domingo, 11 de noviembre de 2007

05 de noviembre

Aún recordaba de buena mañana la tarde anterior, cuando llegamos a la feria y lo primero que escuchamos fueron canciones tan desconocidas y típicas alemanas como… “la lambada”. Se me olvidó mencionarlo y me río cada vez que me acuerdo. Me apenó un poco ver cómo desmontaban las atracciones y recogían todos los chiringuitos al pasar por la mañana en el tren.

Cuando la clase de alemán terminó, corrí hasta la facultad para entrar en clase con Patri. La hora y media de clase de ese día se centró en las presentaciones de todos los grupos de la clase menos el nuestro y no porque no tuviéramos preparado el material, sino que varios de los componentes habían caído enfermos durante el fin de semana. Por suerte la profesora había accedido, vía email, a posponer nuestra presentación hasta la semana siguiente. Un alivio por una parte pero por otra una molestia porque el domingo teníamos una cita ineludible, el pequeño carnaval de San Martín.

Los amigos de Patri partían al aeropuerto sobre la hora de comer para volver a España así que fuimos a despedirlos a la estación de tren de Dom. Haciendo tiempo hasta que todos se hubiesen ido comimos en un McDonalds, que era lo que más cerca nos quedaba de la estación. Las dos hamburguesas que me comí no me quitaron del todo el apetito, pero el helado con chocolate fundido que me tomé como postre ayudó a cerrar la boca del estómago.

Aún recordaba de buena mañana la tarde anterior, cuando llegamos a la feria y lo primero que escuchamos fueron canciones tan desconocidas y típicas alemanas como… “la lambada”. Se me olvidó mencionarlo y me río cada vez que me acuerdo. Me apenó un poco ver cómo desmontaban las atracciones y recogían todos los chiringuitos al pasar por la mañana en el tren.

Cuando la clase de alemán terminó, corrí hasta la facultad para entrar en clase con Patri. La hora y media de clase de ese día se centró en las presentaciones de todos los grupos de la clase menos el nuestro y no porque no tuviéramos preparado el material, sino que varios de los componentes habían caído enfermos durante el fin de semana. Por suerte la profesora había accedido, vía email, a posponer nuestra presentación hasta la semana siguiente. Un alivio por una parte pero por otra una molestia porque el domingo teníamos una cita ineludible, el pequeño carnaval de San Martín.

Los amigos de Patri partían al aeropuerto sobre la hora de comer para volver a España así que fuimos a despedirlos a la estación de tren de Dom. Haciendo tiempo hasta que todos se hubiesen ido comimos en un McDonalds, que era lo que más cerca nos quedaba de la estación. Las dos hamburguesas que me comí no me quitaron del todo el apetito, pero el helado con chocolate fundido que me tomé como postre ayudó a cerrar la boca del estómago.

Fuimos a mi piso para pasar las horas que quedaban hasta la siguiente clase porque era el que quedaba más cerca de la estación y también de la universidad. Imprimimos unos trabajos que debíamos entregarle a Emily, la profesora del curso de conversación, sobre política americana, que era el tema a debatir esa tarde. Ya en clase tuvimos una sesión muy heterogénea en cuanto a temática: religión puritana, política comparativa entre las guerras de Vietnam eIrak, matrimonios gay, la sociedad americana y su desinterés para con asuntos internacionales, etc. Fue una clase interesante a la par que instructiva.

La sorpresa del día fueron los descubrimientos que hicimos acerca de Anton. Laura y yo le acorralamos para que se convirtiera en nuestro tándem e instructor de patinaje en tabla. Nos reveló que era moldavo y que tenía 19 años pero estaba en el instituto todavía. En realidad quería estudiar matemáticas y ciencias aplicadas al entrar en la universidad pero pidiendo autorización previamente a los profesores, podía asistir a clases de universidad. Nos contó además que le interesaba mucho aprender idiomas y sabía un poquito de castellano. Estuvimos riéndonos con él y sus extrañas historias hasta llegar a casa.

Me pasé por casa de Alba, una vecina de DR5, que me comentó en el fin de semana que le había llegado una carta a mi nombre. Me desconcertó y cabreó por la mala organización que tenía el servicio de correo de nuestro bloque de pisos. Aunque menos mal que fue ella la que recibió la carta y no otra persona desconocida, porque resultó ser del banco. Estuve hablando un ratillo con ella y Ana, otra compañera de DR5 sobre el Teppig, que no conocían y enseñándoles algunas trampillas que había aprendido en lo que llevo aquí.

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