domingo, 28 de octubre de 2007

22 de octubre

El viernes cuando salimos de clase, y antes de pasarnos por el Teppig, fuimos a ver los resultados de la prueba de nivel. ¿Que por qué no lo dije en su momento? Por evitar que os marearais con tanta auto-referencia. Resumiendo os diré que me aceptaron en el nivel que quería (el A2) pero no en el horario que me convenía, pues el horario se solapaba con mis clases de literatura del jueves (las cuales son obligatorias para mi plan de estudios, recordad que al menos el 30% de créditos matriculados deben corresponder a literaturas). Concretamente, me habían incluido en el turno de tarde, de 14:15 a 17:30 los jueves y viernes. Casi todos con los que había hablado estaban disconformes con el grupo en el que les habían colocado, puesto que en la mayoría de los casos les habían bajado de nivel. Me comentaron que fuera a intentar cambiarme de grupo, que siendo dentro del mismo nivel no tendría mayor problema. Cuando realmente ponían trabas era a la hora de protestar por el nivel. Olvido comentaros que durante el fin de semana, nos habíamos organizado para buscar nuevas asignaturas a las que ir para hablar con los profesores para finiquitar el acuerdo de estudios con todas las asignaturas del primer cuatrimestre.

Por tanto, lo que debía hacer principalmente durante aquel día era cambiarme de grupo en los cursos de alemán y seguir el plan que habíamos meditado. Espero que no seáis lectores susceptibles de padecer ataques cardiacos porque lo que os relato a continuación puede dejaros los pelos como escarpias mínimamente. Iba llegando en el tren hacia la universidad cuando el vagón hizo su debida parada en la penúltima por la que pasa antes de dejarme a las puertas de la facultad. Es la parada de la mensa, como popularmente la conocemos, Dasselstrasse, que está situada bajo un puente por el que cruza una línea de tren que lleva a Bonn. En sus oscuros muros (no porque la luz no incida en el espacioso puente, sino porque las paredes son de color negro) suelen pegarse semanalmente decenas de carteles de fiestas universitarias, eventos culturales como ciclos cinematográficos y conciertos. Eché un vistazo a los anuncios como cada mañana hago y vi los habituales de la semana anterior: Apocalyptica, Interpol, Travis, grupos de música electrónica, etc. Todos ellos a tener en cuenta por si me daba algún día la vena sibarita y decidía ir a algún concierto de tantos como se celebran en Köln.

De pronto, noté que uno de los coloridos carteles era nuevo. Era espacioso, rojo, con las figuras de cinco mujeres impresas y el nombre de la agrupación en gran tamaño sobre ellas. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo de un extremo a otro cuando distinguí quiénes eran: ¡las Spice Girls! De pronto todo a mi alrededor se tornó de un oscuridad profunda y miles de llamas de me rodeaban. Sentí cómo un intenso fuego me abrasaba por dentro y me inmovilizaba y en mi cabeza sonaban repetidamente palabras en un desconocido idioma. Una estruendosa voz se alzó entre todas las lejanas voces y con un chorro de voz muy grave me repetía impetuosamente “¡¡…Me comeré tu alma…me comeré tu alma…!!”. Cerré los ojos mientras intentaba oponer toda la resistencia que mi paralizado cuerpo me permitía.

Cuando volví a abrirlos me encontré jadeando intensamente, con todo el cuerpo dolorido y pequeños cortes por toda la cara y las manos, según pude ver al reflejarme en el cristal del vagón. Miré al resto de pasajeros pero nadie parecía estar alterado, pues todos seguían inmersos en sus conversaciones o enfrascados en sus lecturas. Los ojos y la cara me ardían, estaba sudando y me temblaba todo el cuerpo, aunque nadie reparó en mi nerviosismo. Todo permanecía igual que como estaba antes de mirar al cartel. El tren se puso en marcha e intenté tranquilizarme sin pensar en lo que me había acontecido.

Me reencontré con Patri en la facultad, pero no le comenté nada de lo sucedido. La primera clase del lunes era la misma en la cual nos rechazaron la semana anterior, sólo que se impartía con otra profesora los lunes a las 12:00. La nota curiosa viene cuando siendo los apuntes idénticos, la materia exactamente la misma (¡viva la libertad de cátedra!) e incluso la organización de la clase, la profesora no nos puso pega alguna a que asistiéramos a su asignatura. Increíble pero cierto (aunque en este día parece que voy a prodigarme contándoos sucesos extraordinarios).

