sábado, 10 de noviembre de 2007

03 de noviembre

Este ha sido uno de los días más intensos de los que llevo viviendo en Colonia. No hubo nada destacable por la mañana, salvo que postergué el ir a hacer la compra hasta después de comer (me curré un sabroso de patatas, ternera y arroz con caldo). Me llevé la cámara para probar suerte a ver si de nuevo veía a los pájaros que me fascinaron la semana anterior, pero como así no fue, en lugar de ir directamente al centro comercial, me detuve un rato a contemplar el parque que siempre dejo a un lado. Tuve un momento de epifanía con el entorno tan bucólico. En una hora anochecería por lo que todo estaba en calma y se podía percibir el cantar de los pájaros sin problemas. La tranquilidad era tal que decidí que a partir de entonces ese territorio sería mi lugar zen. Continué buscando los pájaros extraños pero no los encontré tampoco en ese intento.

En cambio, acerté con el presupuesto destinado a la compra semanal, muy por los pelos. Volví a casa pero antes de descargar las bolsas en la nevera y estanterías, fui a visitar a Edu. Estaba preparando un trabajo para clase junto a un compañero, Chano, también canario. Me comentó que a las 18:30 teníamos que dirigirnos a la plaza de la catedral para comprar un pase para ver museos. Esa noche se celebraba la “Lange Nacht”, es decir, la “larga noche”, un evento que consistía en que mediante la compra de una entrada especial se podía acceder a la mayoría de museos y galerías de arte de Köln ilimitadamente hasta las 03:00 de la madrugada, pues excepcionalmente abrían sus puertas al público hasta esa hora. En casa, Patri me había avisado por email. Llamé a Laura y Rocío pero no pudieron unirse a la causa, estaban o bien con el novio de visita o bien cansadas.

Fuimos un buen grupo de residentes de Deutzer Ring 5 pero solo representábamos un pequeño porcentaje de todos cuantos nos reunimos en la plaza de la catedral. Pagamos religiosamente los 14,5 euros de la entrada especial, que incluía 46 museos y galerías en total. Incluso habían establecido un autobús gratuito para desplazarse hasta cada museo. Escogimos como primer destino el museo de arte romano que estaba justo en la plaza. Nos pusieron una pulsera que debíamos conservar para entrar a los museos y accedimos a ver los mosaicos, ánforas y restos romanos que se exponían en el museo. Acostumbrado a las piezas que se exponen en Mérida (donde justamente estuve estudiando alemán durante 3 semanas antes de venir aquí) o en los diferentes museos de arte romano que he visitado en España, no me impresionó demasiado el museo. Lo que sí cabe recalcar es que algunas piezas parecían haber sido restauradas recientemente, pues se apreciaba que estaban demasiado bien conservadas, lo que contrastaba con el resto de las colecciones, por lo que llegué a esa conclusión. Expliqué a unos sorprendidos compañero que la esvástica romana que los nazis habían copiado (hecho que desconocían al igual que con el símbolo del águila) simbolizaba el acaparamiento del poder en un solo imperio, y que a su vez era un símbolo que ya se usaba en templos shaolin siglos antes de la época romana.

La velada cultural continuó con el siguiente museo, el conocido museo Ludwig de arte moderno. Antes de entrar, pues estaba a escasos 20 metros del romano, nos repartieron botellas de agua con gas que tuvimos que depositar en la basura porque no dejaban entrar al museo con ellas. Fue un desperdicio enorme, pero culpa nuestra no era. Este museo era muy amplio, con diversas plantas dedicadas a varios autores y vertientes. Empezamos con la planta subterránea, dedicada por completo al pop-art y al arte audiovisual. Pasamos viendo cuadros de Warhol, representaciones de arte retro con motivos de los alegres 50 americanos, cajas de detergentes, esculturas bizarras, etc. Una de las cosas que más captó nuestra atención fueron las pantallas que exhibían extraños cortometrajes: eróticos, minimalistas, performances varias… Asustaba ver tanta gente fornicando en tamaño grande. Pero sin duda, la rareza que se llevó la palma fue una sala que exhibía objetos de plástico: desde imitaciones de comidas, herramientas y demás útiles hasta simples juguetes (algunos escatológicos).

