domingo, 28 de octubre de 2007

18 de octubre

Como escribo desde el futuro respecto a los hechos que acontecen en este día, puedo calificar esta jornada de experimental. De buena mañana, sobre las 12:00, los filólogos nos reencontramos dispuestos a seguir peleando por conseguir créditos y matricularnos en todas las asignaturas posibles (que no fueran abusivas y cuadraran con nuestro horario). La primera clase que tuvimos fue impartida por completo en alemán, asentando precedentes para el resto de las clases de inicio del semestre. Dicen que los alemanes son personas muy lógicas (como su idioma) y coherentes con sus actos, hecho que corroboro. Como muestra, un botón: la profesora, que por cierto es muy joven (recién sacada de la cantera), explicó para la audiencia de la clase los contenidos y la información introductoria de la materia en un perfecto y fluido alemán para concluir su discurso en inglés comunicando que el resto de las clases se impartirían en este idioma.

Durante su apasionante introducción, Patri iba informándome sobre lo que iba captando. También estaba con nosotros otra amiga, Clara, que estudiaba Traducción en Sevilla y a la que conocíamos desde la semana pasada. Al final de la clase tuvimos un momento de empatía en el que intercambiamos entre nosotros nuestros sentimientos de desinformación (todo con un par de gesticulaciones), por lo que fuimos a hablar con la profesora. La abordamos entre los tres para preguntarle sobre los créditos, nuestra matriculación en su asignatura y demás preguntas pertinentes. En apenas 5 minutos nos resumió el contenido de lo que había explicado durante esa primera clase y respondió afirmativamente a nuestras peticiones, aunque la cuestión del número de créditos volvió a quedar en suspense.

Poco puedes disfrutar de la comida, independientemente del plato, si cuentas con menos de media hora para ir desde mi facultad hacia la mensa, hacer cola para coger lo que vas a digerir, volver a hacer cola para pagar, encontrar sitio libre donde sentarte a comer, sentarte, caer en que no puedes comerte un filete sin cubiertos, levantarte a por ellos, volver, sentarte de nuevo, comer, (reposar queda excluido del proceso, es un proceso optativo) y regresar a la biblioteca para ir de nuevo a clase. La comida fueron unos champiñones con carne, pero si hubiesen sido sopa con callos no lo hubiera notado. Apenas pude comerme un yogur con gelatina que escogí como postre.

Con la comida todavía en el esófago y evitando que no salieran a flote tropezones de comida, fuimos a la clase de literatura que ocuparía la siguiente hora y media de nuestro tiempo. Conociendo el tirón que tienen las películas de universitarios, el aula magna donde íbamos estaba abarrotada de gente. Tuvimos suerte de encontrar dos asientos libres bien situados desde donde podían cogerse apuntes perfectamente, pues la acústica de la sala era idónea para la fila en la que nos sentamos. Nuestro profesor de literatura, que resultó ser la misma persona que nuestro coordinador Erasmus, al que nunca pillábamos en su oficina, era la viva imagen del científico loco arquetípico. Era bastante gracioso ver cómo interpretaba los pasajes que iba leyendo, aunque le encontré algo sobreactuado, para qué negarlo.

Hablamos con él al término de la clase (sé que puede sonaros repetitivo, pero es el proceso que debemos seguir si queremos que todo vaya sobre ruedas, ya que los asuntos académicos se resuelven avasallando a los profesores con peticiones que en su mayoría no cumplen rigurosamente a no ser que seamos pesados) y prometió ayudarnos en lo que pedíamos. A la salida coincidimos de nuevo con Rocío y Laura, las chicas que conocí esperando para matricularnos, que ya son unas caras habituales para nosotros, pues tenemos varias clases en común aparte de la que acababa de finalizar.

Subimos al cuarto piso de la biblioteca para entrar en una nueva asignatura que fue toda una sorpresa, negativa para más señas. Para empezar, estuvimos al menos un cuarto de hora esperando sentados dentro de la clase hasta que una chica me preguntó si sabía alemán. Le contesté que apenas podía decir unas frases muy trilladas y me explicó que la clase en la que estábamos no era la adecuada, pues estaba íntegramente en ese idioma. Acto seguido entró un hombre que anotó unos horarios de consulta en la pizarra. No era el profesor sino un becario. Por fin decidimos revisar si nos habíamos confundido de clase, hecho que confirmamos pues la que nos correspondía era la de la puerta siguiente. Entramos sin hacer ruido y por suerte la profesora no había llegado aún. Nada más entrar, esta profesor volvió a hacer gala de un alto grado de coherencia, dando sus explicaciones introductorias en un alemán muy correcto pero inútil para una asignatura impartida en inglés.