Salimos de la clase y me dirigí al edificio de los cursos de alemán, pero viendo que cerraban en poco tiempo y que la cola era considerable, decidí volver con Patri y los demás que me esperaban para comer en la mensa (también conocía allí a una chica que estudiaba periodismo, Rosa, que me explicó algunas cosas sobre los cursos gratuitos a los que podía apuntarme). Nos reunimos con un grupo de españoles a los cuales seguro que ya recordaréis, el grupo de traductores con los que coincidimos en muchas clases: Carlos, Clara, las 3 Lauras (dos valencianas (de Villa Real) y una malagueña) y Rocío. Todo parecía ir sobre ruedas en la comida, pues fuimos a la mensa todos juntos y nos sentamos en una mesa que ocupamos al completo. Empezamos a hablar de nuestros planes para Halloween, pues algunos tenían pensado ir a Disneyland París a pasar la noche, ya que se celebraba una fiesta ambientada con motivos relacionados con la noche de los muertos. Fue en el momento en el que empezamos a hablar de la vuelta de España cuando Carlos comentó que el día 20 de diciembre, en el cual regreso a casa, coincidía con un concierto al cual él quería ir. Todos nos sorprendimos cuando nos dijo el importe de la entrada: 77 euros. Entonces una incauta preguntó el nombre del grupo, el cual me veía venir. Efectivamente, Carlos respondía que eran ellas, ¡las Spice Girls!

Instantáneamente salí despedido de la silla, mi cuerpo empezó a elevarse unos metros por encima del suelo y al mismo tiempo que repetía sin cesar frases en latín empecé a vomitar sangre por toda la sala. Mi cabeza giraba sobre sí misma por lo que todos los que se encontraban a menos de 5 metros de distancia quedaron impregnados. La gente no paraba de gritar horrorizada pero paralizados por el miedo no huían, se quedaban inmóviles contemplando la grotesca imagen. Según me dijeron, tenía los ojos en blanco y reía histriónicamente imitando una diabólica carcajada. No recuerdo nada de ese breve lapso de tiempo, que según me comentaron los que fueron testigos del incidente, duró apenas unos segundos, tras los cuales, me desplomé en el suelo sin conocimiento.

Cuando recobré el sentido, mis compañeros me instaban a incorporarme y me ofrecían agua mientras se limpiaban con poco éxito del líquido rojo con un par de pañuelos de papel. Entre dos me cogieron de los hombros y me sacaron a la calle a que tomara un poco de aire para recuperarme. No era muy consciente del panorama, pues me encontraba muy mareado, pero recuerdo la pálida cara de una chica que se puso a llorar histéricamente cuando pasamos frente a ella al salir por la puerta. Imperaba un silencio que desapareció a nuestra salida, pues el escandalizado público irrumpió en un gran bullicio comentando lo que habían presenciado.

Rocío y Laura se me adelantaron y fueron a lo de los cursos de alemán, por lo que me las encontré unos puestos más adelante en la cola de espera. Laura me animó a que me apuntara con ella a un curso gratuito de habla en alemán. Ella estaba casi como yo, en los primeros cursos de alemán, en el A1, el más bajo, pues Rocío (que por cierto, nos comentó que había vivido 3 años en Bonn y que era bilingüe de alemán prácticamente) era su traductora con casi todo el papeleo. Sentimos empatía porque yo había pasado por lo mismo con Patri, por lo que nos reímos. Esperando, conocí a mi tándem, una chica japonesa que vivía en Efferen. Os explico, tándem es un sistema verbal que se ha implantado en muchos países entre estudiantes. Consiste en intercambio de idiomas entre hablantes de cada lengua. Conoces a una persona y le invitas a que sea tu tándem. A partir de ahí se establece un vínculo altruista en el que se queda con esa persona para practicar el idioma que te ofrezca.

