntaban por frases graciosas en español para bromear con Cristina. Cuando ella irrumpió minutos más tarde, todas la saludaron con un gran “¡Hola guapetona!”. Cris y yo estuvimos enseñándoles más frases conocidas como “qué fuerte” y similares y al final conseguimos que la marroquí, que por cierto es muy alocada, le dijera por teléfono a su novio (el cual sabe hablar en español): “Hola guapetón, estoy cachonda”, tras lo cual estuvimos riéndonos un rato.

Una cosa que nos he comentado todavía es que aquí hay verdadero interés por lo español, quizá especialmente por lo latinoamericano. De hecho, muchos vecinos alemanes de Patri estudian “latinoamericano” en la universidad y no es extraño encontrarse carteles que anuncian conciertos y fiestas con motivos latinos: salsa, ska-latino, grupos cubanos o españoles, etc. Cuando voy por el metro o simplemente paseando por las calles resulta curioso (aunque es habitual encontrarlos, pues los hay por todas partes) ver cafeterías o pubs con nombres latinos. También en los centros comerciales hay productos que no tienen el nombre traducido, como los tacos o las patatas (me vine engañado a Alemania. Me harté de jamón serrano en España porque me dijeron que aquí no habría y mira tú por dónde lo encontré en el LIDL a 2 euros en lonchas). Hay restaurantes especializados y en la universidad es uno de los idiomas que más interés suscita. Con razón llaman a esta ciudad “la ciudad más al norte de Italia”, pues puedes ir por la calle escuchando a gente en alemán y de pronto un “hola, ¿qué tal?” o “…pues el otro día…”. Quizá presto más atención por lo castellano, pero también hay un buen número de italohablantes en esta ciudad.

Terminé mi visita con las chicas prometiendo volver y me fui a casa a cenar. Coincidí con Dennis y le pregunté qué tal estaba del viaje a lo que me respondió “Kaputt”. A muchos os sonará esta palabra y os hará gracia (creo recordar que en castellano se usa en ocasiones). Os diré que en alemán significa tanto “roto, estropeado” como “hecho polvo” para personas y como conocía ambas acepciones pillé la broma. Le expliqué que había vuelto a hablar con el músico pero le tranquilicé diciéndole que estaba cumpliendo con lo prometido y no había vuelto a molestarme. Me puse una película y a su final me quedé dormido.

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