domingo, 4 de noviembre de 2007

29 de octubre

Empiezo a odiar los lunes, como la mayor parte de los mortales. Cuando estudiaba en Madrid no tenía clases los lunes, así que estaba mentalizado de que mis semanas tenían dos domingos. Para colmo, mis clases eran todas de turno de tarde. Tener que reengancharse a ir a clase un lunes madrugando es muy duro. Sobre todo porque a esas horas intempestivas en las que, tras apagar el tercer despertador, voy dando tumbos (literalmente) contra las paredes del pasillo. Por suerte tengo la cabeza dura…

Salí 10 minutos antes de que acabara el curso de alemán para ir corriendo con Patri a la clase de Essay Writing. Amigos, hasta aquí la feliz vida de estudiante desocupado dio de sí. Al terminar la clase salimos habiendo formado un grupo para exponer sobre un autor que escribió poesía de guerra para la semana siguiente. ¡Sí, exposiciones orales! ¡Mi sueño! ¡Las echaba tanto de menos…! (nótese la ironía). Por si fuera poco, teníamos también que leernos un libro sobre el autor y entregar una redacción. Lo cierto es que el ejercicio de la redacción estaba programado para este día, pero la profesora exigió que lo entregáramos escrito a ordenador. Le explicamos que no teníamos impresora disponible y que no sabíamos que escrito a bolígrafo no lo recogía por lo que nos dio hasta el miércoles para llevarlo a su despacho. Al menos me encontré una bufanda gris, que sirvió de recompensa por el mal trago.

Fuera llovía así que improvisamos unos paraguas que en realidad eran revistas puestas en la cabeza. Fuimos a comer a la mensa y allí Patri intentó convencerme inútilmente de que me animara a comer una ensalada (que embadurné con salsa de yogur pero ni con esas). Al terminar, vimos que repartían chocolatinas a quien se acercaba a un stand y sigilosamente nos acercamos… para volver en cuestión de segundos para recoger más. Lo hicimos descaradamente el resto de las veces, interpretando identidades distintas (quitándonos y poniéndonos los abrigos éramos diferentes personas cada vez). Cuando nos hartamos del juego, volvimos a la facultad.

La lluvia no cesaba y fuimos corriendo a resguardarnos en la sala de ordenadores a buscar la información para el trabajo y así quitárnoslo de encima. Hicimos tiempo navegando por internet hasta la última clase. Se me ocurrió traer de casa una bolsa de bizcochos alemanes para la clase de conversación (me sentía un poco culpable por bromear la semana anterior con que Emily, la profesora, trajera más chocolate. Si en el fondo soy un blando). Empezamos a coger unos poquillos para merendar… y a duras penas la bolsa sobrevivió hasta la clase.

Nos separamos en dos grupos para debatir sobre un tema que Emily nos daba a través de una noticia acontecida en EEUU. En nuestro grupo los integrantes éramos bastante conversadores, nos pusimos a hablar y reír sin parar mientras que en el otro eran mucho más siesos, apagados, quizá porque su tema no era tan controvertido (al contrario, el nuestro era un muermo: ¿por qué el fútbol americano no funciona en Europa?). Al final del debate nuestra hoja de conclusiones se limitaba a un dibujo de una pelota de fútbol americano que hice, un esquema de Europa y América realizado por un nuevo colega, Anton, y una breve dedicatoria de Laurita.

Debatimos con el grupo contrario y al final acabamos todos desternillados con las aportaciones del rumano (el de la perilla), que se mondaba conmigo y mis instructivos dibujos. Por cierto, chocar la mano cuando quedas bien también está presente en el resto del mundo, no solo en las series americanas ni en los institutos españoles. Es un dato con especial relevancia. Laura seguía en sus trece recopilando información sobre dónde y cómo encontrar bicicletas baratas.

Cuando acabó la clase, Emily nos explicó qué debíamos hacer para obtener créditos y nos fuimos a la parada del metro acompañados por Anton, que vivía unas paradas más allá de la de mi barrio. Laura y yo le explicamos a Anton (rebautizado Antonio) que éramos nativos alemanes pero que se nos había olvidado cómo hablar el idioma. En concreto, según Laurita yo era un “gipsy King”, un gitano con mucha reputación pero igual de chungo. Le explicamos que era broma y fuimos hablando con él por el camino a casa. Se comprometió a enseñarme a montar en patín cuando le dije que mis compañeros de piso me regalaron un par de ellos.

En el camino de Deutzer Ring 5, ya anochecido podía vislumbrarse a una fugaz figura acercándose desde la lejanía a través de la lluvia. Con pose atlética e inigualable ímpetu, pudo distinguirse que se trataba de mí corriendo para calarme lo menos posible. Al llegar a casa, invadí los radiadores de la calefacción para poner a secar la ropa mojada y no pillar frío.

1 comentario:

joseisidro dijo...

ya te lodicen tus progenitores, esta atento a todo lo de oferta y de publicidad gratuita, asi como "lleva el paraguas plegable" en la mochila que en alemania llueve y hace mucho frio