miércoles, 14 de noviembre de 2007

08 de noviembre

Como bien sabéis, la primera clase de los jueves no nos convencía en absoluto por lo que sugerí a Patri que fuéramos a hablar en persona con la profesora de la otra asignatura de literatura a la que le habíamos echado el ojo. La profesora accedió a nuestra petición sin mayor reparo. Pero (siempre hay un “pero”) eso sí, con la condición de no faltar más veces a clase, pues nos incorporábamos en la tercera semana. El temario era variado e interesante. Se basaba en retrospectivas sobre cómo fueron enfocadas algunas identidades sexuales a través de la literatura clásica inglesa (Shakespeare y sus contemporáneos). El Renacimiento literario revisado con los entresijos más polémicos en cuanto a identidades. La profesora explicaba a toda velocidad sin dar tiempo apenas para respirar entre tanto dato e incluso proyectaba cortos fragmentos de obras adaptadas al cine. Interesante, vaya.

Después nos encontramos con Laura y Rocío, que esperaban fuera para la siguiente clase, y comimos Doritos que había traído de casa y unos sándwiches, pues no teníamos tiempo para mucho más. La clase fue un auténtico tostón nuevamente, viendo que el profesor decidió continuar en su línea de apenas explicar nada relevante y volver a repetir constantemente las mismas ideas que ya había expuesto en anteriores ocasiones. En cambio, el libro sobre el que versaba su discurso sí que acaparaba mi atención, pues era un ensayo ideológico que presentaba utopía de corte futurista dominada totalmente por una entidad totalitaria, estéril tanto en moralidad como biológicamente. Me gustó que referenciara a 1984 de George Orwell, un libro que recomiendo desde aquí.

Al terminar decidimos acercarnos al hospital universitario, que se encontraba cerca de la facultad. Iba acompañando a Laura (que montaba en su flamante nueva bici de segunda mano, a la que los hierros del sillín se le rompieron aquella tarde) hablando sobre Anton cuando, de pronto, sentí una presencia detrás de mí (ya os he comentado en más ocasiones que mi intuición ha aumentado aquí, comparándola especialmente con mi situación antes de llegar, cuando apenas tenía reflejos. Sí, soy bastante despistado para reaccionar, como muchos sabéis. O más bien era…) y me aparté. Era Anton. Había corrido hasta donde estábamos al vernos a lo lejos. Nos dijo que tenía clase y nos invitó a acompañarle a una clase de conferencias que empezaba más tarde con la profesora Laversuch. Quedé con él para vernos en la clase y seguidamente fuimos a ver al compañero ingresado (omito detalles por privacidad) quien ya con contaba con un grupito de visitantes. Se le veía cansado de estar allí (paradójicamente su casa está cerca del hospital universitario) pero animado y contento por las visitas. Coincidimos allí con Tamara, Cristina, Luis y un amigo italiano, por lo que al ver que éramos tantos, poco duramos en el pasillo de la zona de Neurología. En la calle casualmente vimos cómo el padre del ingresado llegaba desde España para verle, y asistimos a un momento tierno.

Acompañé a las chicas hasta el Teppig (estoy pensando en pedir que me subvencionen por la publicidad que les hago diariamente). Miré el reloj y vi que el tiempo se me echaba encima pues debía irme a la clase con Anton. Compré una tableta de chocolate para merendar y fui a despedirme de las chicas, no sin antes asistir a un intento de homicidio: antes de encontrar a Laura para decirle que me iba una niña pequeñita se interpuso en mi camino y noté cómo empecé a desfallecer. Las fuerzas me abandonaban. Todo se debía al hedor que la chiquilla desprendía, pues había defecado en su pañal y a juzgar por la intensidad de aquel repugnante olor, había sido recientemente. Auné la poca energía que me quedaba para apartarme de su entorno y la recobré comiendo el chocolate en la calle de camino a clase.

A pesar de que la estructura de la clase era interesante y los temas a tratar no menos, el horario era muy malo para compaginarlo, por lo que le comenté a Anton que asistiría nuevamente a esa asignatura solamente en calidad de oyente, pues no quería cargar con más trabajo mi agenda semanal. Y las presentaciones orales con temas controvertidos como pueden ser la política, la economía o la religión son algo que requiere mucho tiempo, esfuerzo y dedicación.

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