domingo, 28 de octubre de 2007

19 de octubre

Muy a mi pesar, tuve que madrugar para ir a clase a las 10:00. El lado positivo del asunto, que lo tiene, no hace falta que me esmere en buscarlo, es que es la única clase que voy a tener los viernes durante este cuatrimestre, siguiendo los planes de estudio que hemos concebido. En el tren, me senté junto a una cara conocida: una de las chicas a las que conocí en la clase de la profesora Laversuch (la de Diferencias entre el inglés británico y el americano, la clase de “Sister Act”). Curiosamente, también iba a reencontrarme en breve con esa profesora, pero ya en clase, puesto que la asignatura de ese día también era impartida por ella. Estuve preguntándole sobre asignaturas de literatura que pudiera hacer, puesto que de todas las que matricule en un cuatrimestre, al menos un 30% de ellas deben de ser literaturas por deseo expreso de nuestro coordinador Erasmus de España, quien casualmente es jefe del departamento de literatura. ¿Casualidad? No seáis malpensados… pese a que os incite a serlo.

Subimos al bien oculto cuarto piso y comprobamos que el poder de convocatoria de esta gran profesora seguía haciendo efecto aunque sensiblemente en menor medida (supongo que a los alemanes tampoco les gusta madrugar. En algo tenemos que coincidir, ni que fueran de otro planeta). De nuevo, sus clases fueron explosivas, interesantes y conseguían transmitir la energía que emanaba de sus discursos, horarios intempestivos aparte. Cuando la califico como gran profesora es porque serios argumentos respaldan mis opiniones. Es una profesora que hace interesante la materia, viviéndola, comunicándola con soltura y preocupándose en demasía de los alumnos. Ella misma lo dice y se encarga de demostrarlo en cada minuto. Puede que sea la excepción, pues aunque es norteamericana de origen, su metodología no tiene nada que envidiar a la del mejor profesor europeo. Para que luego digan que el sistema académico yanqui está en decadencia (aunque puede que me precipite basando mis conclusiones en un solo sujeto). Sus clases son dinámicas y participativas. Podría seguir alabando su labor pero como el tiempo apremia, termino diciendo que si alguna vez fuera profesor me gustaría poder enseñar y gustar tanto como ella a mis alumnos.

Hablamos con ella al final de la clase y se alegró de volver a vernos en una de sus clases, pues recordaba nuestras caras. Nos dijo que no podía darnos el mismo número de créditos que en su otra asignatura, pues en esta la carga de trabajo era menor (nos prometió un par de créditos menos, aunque eso seguía sin convertir la asignatura en una de las peor recompensadas). De todas formas nos animó deseándonos un buen fin de semana.

Al salir de clase (pensaba no utilizar esta expresión, pero lo siento por aquellos que pensaran lo contrario: existía antes de aquella serie de televisión) bajamos la calle en dirección al Teppig. Nuestro objetivo primordial era comprar un tendedero de alambre para llevar a casa, aunque Patri no pudo resistir la tentación de comprar un par de libros de bolsillo en alemán ni yo la de hacer lo mismo con un tazón para desayunar cereales y una revistilla de sudokus. Los tendederos costaban 5 euros por lo que no salimos muy escaldados económicamente en esa ocasión.

Por si os quedaba alguna duda de si mi habitual torpeza había desaparecido en tierras germanas, os confirmo que volví a las andadas. Sé que no es una hazaña titánica, pero me costó no darme de bruces contra la gente en el metro. Cualquier persona hubiese colocado el tenderete bajo su brazo y lo hubiera llevado hasta casa sin mayor inconveniencia. Cualquier persona, no yo. Para empezar, me quedé apoyado en la rampa plegable del vagón de tren, de manera que al llegar a una parada, quedó obstruida por mi culpa y un pitido avisó del suceso. Evidentemente, no me di cuenta de ello hasta que una chica se acercó por mi espalda y me lo explicó brevemente en un perfectamente inentendible alemán. Seguidamente, en la parada de Neumarkt, donde tenía que hacer transbordo, inconscientemente me colocaba el tendedero delante de la cara por lo que imposibilitaba mi visión. Volvía a ponerlo en su lugar bajo mi brazo pero reincidía y al momento lo tenía de nuevo en la cara involuntariamente. Pude chocarme con varias personas que temerosas de su vida, decidían emprender la huída a mi paso. Sin darme cuenta, la gente iba apartándose dejando un espacioso pasillo delante de mí.

Finalmente llegué a casa y allí, para no dar la nota (aunque ya sabéis que me sale solo) me lo coloqué sobre la cabeza, como si fuera un sombrero. Ahora la gente no se apartaba en la escalera mecánica, ciertamente porque no podían, por lo que agachaban la cabeza para que no se la cercenara. Cada vez que me daba cuenta, decía la palabra que más uso en alemán no porque sea mi favorita sino más bien por necesidad: Entsuldigung, que significa “lo siento”. Me pasé por la sala de informática de la Fachhosule y allí tuve la suerte de encontrarme con Luis, un vecino de Deutzer Ring 5 que estudiaba allí. Digo que tuve la suerte porque había llegado horas más tarde del término del horario del becario aquella mañana y Luis me ayudó a completar el formulario. Satisfecho por haber cumplimentado finalmente los procesos para activar la conexión a internet en mi cuarto, llegué a casa y desplegué mi nuevo y flamante tendedero tras liberarle de su prisión de plástico.

Me preparé un plato de bacon (la variedad no fue el tema a tratar en esa semana, pero es algo que he solucionado) comí muy a gusto conforme a las pequeñas victorias de aquella mañana. Charlé con mis compañeros y a continuación (anuncio importante: si no queréis cambiar la imagen que tenéis sobre mí radicalmente y preferís seguir viviendo felices en la armonía que proporciona la ignorancia saltaos este párrafo, pues describe una serie de eventos que anteriormente nunca hubieseis relacionado con mi persona. Avisados estáis) me puse a limpiar el piso a fondo con ellos. Dennis se encargó de los cuartos de baño y el pasillo. Renaud de su cuarto y yo del mío tras ayudar a Dennis con la loza. Primero barrí (no hay registros audiovisuales, se siente, tendréis que conformaros con la narración) todos los rincones que conformaban mi habitáculo para después pasar la aspiradora sobre ellos haciendo especial hincapié en la alfombra.

Pasamos buena parte de la tarde poniendo a punto nuestra vivienda por lo que al concluir nuestra tarea, regresamos a nuestros respectivos cuartos. Ese día estaba creativo por lo que aproveché para actualizar el diario. No hay mucho más que contar de este día, pues finalmente no salí (puede que fruto del agotamiento que supuso limpiar (ironía, por si no lo entendéis)). Me preparé una cena rápida por lo que Dennis me invitó a comer de la pasta con queso que se había preparado. Primero lo rechacé pero como me vio un poco hambriento insistió en invitarme a compartir su guiso por lo que accedí a su petición explicándole que desde el principio quería probarlo pero que lo había rechazado por educación, porque me habían enseñado a ser correcto allá donde fuese. Me dijo que no tenía que volver a serlo y que para otra vez lo evitara. Le di las gracias y cuando terminé me puse a ver una película. Con razón no tenía ganas de salir, pues del sueño que arrastraba ni terminé de verla.

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