Empecé a hablar con Yumi, la japonesa, en un diálogo que mezclaba japonés e inglés. Intercambiamos expresiones y números de teléfono y acordamos que quedaríamos para hacer tándem. Me despedí de ella cuando me tocó entrar y allí una mujer atendió a mis explicaciones. Me inscribió en unos cursos de fonética y habla alemana (el que me recomendó Laura) y me dijo que no habría problema con el cambio de grupo si hablaba con la profesora, pues esos niveles no solían tener muchos alumnos. Solamente pedían un requisito, encontrar a una persona que quisiera intercambiarse por mí. Me resultó un tanto absurdo (debe de serlo para que me lo parezca, creedme) pues a ver cómo iba a conseguir cumplirlo, no se me ocurría nada en ese momento.

Me fui directo a la siguiente clase, pues casi toda la tarde la había pasado en la calurosa sala de espera de la secretaría de los cursos de alemán. Debo decir que me encantó la clase de conversación, que era la que tocaba. Para empezar, la profesora era un chica que tenía ¡20 años! Con diferencia, la más joven de cuantas he tenido. Repartió para toda la clase unas cajas con galletas de chocolate y unos caramelos de chocolate y cacahuete (como los Conguitos) que íbamos pasándonos unos a otros. La profesora se presentó y nos dijo que los temas a tratar serían libres, que no nos preocupáramos por los errores que cometiéramos hablando y que sobre todo nos lo pasáramos bien, como en casa. Dado que era el primer día, era el turno de las presentaciones, con lo que descubrí que también existen frikis fuera de España y que casi la mitad de los presentes (una docena) eran seguidores de la ciencia-ficción. Se armó un revuelo cuando empezamos a hablar de Héroes con lo cual nos reímos y lo apuntamos como tema a tratar en futuras clases.

Hacia la mitad de la misma, la profesora nos dividió en parejas para hablar los unos con los otros y después hacer un resumen. Éramos impares, por lo que me uní a Laura y la chica con la que hablaba. Estuvimos hablando de nuestras carreras y de nuestra vida en Colonia, con lo que descubrimos que la chica (que era mayor que nosotros) llevaba una vida con bastantes paralelismos respecto a la nuestra. La sombra del sistema del Studentenwerk es muy alragada… Finalmente, Laura le preguntó que si tenía bicicleta y si sabía dónde poder comprar una tras lo cual comenzamos a bromear con ella diciéndole que tuviera cuidado con su bicicleta, que sabíamos que era rosa y tenía ruedecitas traseras, y que planeábamos robársela. La chica se asustó un poco al principio pero luego se rió y nos dijo que le echaría un ojo más a menudo (llegamos a convencerla de que era rosa).

Cuando nos tocó hacer el resumen, fui el encargado de hablar por nosotros así que lo resumí en que brevemente habíamos averiguado que la chica tenía una bicicleta rosa y que al comentarle que íbamos a quitársela, ella nos había amenazado con llamar a unos amigos para que nos dieran una paliza y nos tirarían por una ventana. Entre risas, la chica explicó realmente de qué había ido la conversación. Al terminar la clase, un chico rumano se me acercó e iniciamos un intercambio cultural sin precedentes, que tocó temas tan trascendentales y metafísicos como los tacos (¿qué pasa, cabrón? Su expresión favorita) o que conocía lo que era una perilla. Le contesté que claro, que era una barba pequeña, con poco pelo, a lo que él me replicó que se refería a la que tienen las chicas…

Nos despedimos y en el tren de vuelta a casa fui ideando una estrategia con la que hacer frente al cartel de las ignominiosas cantantes. Al llegar a la parada de los carteles, me subí la camiseta y pegué mi desnudo pecho contra la vitrina del vagón, de manera que mostraba un pezón al cartel y simultáneamente cantaba la canción de Doraemon a modo de protección mental con la cabeza tapada para no estar expuesto directamente al cartel del concierto. Aguanté así hasta que el tren reanudó su marcha y lo último que vi del cartel era cómo se extinguía en unas repentinas llamaradas. Sonreí aliviado a aquellas lenguas de fuego que desaparecieron tan pronto como vinieron. Había triunfado combatiéndolas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

XD Estás loco tío. Así que chica japonesa eh, ¿es kawai a muerte o qué? Aqui lo que veo mucho cachondeo pero los universitarios de estudiar poco :P
Saludos!!

mimotaku dijo...

Ein bisschen (un poco)
¡¡Sí!! Hombre, Yumi es normalita. La que parte es su amiga xD
No estudiamos porque... ¡en realidad somos espías franceses! (como el niño aquél de los Simpson)