miércoles, 21 de noviembre de 2007

17 de noviembre

Sin duda, una de las jornadas más agotadoras que he experimentado sin apenas moverme de casa. Hemos establecido, viendo los continuos desórdenes y especialmente el descontrol que llevan mis compañeros con sus trabajos, un sistema de rotación para limpiar equitativamente el piso. Esa semana me tocaba hacer la limpieza a fondo del piso (existen tres etapas, cada una semanal y rotativa, de manera que cada 7 días una persona queda libre de tarea mientras que las otras dos deben limpiar: limpieza a fondo (baños, pasillo), limpieza de cocina (que no loza) y descanso) y como podéis suponer, no era algo que anhelara.

Primero puse una lavadora (aunque tuve que acudir a Cris para que me prestara su tarjeta pues la mía contaba con poco saldo) al tiempo que preparé la comida y la devoré. Seguidamente, cogí el cepillo y me puse a barrer la mugre. Digo mugre porque a pesar de que la moqueta es oscura y no se nota la suciedad, lo cierto es que el transitado suelo guardaba sorpresas, como bastantes manchas o gran cantidad de polvo y pelusas acumuladas. Amontoné como pude las principales acumulaciones de suciedad y cuando fui a echar mano del recogedor… me reencontré con mi gran amiga la aspiradora.

Aproveché de paso para aspirar el polvo de mi habitación una vez terminado el suelo del piso. A continuación cogí el producto limpiacristales y me puse a sacarle brillo a los vidrios de los espejos y ventanas. La siguiente parte fue la más dura, la limpieza de los cuartos de baño. Por si las moscas, pese a que estuve a varios metros de distancia del trono (no fuera a ser que explosionara al echarle los productos de limpieza antibacterianos), me enfundé unos guantes de látex que apestaban a caucho. Dibujé en el suelo (con la sangre, más bien jugo, de las chuletas que tenía en el frigorífico) una estrella de cinco puntas en un círculo con inscripciones en un primitivo idioma y coloqué en el centro los guantes, los productos y el estropajo para el excusado en el centro del dibujo. Cerré la puerta y apagué la luz del cuarto de baño. Noté cómo las paredes vibraban y vi cómo un extraño humo de color morado empezaba a salir bajo la ranura de la puerta. Abrí de nuevo y me encontré con todo reluciente e impregnado con un refrescante olor a limpio, el ritual había funcionado.

No hizo falta repetirlo con la sala de la ducha porque el amoniaco se encargó por sí solo de hacer el trabajo con el plato de ducha. Fue extraño que las matas de pelo acumuladas no me atacaran, porque juraría que se movían y tenían vida propia. Finalmente tocó el turno de fregar para rematar la faena. Solo deciros que para un piso en forma de “Y” con escasos 3 m de longitud por pasillo, más mi habitación, tardé casi una hora. Será la falta de práctica.

Acabé agotado (pero como buen protagonista, me hinché a comer sin darle mayor importancia al cansancio). Por cierto, Anton me llamó para decirme que le habían descalificado porque tuvo un fallo tonto.

2 comentarios:

Jeparla dijo...

Ummm, me voy a apuntar el ritual de limpieza de baño para cuando viva solo. Parece que es rapido xDDDDD

mimotaku dijo...

Y efectivo!! xDDD