La segunda planta ya era más convencional, con exposiciones de fotografía antigua, cuadros pintados con brocha gorda, arte cubista, propaganda política, etc. A destacar una estatua de una mujer de mediana edad: impresionante sin lugar a dudas. Parecía tan real (cuanto más cerca, más lo parecía) que hasta que no comprobamos que no respiraba ni parpadeaba no nos quedamos convencidos de que no era una actriz.

En cambio, la tercera y última planta no tenía una identidad propia definida, siendo más bien una prolongación de la segunda. Quizá variaba un poco el hecho de que las obras más recientes parecían congregarse en esta planta, repleta de cuadros de todos los tamaños, relieves y esculturas. En cierto modo parecía dedicada al dibujo técnico. Iba con Edu, a quien parecía entusiasmarle esa zona. Lo más carismático fueron una sala cuyo suelo crujía con las pisadas y que representaba el arte censurado de la Rusia de la guerra fría, con obras sin terminar (con excusas sarcásticas de por medio colgadas) y también una sala en la cual las obras se ocultaban tras unas vitrinas que se iluminaban si se hacía ruido cerca de los micrófonos que activaban las luces.

Justo cuando partíamos hacia Heumarkt, que estaba a 10 minutos andando desde la catedral, nos cruzamos con un grupo de Efferinos que entraban al Ludwig. Paseamos por las calles que llevaban a Heumarkt y quedaban a la orilla del río, dejando una vista nocturna muy agradable. Paramos para cenar unos kebaps (al mío como solo llevaba carne y salsa de yogur, el camarero le puso ración extra de carne). Cuando terminamos, andamos un poquito más hasta llegar al impresionante edificio del museo del chocolate. Y digo impresionante edificio refiriéndome al exterior, porque el interior dejaba que desear. Nos decepcionó bastante, pese a que la infraestructura era una maravilla, a la par que desaprovechada. Por ejemplo, para comunicar un pabellón con otro habían dispuesto unas vitrinas enormes, pero que eran un derroche de sistema de calefacción, así como las salas aclimatadas tropicalmente pero que no enseñaban nada. Lo más interesante fue ver la colección de regalitos y anuncios que se exhibían de compañías invitadas como Kinder o Milka (el museo pertenecía a la factoría Lindt). Os hice unas fotos expresamente para que os ahorrarais la visita.

Por supuesto, el plato fuerte fue la fuente que emanaba chocolate fundido pero apenas te daban un simple barquillo con la punta mojada de chocolate y un par de honzas en la entrada. Una decepción aunque quizá teníamos las expectativas muy altas. El asunto llegó a unos límites insospechados cuando subimos a la última planta (la de las marcas invitadas) y vimos que unos niños jugaban con el culo, literalmente, presionando unos asientos que hacían moverse una figura en una pantalla… Eso sí, las vistas y el emplazamiento eran únicos, está construido sobre un embarcadero de manera que para acceder a él hay que cruzar un puente metálico, pues está sobre el Rin. Esa noche además era idónea, pues la feria que había en mi barrio seguía iluminada a escasos 200 metros de separación de una orilla a otra.

Debatimos sobre dónde ir a continuación y decidimos ir al museo de las olimpiadas por proximidad (estaba pegado al museo de chocolate). Pasaban varios minutos de la medianoche y estábamos cansados, por lo que había quien se mostraba un poco reacio a ir al museo, que por el contrario, resultó ser uno de los más entretenidos e interesantes. La planta baja estaba dedicada a la exhibición de trofeos, tiendas de regalos y bar. Pero al subir el piso se dividía en varias habitaciones temáticas dedicadas a diferentes deportes. En el primer cuarto había varias pantallas retransmitiendo jugadas emblemáticas. El propio corredor de la planta imitaba a un carril de pista de atletismo. Había habitaciones dedicadas al boxeo (me subí al ring con unos espontáneos y estuvimos dándole golpes al puching-ball, lo cual descargaba tensión), atletismo, gimnasia, culturismo, ciclismo, etc. En el propio pasillo estaban desperdigados balones de todo tipo, aparatos, todo muy caótico pero resultón. Nos paramos a competir en una máquina que medía el tiempo de reacción: se componía de dos botones que accionaban y paraban el contador respectivamente. Quedé el segundo con 16 milésimas de segundo, con Isaac por delante. Isaac, por cierto, es un colega de DR5 con gran parecido con Fernando Alonso y disfrutó como un enano en la sala dedicada a la fórmula 1.

