¡Carnaval! El verdadero protagonista de la jornada. Como ya os comenté, la peculiaridad de este evento era el momento estipulado para inaugurarlo: a las 11:11h del día 11 del mes de noviembre. Me desperté sobre una hora prudencial para estar en la plaza de Heumarkt (pegada a la orilla del río y relativamente cercana a mi barrio) donde se celebraban los carnavales. Fui reptando hacia el comedor y de pronto recordé que no había preparado nada para disfrazarme de toro (por aquello de los San Fermines) salvo la ropa negra. Tampoco me sobresalté, en parte porque estaba entumecido por el sueño y en mi estado somnoliento posé la mirada en la caja de cereales como cada mañana cuando reparé en una careta de león que venía como recortable. Me vino la inspiración y decidí ir de… mestizo de león y toro… Una idea bizarra como ella sola pero que serviría para explicar la ausencia de los cuernos.
Me enfundé el “disfraz” y me despedí de mis recién despertados compañeros. Ya en la estación se intuía ambiente carnavalesco, con gente disfrazada pululando por allí. Los trenes en dirección a Heumarkt estaban a rebosar de gente. Me metí en el vagón y seguidamente aparecieron dentro de él una espontánea orquesta del aire para amenizar la fiesta. Allí todos, vikingos, hadas, brujas, arlequines, piratas, un mestizo de león-toro… nos pusimos a dar palmas y a reírnos al ritmo de las fanfarrias tradicionales que tocaban con los trombones, bombos y trompetas.
En Heumarkt se podía ver un mosaico multicolor formado por centenares de personas allí congregadas. Aguanté la respiración y me zambullí en la corriente del río humano intentando dar con mis compatriotas. A pesar de que apenas podía andar, íbamos a una velocidad considerable. Tampoco es que sea especialmente alto pero podía respirar gracias a que mi cabeza sobresalía por las de la mayoría, lo cual también me permitió divisar donde estaba el grupo de Erasmus españoles.
Había pasado realmente inadvertido entre la marabunta del río humano pero pronto mis compañeros reconocieron el supuesto mérito de mi disfraz (fue fortuito más que intencionado, como os he comentado). Tengo que aclarar que me atavié con un cartel que explicaba el supuesto origen de mi mestizaje animal. Al principio no me reconocieron con la cara tapada, pero viendo a alguien bromeando de esa guisa, en seguida averiguaron mi identidad. Fue fruto de la casualidad pero supuso un notable éxito, también entre los alemanes. Todos cuantos me miraban pasaban por tres fases: la primera la de la extrañeza, después la de concentración al leer el cartel y la última la de la explosión de risas.
Me divertí mucho esa mañana, sobre todo cuando iba paseando entre la muchedumbre para comprar cervezas y la gente continuamente me paraba para echarme fotos. Algunos incluso me felicitaban por la idea y me pedían que saliera en una foto con ellos. Resultó ser el disfraz más friki de la fiesta. Lo cierto es que la gente normalmente iba disfrazada con disfraces no humorísticos, estos alemanes son un poco sosos. Tiene el concepto de fiesta unido a borrachera pero no al de espectáculo.
Pasadas unas horas, cuando vi que la fiesta iba a seguir igual, sin aportar novedades, decidí marcharme de la abarrotada plaza de Heumarkt en dirección a casa. Me lo había pasado muy bien y quería conservar un bonito recuerdo, que seguramente se hubiese estropeado si hubiera permanecido más tiempo allí viendo cómo degeneraba en gente borracha y desorientada por todas partes. En cambio, si me hubiesen prometido que iba a celebrarse alguna bacanal, gustosamente hubiera aguantado más allí.
De hecho, uno de los disfraces que encontré mejor caracterizados fueron los del personal sanitario llevando en camillas a gente haciéndose pasar por borrachos. Aunque quizá aquellos disfraces etílicos no eran tales y las ambulancias que vi fueron reales, quién sabe…
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