martes, 27 de noviembre de 2007

22 de noviembre

La mañana transcurrió con normalidad. Las “anomalías” llegaron con la tarde. Laura me llamó para quedar para cenar después de que charlara con Anton aunque le dije que llegaría más tarde porque estaba ocupado hablando con mis padres. Cuando terminé, cogí el tren en dirección Neumarkt y paré en la plaza. Busqué el punto de encuentro donde me esperaban y… al cabo de varios minutos confirmé que no tenía ni idea de cómo llegar. Les llamé de nuevo, seguí sus instrucciones (no es que mi sentido de la orientación esté atrofiado, también hay que reconocer que sus indicaciones fueron de lo más escuetas). Pregunté a las pocas personas que rondaban las calles y de nuevo me vi dando vueltas por donde ya había buscado.

Creí llevar buen camino al encontrar una nueva ruta hasta que… vi las torres de la catedral asomando por encima de un edificio. Me había desviado bastantes metros de lo que se supone que debía de haber sido una vuelta a la manzana. La principal pista que debía seguir en mi búsqueda era el nombre de la galería donde estaban cenando: “galería Mont Carré” o eso creí escuchar. Estaba dando parte de mi situación por teléfono riéndome cuando un policía me paró en la calle. Comenzó a hablarme en alemán por lo que tardé un poco en seguir qué pretendía preguntarme, hasta que me preguntó si llevaba drogas. Le respondí evidentemente que no e incluso le enseñé el fondo de mis bolsillos. Seguidamente le entregué toda la documentación pertinente y tras una llamada a la centralita me dijo que no era necesario que le entregara tantos papeles como le estaba dando, que con el pasaporte bastaba (fue lo que creí que decía bajo toneladas de documentos).

Me dijo que siguiera andando tranquilamente, pues todo estaba en orden, pero que al verme deambulando por las oscuras calles del barrio le había parecido un personaje sospechoso. A los pocos metros encontré por fin lo que buscaba: ¡¡el restaurante “Köln Carré”!! Al final resultó que no era ese restaurante, pues seguía estando alejado del punto de encuentro. Laura y Anton se mondaban de risa mientras les comentaba cómo había ido a parar allí. Habían terminado de cenar por lo que me esperarían en la plaza de Neumarkt para que no hubiera riesgo a que me perdiera de nuevo.

Seguí caminando por donde creí que me llevaría dirección norte y acabé descubriendo una tienda especializada de Lego. Tras llenar de vaho los cristales del escaparate, proseguí la marcha. No pasaba mucha gente por la calle sobre esas horas, en parte porque estaba llena de tiendas que hacía rato acabaron su jornada. Neumarkt es principalmente un barrio comercial. Al final de una travesía, me detuve a contemplar los escaparates de una galería donde tenían expuestos escenarios llenos de peluches cantando y dando vueltas. Mi perdición, aparte de los columpios, los dibujos y los cómics, son los peluches. No podía resistirme a la repetitiva pero pegadiza música que parecía que cantaran ellos mismos. Junto a mí, varios adultos contemplaban ensimismados la magia de los escaparates.

Perdí el norte y caminé muy contento no solo por la musiquilla que dejaba atrás, sino también el poder reconocer las calles a las que llegaban, pues me eran familiares. Reconfortaba saber que no moriría congelado en la noche tratando de no perderme en un perímetro de 1 metro cuadrado. Pero no, me había confiado demasiado. Aquello no era Neumarkt, sino Heumarkt. ¡Había caminado en dirección opuesta! Por si fuera poco, sucedió lo que más miedo me ha dado en toda mi estancia. Presencié algo terrorífico, que me puso los pelos como escarpias del pánico que pasé.

Estaba llegando a la estación de Heumarkt, solamente quedaba cruzar una plaza y doblar la esquina cuando de pronto, frente a mí, apareció una figura muy alta que caminaba con paso firme hacia donde estaba. Era un tío muy alto, vestido con un traje de pinza algo viejo, con una barba muy descuidada y que sostenía un par de zapatos en una mano y bajo la axila del otro brazo unos periódicos. Me pareció singular, pero lo que más me aterrorizó fue ver que tenía la cara quemada, con manchas muy oscuras, y que de su rostro solo se percibían los ojos. Afortunadamente no me miraban. Como elemento añadido, el tipo hablaba en alto consigo mismo, como quejándose de algo. Pasó por mi lado sin inmutarse y siguió su camino llevándose con él la lúgubre atmósfera que en sólo unos segundos había creado.

Me dan miedo los ojos, mucho. Como a muchas personas. He investigado y una de las posibles razones puede ser que seguimos conservando el instinto de supervivencia de nuestros primeros antepasados. En la oscura noche, de los depredadores, como las panteras, lo único que puedes discernir de su figura es el contorno de sus ojos. El miedo es una reacción del sistema de defensa. También puede ser la causa por la cual muchas personas se irritan cuando chirrían sus dientes, porque recuerda inconscientemente al ruido que hacían las bestias al afilar los dientes con las rocas y árboles.

Tras este breve intermedio, volvamos al punto en el que me quedé, yendo a Neumarkt. Allí por fin encontré a los compañeros de fatigas, con una entrada triunfal a través de las caravanas de los puestos de navidad (¿Glamour? ¿Presencia? ¿Quién necesita esas cualidades pudiendo ser tan campechano?). De allí fuimos andando hasta la plaza de Heumarkt de nuevo (por el camino les expliqué por dónde me había metido y pasamos frente al escaparate con los peluches. Empecé a brincar y reírme con una serpiente que daba vueltas mareantemente, pues no había reparado en ella la primera vez. Me lo pasaba como un enano).

No recuerdo haberlo comentado, pero desde los carnavales de noviembre, la estatua con un señor montado a caballo ha desaparecido de la plaza. No entiendo por qué decidieron quitarla, pero sigue sin estar de vuelta. Lo que encontramos en su lugar fue una pista de patinaje de hielo artificial. La tocamos y decidimos que quedaríamos para disfrutarla antes de irnos de vuelta en navidades. Como última parada, entramos en un bar de las calles antiguas de Heumarkt (totalmente europeas de principios de siglo XX, geniales) en el que daban un concierto de jazz. Tomamos un par de cervezas y comimos cacahuetes como aperitivo antes de irnos a casa.

3 comentarios:

Jeparla dijo...

Poniendolo aqui me aseguro que lo lees:

"Si voy al Expomanga, ¿te echarás un pulso otaku en el friki-test?"

Pero si esque voy a perder! Yo no tengo ni idea. Vamos que viendo tus post en Infotaku, se ve que controlas perfectamente el tema.
Por cierto, te gusta escribir ehhh. Hablando de gente que da miedo, el otro dia en el metro de Madrid aparecio un hombre que lo daba. Lo iba a comentar en mi fotolog, pero alomejor lo pongo en el blog. Suerte^^

Anónimo dijo...

Comento aquí para todos tus ultimos posts(o casi todos xD)
El espiritu navideño de momento en Barcelona no ha llegado, o al menos por la Diagonal no xD En mi pueblo pues tampoco y mejor que tarde un poco, aunque reconozco que me gustan las luces brillantes y la cara de buen rollo de la gente por unos dias xD
Desde luego eres Ryoga2 eh xDD Yo no me encuentro casi nunca con gente rara, quizá sea la gente la que se aparta de mi xD

mimotaku dijo...

Jep: qué va, en realidad todo me lo chiva un duende al oído. Aunque a veces también me ayuda Timmy (mi amigo invisible)
Penny: seguramente sea eso, ¿quién se acercaría a Dani Pedrosa en feo? xD