Subimos finalmente al ático, donde estaban dispuestas dos pistas de fútbol y varias canastas de baloncesto. La brisa fresquita del río junto con lo cómodo del césped artificial invitaba a descansar allí unos instantes. Bajamos rumbo a la salida y descubrimos de camino la sala más curiosa de todas cuantas habíamos visto: era una sala repleta de camas en las que podías tumbarte voluntariamente a descansar y pedir que te sirvieran agua. Ojalá los museos españoles incluyan estos servicios algún día, seguro que más público acudiría.

Llegados a este punto de la noche, la mitad del grupo decidió que habían cumplido con su cupo de museos cuando fuimos andando al siguiente, la primera galería de arte, que estaba situada junto a una sala de cine donde proyectaban una película en alemán sin subtítulos. Las fotos que se exponían eran panorámicas superpuestas, creando una sensación de movimiento muy curiosa. Nos despedimos de los que se iban y solamente un reducido grupo de 6 miembros, entre los que me incluyo, decidimos amortizar hasta el último momento la entrada (de hecho, teniendo en cuenta que el coste medio por entrada a museos siendo estudiante ronda los 6-8 euros, con los dos primeros ya habíamos amortizado lo que pagamos). Estuve hablando con David, un futuro vecino de DR5 y su novia, Mar, que estaba de visita, sobre futuros proyectos académicos.

Fuimos en dirección sur hasta la Fachhosule de diseño gráfico, donde se exponía arte bizarro. Fue cuando más me reí en toda la noche. La exposición mostraba diseños y creaciones extravagantes, mezclando vintage con cultura de serie B. Por ejemplo, lo más gracioso fueron unos bustos de muñeca monstruosos (tenían los mechones de pelo pegados por la cara) y unos juguetes algo peculiares, los Freaky Friends, con el lema de “Nobody’s perfect” (los amigos raritos, nadie es perfecto). A partir de esta galería Ruth, la fotógrafa oficial de nuestro grupo, cesó su labor (a continuación os mostraré el enlace a la web donde cuelga sus fotos, incluidas las de los museos), por lo que tomé el relevo con mi cámara. Atentos a las fotos de los Freaky Friends, sobre todo a la de la niña con cara de enfadada. Uno de los organizadores se animó a contarnos en castellano en qué consistían los principales proyectos que se mostraban. La explicación se centró en la despolitización de ropa como las palestinas en la moda actual. Interesante explicación pero tardía pues nuestra atención se centraba en la psicodélica exhibición.

Quedaba una escasa media hora para que los museos clausuraran la jornada de la “larga noche”, por lo que fuimos deprisa al último museo que vimos, dedicado enteramente a culturas no europeas. El protagonismo se lo repartían África, Asia e India principalmente. Tenía cosas muy vistosas e interesantes, las cuales no disfrutamos como pudimos porque tuvimos que hacer el recorrido completo en muy poco tiempo para poder ver todo lo posible sin recrearnos demasiado en ningún objeto expuesto.

Molidos del cansancio, cogimos corriendo el último autobús que hacía la ruta (casi me quedo dentro del museo. Suerte que mi vecino Chano me avisó…) y volvimos a casa hechos polvo pero satisfechos con haber aguantado hasta el final. Me fui con Marta, una chica de mi bloque, porque Chano aún quería quedarse un tiempo en Neumarkt con Edu y Luis. Estaba agotado pero podría haber aguantado más museos, una pena que se acabara a las 03:00.


La fuente de chocolate... Agghl...
¡Los regalos de los huevos Kinder!
El mostrador tenía la forma del famoso huevo
La vaca lila de Milka y su aparición estelar
Se olvidó de dedicarme la foto
¡Recicla, reduce y reutiliza!
La exposición psicodélica
Eso que Ruth recorta es el bigote de la muñece
Make me pretty!
Freaky friends... nobody's perfect (ni que lo digas)
Atención a la cara de mala leche de la niña. Impagable

2 comentarios:

joseisidro dijo...

el chocolate mejor que verlo comerlo
para ver cosas friky mejor un espejo, de todas maneras hay que ver todo lo que se pueda y mas si esta de oferta

mimotaku dijo...

Jajaja,cierto y además me sale gratis!! Como ya digo, porque cerraron que si no nosotros estábamos dispuestos a vernos los 46 museos!!