Pasados unos minutos, comenzó a dialogar con los presentes en inglés por lo que pudimos entender que era una asignatura en la que poco teníamos que hacer. Una chica sentada a mi lado me comentó que esa clase era una enfocada especialmente para los estudiantes alemanes pues les preparaba para ser profesores específicamente pensada para alumnos de fin de carrera (estuve por indicarle que también yo estaba en mi último año de carrera, pero hubiese sido algo que probablemente ella hubiera tomado como una broma. Me explico: creo que soy la única persona de mi carrera aquí en Alemania que con 21 años está terminando la carrera. La mayoría de compañeros de clase en cualquiera de las asignaturas a las que hemos asistido tienen edades comprendidas de veintitantos para arriba. Se lo comenté a Patri en una ocasión y me dijo que es habitual que una persona termine su carrera en 7 años aproximadamente, pues se lo toman “con filosofía”. Compaginan el trabajar con los estudios, viajan más al extranjero (en parte porque debe de haber más y mejores becas que les permitan hacerlo), se toman años sabáticos o apenas matriculan asignaturas, etc.). Lo que finalmente nos hizo huir despavoridos fue el ver que ya en la primera media hora de clase la profesora pedía voluntarios para hacer exámenes de prueba pero que hubiera casi una decena de voluntarios fue el acabose. Huimos horrorizados por aquella estrambótica imagen aprovechando un momento de alboroto que los voluntarios provocaron al levantarse. No fuimos los únicos que lo hicimos ya que a nuestra salida nos siguieron unas pocas personas.

De pronto, Patri me dijo que paráramos un momento la marcha. El motivo era que no había cerrado del todo bien la botella de agua que llevaba en el bolso junto con los apuntes. Improvisamos un tenderete colocando los folios, el estuche y el propio bolso mojados encima de un radiador para que se secaran. La gente que pasaba inevitablemente echaba furtivas miradas a nuestro puesto ambulante con lo que nos reímos. Como tampoco era una nuestra intención estar allí esperando toda la tarde buscamos una bolsa de plástico para transportar los útiles. Cogimos prestada una bolsa del Plus que estaba sobre el sillín de una bicicleta a modo de paraguas. Nos fuimos a Neumarkt a hacer tiempo hasta las 18:30, hora en la que Patri había quedado con Rosa, su amiga con la que vino a recogerme al aeropuerto.

Anduvimos por varias tiendas previo paso por el banco para hacer un par de necesarias operaciones. Invité a Patri a un Dubliner calentito, que es un dulce muy típico de Alemania. Es como una especie de bizcocho relleno de mermelada de cereza, que si lo comes blandito se degusta mejor. Echamos un vistazo por algunas tiendas de ropa y fui cogiendo ideas para futuras compras, como ocurrió cuando entramos en una zapatería donde quedé prendado de unos zapatos estilo dandy (una moda muy usual en estos lares) y unas botas. Ella no pudo resistir la tentación de comprarse una camiseta abrigada. Le expliqué lo que recordaba de las recargas del móvil y seguimos mis instrucciones, que resultaron acertadas, para recarga el saldo de su móvil. Finalmente recogimos a Rosa y nos dimos un paseo en dirección a Dom (la parada de metro de la catedral. Dom es el término alemán que define a este edificio). Por el camino cayeron un cucurucho de patatas fritas con mayonesa y unos fulass que ellas buscaban para un disfraz para Halloween (yo ya tengo el mío pensado pero no es plan de reventaros la sorpresa con tanta antelación).

Se nos hizo de noche antes de llegar a la parada y justo antes de llegar, vimos como colgaban un llamativo cartel en una panadería. Eran las 19:30 y según el letrero a partir de la media hora siguiente los productos estarían a mitad de precio, así que aproveché para comprarme una barra de pan de chapata que luego congelaría para reutilizar en las comidas. Cuando paré para hacer transbordo antes de llegar a casa, vi de nuevo un cartel parecido en una panadería. Se ve que es una práctica habitual el intentar vender los productos del día antes que tirarlos (se lo comenté a Dennis y me dijo que no lo hacían todos los días ni todas las tiendas. En algunas guardaban lo del día anterior y lo vendían a mitad de precio la mañana siguiente). Volví a casa y me comí un bocadillo con pan del día calentito.

He olvidado añadir que en el camino de vuelta coincidí con otros Erasmus españoles que me recomendaron tomar sopa caliente de cena e hice otro gran hallazgo: casi al llegar a mi parada descubrí a un hombre que iba leyendo un tomo de One Piece (un manga que me encanta y colecciono. Supongo que en ese momento un escalofrío sacudió a mis padres pues la calma en la que vivían pensando que no encontraría cómics en Alemania les había durado bien poco) pero como tenía que bajarme no pude preguntarle dónde podía encontrar más tomos.

Cuando decía que había sido un día experimental me refería a que seguí el método de prueba y ensayo, como las hipótesis que se comprueban con el método científico. Hicimos unas comprobaciones previas antes de confirmar nuestras teorías y nos documentamos sobre futuras acciones, como con las compras. Investigamos, sí, pero también puede entenderse como experimental en el sentido de que fue un día sin un orden específico, sino con un caos imperante. Eso sí, fue entretenido pese a todo.

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