martes, 27 de noviembre de 2007

21 de noviembre

La noche anterior Laura me dijo que su abuela había fallecido, así que procuré ir a verla cuanto antes en la mensa, donde habíamos quedado para comer. Estaba más animada, alegre como es ella. De hecho, obviando lo sucedido (sobre lo que reflexionamos durante la comida), su mayor preocupación esa mañana era la de comprar un candado nueva para su querida bicicleta. Intentamos arreglarlo pero no hubo manera, así que lo dejamos disimuladamente colocado para que nadie sospechara que estaba roto.

Fuimos a Neumarkt, donde vimos en la plaza que el espíritu navideño había llegado (adelantándose a todos, como el Corte Inglés) pues habían montado unas casitas de madera para los puestos con los dulces y los juguetes y todo estaba iluminado por regueras de luces que cruzaban las calles. También habían colocado soldados de madera enormes. En el paseo de Neumarkt también la decoración navideña había invadido los escaparates de las tiendas, si bien lo que captó nuestra atención no fue encontrar la calle tan iluminada, sino que vimos una llama en medio de la calle. Como estaba atada, daba vueltas alrededor de un punto con cierta elegancia, sin altanería pero con una pose muy majestuosa. Era muy graciosa. Aprovechamos para hacerle fotos, pero guardando una corta distancia (Laura por miedo y yo porque no soportaba el hedor que desprendía).

Cuando por fin llegamos al Mediamarkt (dejando atrás algunas peculiaridades, como una chica que estaba disfrazada con un cartel recaudando dinero para una ONG y un señor que colocaba sus bártulos en mitad de la calle, pero fueron cosas a las que apenas prestamos atención) nos reímos al ver el puesto de fruta que tenían montado en la entrada. No acabamos de acostumbrarnos a este tipo de estampas, pero lo cierto es que son de lo más habitual en Neumarkt. Encontramos lo que buscábamos y fuimos a una tienda de disfraces a por una camiseta que Laura buscaba. Me entretuve jugando con algunas pistolas y espadas de mentira y colocándome caretas y gafas de pega. Cuando terminamos, cogimos el camino de vuelta a casa. Laura paró en una tienda para comprarse ropa por lo que escogí esperarla leyendo Garfield en alemán en una librería frente a la tienda.

Como tardaba en salir fui a buscarla pero todavía me tocó esperar un rato más a que terminara. Suerte que soy paciente y ya estoy acostumbrado a ir de compras con mis hermanas acompañándolas, porque suele ser algo desesperante. Cuando salimos, descubrimos que el señor mayor que se aposentó en mitad de la calle tocaba el acordeón. Un círculo de gente, con niños en su interior, le rodeaban al tiempo que cantaban con él. Del acordeón salían unas cuerdas que había atado a una farola y de las cuerdas colgaban unas marionetas que parecían moverse al ritmo de la música. Era una imagen muy graciosa, sobre todo viendo la cara de contento que ponían los niños cuando cantaban.

Pasamos de nuevo junto a la chica con el cartel y me paré para echarle unas monedas, no por sentirme influido por el espíritu navideño ni sentimentalismos baratos, sino que me daba pena pensar que tuviera los brazos doloridos por tenerlos en vilo toda la tarde agitando la lata con el dinero con el frío que hacía. Un poni sustituía a la llama y nos apenó no solo que la llama no estuviera (pese a que su olor persistía, impregnando los alrededores) sino que el poni necesitaba un corte de pelo porque con el flequillo tan largo que tenía apenas veía.

No hay comentarios: