sábado, 24 de noviembre de 2007

20 de noviembre

La clase de alemán cambiaba de aula exclusivamente por ese día. Fue un hecho que percibí al entrar en clase, sentarme y darme cuenta de que no reconocía a nadie, ni siquiera a la profesora. Todos estaban en silencio observándome inmóviles. Salí y vi en la puerta de la clase un aviso pegado que indicaba que la clase de mi grupo se daba en el piso de debajo esa mañana. Empezaba bien el día.

Al terminar la clase, fui con unos compañeros a la facultad a consultar el cartel de la oficina que organizaba los viajes para los Erasmus, que estaba en la, inexplorada para mí, cuarta planta, a la que se accedía por ascensor. No había nada ni tampoco visos de nada a corto plazo, por lo que tendríamos que volver en otra ocasión a ver si teníamos más suerte. De paso, salimos a la azotea de la facultad y observamos las vistas, que estaban impregnadas de una atmósfera grisácea, quizá por el nublado cielo.

Volví a casa pero siguiendo un efecto boomerang, regresé a la facultad para la clase de la profesora Laversuch. Me senté en uno de los pocos sitios libres que quedaban, junto a una chica muy simpática, Marie, que se asemejaba bastante a Raquel, una amiga española. La clase se centró en el denominado “Denglish” o inglés hablado por alemanes. Fue curioso conocer cómo adaptaban términos foráneos, como siempre, amenizado por las carcajadas de la profesora, que apenas podía contenerse.

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