domingo, 28 de octubre de 2007

20 de octubre

Me levanté con el convencimiento de dedicar el día a realizar las compras pendientes y pertinentes. Desayuné, me preparé para salir y cogí el material que necesitaría para llevarlas a cabo: la mochila, la cartera y un par de post-it con la lista de la compra. Primero fui a Neumarkt y allí hice mi primera y más urgente parada: una tienda de libros y discos llamada Mayersche. Es una especie de Fnac a la alemana, con plantas temáticas dedicadas enteramente a libros, discos y películas de todo tipo. Estaba allí con un propósito claro, una corazonada me decía que quizá allí vería colmadas mis ansias por conocer los cómics que se editaban en este país. Lo que no esperaba era que mis expectativas fueran superadas como lo hicieron: al final de la primera planta encontré al menos cinco estanterías y dos mesas repletas de relucientes mangas. Sí, sola y enteramente mangas. Juraría que estaba especialmente iluminada por un halo de luz de dudosa procedencia y que escuché unos coros celestiales durante unos instantes.

Por increíble que parezca, solo ojear unos tomos por encima y mirar los títulos de cada estante ocupó una hora de mi tiempo. Me entretuve lo menos posible en cada tomo que cogía, pero quedaba fascinado por lo bien conservados que estaban, el olor a nuevo que desprendían y sobre todo el precio: eran dos euros más baratos que sus homónimos españoles en casi todos los casos. Cuánto deseaba en ese momento dominar el idioma para poder enfrascarme en la lectura de los que no tenía (que eran un buen puñado de títulos, la mayoría quizá). Tras babear durante ese tiempo, fijé mi mirada en la estantería más apartada de todas las que había y una sonrisilla se me escapó al notar que era el único espacio que habían destinado a los cómics de factoría europea y americana. Este hecho permitió que despertara de aquella ilusión y recordé que estaba en Neumarkt por otros motivos aparte. Por suerte no tuve que pellizcarme para comprobar si continuaba soñando, pues los tomos seguían en su sitio y eran perfectamente tangibles.

Salí con la promesa de volver algún día a comprar mi primer manga íntegramente en alemán para practicarlo de paso. Anduve por las calles de Neumarkt de las que ya iba fabricando recuerdos (la recarga del móvil, el día de las compras, el primer día, cuando me perdí con Edu, etc.) y antes de llegar a la zapatería, descubrí que otro Mayersche estaba junto a ella. Corrí hacia la zapatería antes de ser absorbido de nuevo por el magnetismo de la tienda con la gran M como símbolo. Subí a la tercera planta, la de calzado de hombres y previendo encapricharme de nada más, cogí los números que calzaba de los pares de zapatos dandy, las botas de piel y las botas de piel sintética. Qué buen comprador que estoy hecho, modestia aparte. Me quedaban como un guante y estaba muy contento, pues hacía años que no me probaba unas botas (recordaba de cuando era pequeño que me gustaba entretenerme atándome las botas con mil nudos y que pesaban tanto que moviendo un poco los pies, la gravedad hacia el resto y daba grandes zancadas sin esforzarme. Quizá la pereza que fui desarrollando por atarme las botas propició que desde hace años prácticamente solo calce zapatillas de deporte).

La dependienta intentó venderme sin éxito (aunque en inglés) un producto que convertía en impermeables a las botas con un solo rociado de spray. ¡Qué cosas! Me fui con mis compras en dirección a Heumarkt, haciendo el camino a la inversa de cómo lo había recorrido el día que me perdí. Todavía tenía que comprarme un llavero (ahora os explico con más detalle) pero no pude evitar pararme a ver un escaparate con motivos de Halloween en el cual descubrí mi nuevo amor: un objeto que pienso utilizar para mi futuro disfraz. No puedo daros pistas porque serían muy aclaratorias. Como decía, la última compra en Heumarkt antes de volver a casa fue un llavero. Escogí uno con una correa de tela negra pelín larga con un mosquetón al final.

El motivo de la necesidad de esta compra es que si hay algo que debes evitar a toda costa si eres inquilino de una de las residencias del Studentenwerk es extraviar tu juego de llaves. Dependiendo de tu vivienda, puedes tener que llegar a pagar de 50 a 300 euros, un baremo bastante exagerado. El motivo es que si las pierdes, por seguridad tienen que cambiar todas las cerraduras de la residencia: las de fuera, ascensores, pisos y habitaciones. ¡Imaginaos eso para mi residencia que son 20 pisos, 3 ascensores y 15 personas por planta! Prefiero no pasar eso. Claro que te dan unas dos semanas para que las llaves aparezcan… ¿van a aparecer si no las has encontrado por más que buscaras?, ¿y si te roban? Porque fue lo que le pasó a Tamara, una chica a la que conocí en la fiesta de la casa de Ruth. Tuvo la mala suerte de ser la única a la que robaron (o al menos que se sepa) y eso que Alemania es un país relativamente seguro, a pesar de lo cosmopolita y la mezcolanza de culturas.

Como veis, el a simple vista práctico sistema de vivienda para estudiantes tiene su reverso oscuro. Creo que la penalización es hiperbólica pero poco puedo hacer salvo intentar no ser víctima de ella. Regresé a casa solo para soltar las compras y marcharme a hacer las semanales, es decir, comida y gastos de necesidad. Esta vez el turno era el del Plus, por aquello de hacer compra comparativa. Me salí del presupuesto por lo que decidí convertirme en un incondicional del LIDL a partir de ese momento. Claro que también se debe a que compré productos de largo consumo, como patatas, detergente para la lavadora, suavizante, huevos, carne y cosas por el estilo. Una pena, me quedé con las ganas de llevarme un zumo de plátano con melocotón. Otra vez será. Por cierto, que una señora muy amable me ayudó con el batallón que pretendía comprar esperando hasta que terminara de meterlas en el carro y metiendo las cosas que se me caían con el descuido.

Poco más tengo que contar de este día tras la ajetreada mañana. Mención especial a la gran comilona que me di. Me preparé una sopita de verduras calentita con un filete de lomo recién comprado. Comí con tanta ilusión como ganas, pues tenía dos platos para comer, todo un logro. Una manzana clausuró el banquete. Por la tarde estuve hablando con Dennis y Renaud, quienes me ofrecieron como lectura una guía de cervezas, cosa que les agradecí pero que tuve que posponer hasta que pudiera entender algo más que palabras sueltas… Pasé el resto del día visitando a mis vecinos (que estaban agotados tras la fiesta en la discoteca el día anterior) y escribiendo en el ordenador.

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